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Con Marrakech sucede algo especial, nada más abandonarla sientes nostalgia por volver. Han pasado algo más de dos meses desde que el terremoto de septiembre sacudiera sus cimientos y, sin embargo, la joya de Marruecos no ha perdido vigor. Quien decida conocer la ciudad roja encontrará el bullicio de siempre: gente en los zocos, gente en la plaza Jemaa El-Fna, gente por todas partes. Solo algunos edificios apuntalados recuerdan a ojos del turista los días de pánico. Tal vez ese continuo ir y venir de personas, de echarse a la calle cualquier día de la semana, tenga que ver con las ganas de seguir de quienes fueron respetados por el temblor, como cuando tras la pandemia estalló entre nosotros el deseo de vivir 'por si', de salir y viajar.
Marrakech es una ciudad de leyenda, mágica de día, hipnótica de noche. Narran viejas historias que, al construir la Mezquita Koutoubia, comenzó a sangrar tiñendo todo de bermellón. La realidad de su nacimiento se desconoce, aunque parece surgir como campamento militar del líder almorávide Abu Bekr en 1070. Su sucesor, Yusef Ben Tachfin, transformó aquel oasis en capital de un imperio extendido desde el Atlántico hasta Argelia, desde el Sáhara hasta el Ebro. Siglos después, ni siquiera las catástrofes naturales han podido con ella, un orgullo para sus habitantes, a quienes gusta repetir que «Marrakech es fuerte».
¿Se puede acudir entonces a la llamada del seductor encuentro? Se puede y se debe. El turismo es esencial para una zona que vive de ello, más ahora. Tres jornadas de luz bastan para una primera incursión en esta reina de la belleza. El resto puedes emplearlos en excursiones de un día o de varios hacia el desierto, la montaña y el mar (contrátalas allí, pagarás menos). Al caer la oscuridad, los pasos acabarán sin proponérselo en Jemaa El-Fna, Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Describir lo que sucede no es comparable a sentirlo.
Sorprende el cúmulo de narradores de cuentos alrededor de los que se agolpa el gentío (hombres sobre todo); de músicos que invitan a la catarsis o el soniquete adormecedor con el que los encantadores rinden, se supone, a las serpientes. El paso del tiempo ha convertido a los aguadores en sujetos en busca de foto en vez de cliente sediento, en cambio, el griterío de los vendedores de zumos y el olor a hierbabuena de los puestos se mantienen. Obligado asistir a ese espectáculo, aunque hay más en lo que emplear el tiempo. Los siguientes diez retos, por ejemplo.
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La Rahba Kedima es un estallido de color. El asfalto que la delimita apenas se distingue, alfombrado por miles de mercancías para comprar: gorros tejidos por mujeres que se aplican a la labor, sombreros y bolsos de paja, cucharones, paneras, cestos… Tiendas de especias rodean el lugar que huele a una mezcla indefinible de azafrán, comino y cúrcuma. Observa el trasiego de vendedores y clientes, de locales y turistas desde la terraza del Café des Épices. Mientras disfrutas un té moruno y decides si ceder tu mano a la briosa tatuadora de henna que habla sin parar o a la que, muy cerca, aguarda tranquila la llegada de clientela.
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Marrakech invita a olvidar la tecnología y deambular como se hacía antes, por puro instinto, sin rumbo, eligiendo las calles que atraen a los ojos. ¿Y si me pierdo?, pensarás. Dudamos que suceda durante mucho rato, siempre habrá quien te indique. El interior de la medina es un laberinto, sí, pero descifrable no solo para el Minotauro. De vez en cuando, encontrarás carteles que indican la dirección de los rincones más buscados. Es posible que alguien se ofrezca hacer de guía para ganarse una propina o llevar al desorientado turista a una tienda, basta con negarse educadamente y seguir tu camino. Cierto orden impera en el embrollo de este caos medido. Así hallarás escenas perfectas para foto; preciosos restaurantes como el vegetariano 'La famille' (www.lafamillemarrakech.com); oasis de tranquilidad como El Jardín Secreto.
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Invertirás bastante tiempo en ellos, dinero el que quieras. Por eso mira sin prisa, deja que la invasión de mercancías penetre poco a poco en tu conciencia… y ve preparado para el regateo. ¿Es verdad que cada dos pasos insisten para que compres? Sí, es más, si tienes algún rasgo físico especialmente reconocible no se olvidarán de ti; toma ese 'acoso' con humor y acabará haciéndote gracia. ¿Podría pagar más en un puesto que en el de al lado? Depende de tu pericia. ¿Hablan castellano? Muchos saben las palabras suficientes para negociar; conocer tu procedencia forma parte de su cálculo, no piden lo mismo a un español que a un alemán. Para otros es un signo de hospitalidad, así que devuelve el gesto con algún 'salam alaikum' (saludo) o 'shukran' (gracias).
Si te interesa algo, las normas básicas pasan por no establecer tú la cantidad, aunque lo primero que pregunten es cuánto pagarías. Deja que ellos fijen la cifra, mantén el «muy caro para mí» hasta que te parezca razonable. Si no llegas a un acuerdo, ve alejándote despacio, en caso de que puedan bajarla harán que regreses. Suelen pedir mínimo el doble de lo que vale (o tres veces más). Pero, sobre todo, recuerda que si has dado tu conformidad a un precio, cambiar de opinión y no comprar supone una falta de educación grave, a nadie le gusta perder el tiempo, ni a ti ni a ellos.
