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ELENA SIERRA
Jueves, 15 de noviembre 2018
Que Zamora es la ciudad del románico es de sobra conocido. La más de una docena de iglesias de este estilo y época que hay solo en su casco histórico –diez más si se amplia la búsqueda por las calles aledañas, ya fuera del cogollo– ... es la prueba. Lo es la catedral, en lo alto de la ciudad, junto a los restos del castillo y casi con vistas sobre el Duero; un edificio grandioso, diferente a todo lo conocido, con esa cúpula que parece importada de alguna ciudad lejana y que responde ya a épocas posteriores a la de su fundación. Pero tal vez no es tan famoso el hecho de que por las calles de Zamora, mientras se va de una punta a la otra del casco (y hablamos de más o menos un kilómetro y medio de largo en línea recta), el modernismo tiene uno de sus hitos. De hecho, es la única capital de Castilla y León que forma parte de la Ruta Europea del Modernismo. ¿La razón? La cantidad de edificios construidos en las tres vertientes que existieron de este estilo arquitectónico y artístico entre finales del siglo XIX y comienzos del XX.
La ruta zamorana se detiene en 19 ejemplares pertenecientes a la corriente internacionalista (mucha decoración pero pocos colores), la conocida como Sezession (fue la común en Centroeuropa, quien haya visitado Viena se hará una idea de esa combinación de péndulos y círculos sobre fachadas de líneas rectas, adornos dorados incluidos) y la catalana, la más colorida y con ecos de épocas pasadas y abundancia de florituras, que es la más abundante. Porque aquí trabajó, mucho, Francisco Ferriol, graduado en Barcelona y discípulo de Domènech i Montaner, el autor del Hospital de San Pau, el Palau de la Música, la Universidad Pontificia de Comillas, la Casa Lleó Morera...
Pues Ferriol se llevó todo ese saber a Zamora y diseñó una docena de los edificios modernistas de la ciudad que aun pueden verse (y suya es también, por ejemplo, algunos trabajos de forja y elementos de otras construcciones). Están muchos de ellos en el entorno de la Plaza Mayor: en la calle Balborraz (números 3 y 4), Quebrantahuesos, 1 y Plaza Sagasta, 3. Aquí, por cierto, hay todo un frente compuesto por bloques bien trabajados, incluido uno que se llama de las Cariátides, es evidente por qué, y la Casa de Norberto Macho... Al lado del mercado, la Casa de Crisanto Aguiar tiene casi todo lo que le puede gustar a quien admire el Modernismo: caritas sobre las ventanas, forja en los balcones y puertas de portal que son obras de arte, con remaches dorados. Y en la calle Traviesa, cerquita, se le atribuye a Ferriol la autoría de Casa Traviesa. Lo que la define: color, color y florituras.
No todos los edificios de influencia modernista de la ciudad están en el mejor de sus momentos; aunque muchos están reformados y cuidadísimos, los hay que no, algunos pequeños y escondidos en la esquina de alguna plazuela (hay que prestar atención). Pese a eso, también ellos evocan tiempos de dinero a espuertas y de inversión en casas bonitas. Los que están en perfectas condiciones y los que no, ambos, invitan a seguir andando por las calles de la capital para ir anotando las corrientes, los colores, las vidrieras, las puertas de forja con dibujos y los adornos de todo tipo que sobrevuelan los pasos.
En la de Santa Clara destacan –entre los comercios que pueden encontrarse aquí como en cualquier otra ciudad– al menos seis de estas obras de arte. De principio, a fin, los números 2, 3, 14, 19, 29 y 31. El primero de todos ellos es el viejo casino construido en 1905. Lo bueno de este edificio en concreto es que sigue siendo centro de reunión, allí va la gente a echar la partida; y como tiene un restaurante muy majo y una barra para el tapeo, se puede subir la escalinata de mármol tranquilamente, admirar los techos altos de madera y las pinturas, tomarse algo y volver a bajar. También el Teatro Ramos Carrión, en el antiguo patio del Hospicio del Palacio de los Condes de Alba y Aliste –ahora Parador–, que se ha pintado de azul y blanco y llama mucho la atención.
Un clásico muy clásico de Zamora, tanto como el románico y el modernismo, es el pincho moruno. Los hay en muchos bares pero en la zona de los Lobos (Lobo Pinchitos en Flores de San Torcuato y Lobo El Rey de los Pinchitos en Horno de San Torcuato), mejor que mejor; hay que decir que sí o que no al pedirlo (que sí pique o que no). La ruta del pincho moruno lleva también a la calle Los Herreros, una cuesta que de noche ofrece copas y que de día tiene locales con plancha en la que se hacen pinchos de mollejas, de morcilla, de verduras (sí, de verduritas; de hecho, el pimiento asado es una tapa típica en la ciudad). El bar La Piedra es uno de ellos. En el restaurante del Casino (La Oronja, Santa Clara 2, 1º); cada semana se inventan una nueva tapa. Y en la Plazuela de San Miguel 3, el Ágape presume de horno de leña para hacer pizzas y otros platillos italianos. Se pueden comer en plan tapa –hay también tostas, raciones de queso o embutido, minihamburguesas– o en mesa y con mantel. Y como estamos en Castilla, un asador: Mariano, con horno y brasa (Av. de Portugal, 28).
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