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Si tomamos de referencia Begur, municipio enclavado en el centro de la costa de Girona, y nos dirigimos hacia el interior, a poco más de 20 kilómetros de las playas, descubriremos un ramillete de pueblos que conservan su aire medieval y se concentran en un ... espacio muy reducido de la comarca del Bajo Ampurdán. La Gran Playa de Pals, de unos 2 kilómetros de arena fina, es una de las más visitadas de la Costa Brava. Sin embargo, en estas líneas te proponemos un plan alternativo a las jornadas de sol sobre la toalla. Comenzamos con el núcleo histórico de Pals, emplazado a 10 minutos del mar.
Pals
'El Pedró' mantiene la esencia del Medievo gracias a sus casas de piedra bien conservadas y sus callejuelas de adoquines que ascienden hasta el castillo. Pero antes de llegar a él, primero hay que hacer una parada frente al ayuntamiento, situado en la que fuera casa del herrero en el siglo XIII. Nos encontramos en la plaza Mayor, llena de bullicio, con las primeras tienditas de artesanía y alguna que otra terraza. Los turistas no se resisten –no nos resistimos– a fotografiarse ante el Portal de la Vila. Su arco atraviesa la muralla para dar paso a la calle Mayor.
Sigue el plano facilitado por la Oficina de Turismo o guíate por el instinto. Detente a comprar arroz de Pals –el municipio también es famoso por sus arrozales–, sorpréndete con las sepulturas antropomorfas de hace más de mil años, disfruta de esas ventanas llenas de flores... contempla la iglesia de San Pere, que –como el resto de las principales construcciones– tiene origen románico aunque sufrió importantes modificaciones góticas. Por fin llegarás al castillo y al Mirador Josep Pla donde deslumbran las vistas de la llanura ampurdanesa y la costa. Parafraseando al escritor: «Pals no merece una visita sino cien visitas». Quien escribe solo lleva tres.
Palau Sator
Las dimensiones de Palau Sator no tienen nada que ver con Pals. Recorrerlo no te llevará mucho tiempo, sin embargo merece la pena acercarse para contemplar su estructura claramente medieval con forma de almendra. En el centro aún se mantiene en pie la torre homenaje del castillo (propiedad del secretario de Pedro el Ceremonioso allá por el siglo XIV) en torno al cual se edificó el pueblo. Hoy día la torre pertenece a un particular y se alquila como vivienda de uso vacacional.
Podrás observar gran parte de la muralla (XII-XVI), su puerta sur es la conocida como Torre de Horas (Bien Cultural de Interés Nacional) y ante ella, justo a la entrada del recinto fortificado, el lavadero y una fuente se alimentan de las aguas de un afloramiento natural. No te despistes, a nosotros el aspecto semiesférico de la fuente nos confundió en un primer momento y pensamos que nos encontrábamos ante un horno, ¡en medio de la plaza! Entre la muralla y el aparcamiento pasarás junto a la iglesia de San Pere, románica con añadidos posteriores.
Tampoco debes perderte –a escasos 2 kilómetros del núcleo principal– la ermita de Sant Julià de Boada, uno de los monumentos prerrománicos más importantes de Cataluña y Sant Pau de Fontclara, con pinturas de principios del siglo XIII.
Ullastret
Aunque nos encontramos en el pueblo con menos vestigios medievales de los cinco aquí citados, Ullastret posee un magnífico tesoro cuya datación nos hace retroceder aún más en el tiempo: los restos del mayor poblado ibérico de los descubiertos en Cataluña y una de las mayores concentraciones de población prerromana (VI a. C.) de la península.
Su muralla bastante bien conservada saldrá a tu paso y en el interior caminarás por alguna de sus calles empedradas entre restos de casas, templos y silos. La visita al museo servirá para completar los conocimientos sobre la cultura ibérica y este yacimiento habitado por aquellos que los autores antiguos llamaron indiketes.
A un kilómetro y medio, el centro de Ullastret se sitúa en lo alto de pequeña cima, custodiado por diez torres y murallas levantadas entre los siglos XIII y XVI. Lamentablemente nada queda del castillo que seguramente tuvo. Intramuros, destaca la iglesia de Sant Pere. Construida en estilo románico sobre un antiguo templo carolingio, sufrió modificaciones (XVI y XVIII). Y extramuros, dos arcos apuntados sostienen la cubierta de la plaza gótica.
Vulpellac
Pequeñito pero con un casco histórico declarado Bien Cultural de Interés Nacional. Vulpellac conserva restos de murallas y aquí sí hay castillo. Con leyenda y todo. Lo que en un principio fue una casa señorial se convirtió en fortificación en el siglo XIII y en palacio renacentista posteriormente. Te tendrás que conformar en contemplarlo a través la verja puesto que hoy día pertenece a un particular. Una torre cuadrangular almenada sobresale en la silueta del edificio para competir con la de la iglesia del pueblo, antigua capilla del castillo.
El nombre de uno de los señores Vulpellac tiene especial relevancia en la historia de la fortificación, no solo por las reformas que realizó –que fueron importantes, todo hay que decirlo– sino por un relato popular: Miquel Sarriera emparedó a su esposa, Violant de Biure, enfermo de celos al creer las habladurías de que esta le había sido infiel. Pero descubrió que los rumores fueron promovidos por el presunto amante, el señor de Cruïlles –al no ser correspondido por la joven– por lo que acabó con la vida de él también. Viajó a Roma para mostrar su arrepentimiento y pedir el perdón del Papa. De regreso al castillo hizo grabar en el escudo la frase 'Ego sum quien pecaba-1533' (Yo soy el que pequé).
Peratallada
La primera vez que lo visitamos nos sorprendió por dos motivos: por su belleza y por no encontrar turistas, algo impensable hoy día. Ahora hay varias zonas de aparcamiento de pago, numerosos restaurantes y multitud de tienditas, pero aquí el Medievo convive con el presente en perfecta armonía; las instalaciones modernas se han adecuado a este pueblo declarado Conjunto histórico-artístico y Bien Cultural de Interés Nacional para mantener su encanto.
Si dejas el coche en el parking de la iglesia de Sant Esteve (principios del siglo XIII) accederás por la parte de las murallas (s. XII-XIII) en la que mejor se aprecia el foso excavado en la roca. En el momento que las cruces será difícil decidir si disfrutar o inmortalizar con tu cámara cada uno de sus rincones de postal: esa estrecha calle empedrada atravesada por un imponente arco, aquella cuyo piso de piedra muestra las marcas causadas por las ruedas de los carros o cualquiera de las fachadas de sus casas –Peratallada es un magnífico conjunto de arquitectura popular– cubiertas de hiedra, bungavilla o delicadas flores azules.
Por supuesto, la plaza de los arcos (o de las Voltes), que servía para instalar el mercado los días de lluvia. Y el castillo fortificado con su torre del Homenaje y el palacio (s. XI-XIV)... resulta complicado describir este pueblo que nos enamoró y nos sigue enamorando.
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