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Pasman los de la Medersa Ben Youssef, podrías pasar horas admirando su precisión ornamental. Las medersas son escuelas superiores, aunque las asociemos siempre con centros para la enseñanza del Corán. Construida en el siglo XV, su reforma ha hecho del edificio un rincón espectacular repleto de elaborados trabajos de estuco. El patio central obnubila, especialmente sus patrones geométricos, los intrincados diseños de paredes y suelo. La armonía impera en otra de las visitas imprescindibles, las Tumbas saadíes, que hacen olvidar el trasiego tras sus puertas. Y aunque hay quien decide no entrar al Palacio Bahia, lo recomendamos. Dentro se siente ese aura propia de un espacio diseñado para el poder, laberinto de estancias pensadas por una mente caprichosa. Allí trabajaron más de una década los mejores artesanos, utilizando loza de Tetuán y mármol de Meknes, madera de cedro del Medio Atlas para los fastuosos techos pintados.
5
Servían, aún lo hacen, no solo para protegerse del calor sino para ver desde dentro sin ser visto desde fuera, para preservar el interior de la casa y a sus ocupantes de miradas impertinentes. Embellecen las fachadas, pero por ese afán proteccionista no es sencillo colocarse al otro lado, hacia dentro, donde la luz pasa leve a través de los orificios, dibujando sugerentes formas. Invitamos a buscarlas. Si te rindes pronto, encontrarás varias en el Museo Mouassine, que aprovechó las dependencias de una casa-palacio del siglo XVII. No es que las salas alberguen excesivas piezas, pero si un día llueve (sí, en Marrakech también llueve) o apetece aislarse un rato, su patio central enamora. Podrás comprar un marcapáginas con tu nombre escrito en caracteres árabes y alguna obra de autores que exponen allí… ¿en cuántos museos del mundo pasa eso?
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Si esperas traer piezas para adornar tu casa, en Marrakech, como en el resto del mundo, encontrarás objetos llegados de Tailandia. Para buscar algo auténtico, artesanía de la que hacen manos marroquíes expertas, debes fijarte bien. No es sencillo diferenciar lo propio de lo ajeno, salvo cuando observas a alguien en plena creación. Zapateros que se afanan en sus sandalias. Labradores de metal para lámparas. Pintores de pincelada precisa. Trabajan en recovecos de la medina, dentro de sus talleres, de ahí la recomendación de perderse, salir de las calles principales. En contraste, sugerimos una tienda espectacular muy ordenada (¡mira el techo!): Khalidoun Art (52, Bis trik Sidi Yamani Médina). Artesanía hecha por mujeres. Bolsos, zapatos, abrigos, joyas, cojines… a precios fijos, pero altos. El trabajo al detalle se paga.
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Cruzar su umbral es cambiar de espacio y de tiempo. Acceder a su patio, un ejercicio de imaginación en el que recomponer la grandiosidad de 'El Incomparable' (eso significa su nombre). Aunque solo queden ruinas, más de trescientas habitaciones decoradas con oro, turquesas y cristal vertebraron su esqueleto hasta que en el siglo XVII el sultán Moulay Ismail decidió trasladar la capital de Marrakech a Meknes, saqueándolo. Accede a través de sus galerías subterráneas, dan a un patio donde resulta sencillo recrear su pasada monumentalidad. Si te gustan los gigantes caídos, la historia de los grandes sueños hechos añicos, lo adorarás. Dentro contemplarás un minbar, púlpito tallado en madera de cedro con incrustaciones de marquetería y pequeñas escrituras realizadas en oro y plata por artesanos de Córdoba en el siglo XII, cumbre de los trabajos de recuperación.
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Cuando Marrakech ya no guarde secretos, ve hacia la kasbah donde el personaje romano de 'Gladiator' recibió el clamor del público, a la Yunkai en la que Daenerys liberó a los esclavos logrando su ejército de inmaculados. Ait Ben Haddou ofrece una de esas imágenes que perduran para siempre. Verla desde el otro lado de un río ahora seco pone la piel de gallina. Sorprende su entrañable belleza de arcilla, su presencia límpida y absoluta. Imposible dejar de mirarla, no en vano se trata de una de las vistas más perseguidas de Marruecos. Jamás olvidarás el contorno de su muralla, esa herencia bereber de la que sus habitantes se sienten orgullosos; se ha ganado de sobra el título de Patrimonio de la Humanidad. Emocionante y perfecta, reina en el desierto que la acoge a 190 kilómetros de la ciudad. Incluso sufrir casi 400 para verla en un solo día vale la pena, pero mejor si lo haces como parte de la visita al desierto de Merzouga.
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Cuenta una leyenda que las dunas de Erg Chebbi son el resultado de un castigo divino por el rechazo de los antiguos habitantes de Merzouga a una mujer que llegó agotada junto a sus hijos. Sus muertes provocaron una tormenta de arena que enterró el lugar donde, aseguran, aún se escuchan gritos de los sepultados. En realidad, el sedante silencio del desierto solo lo rompen los dromedarios; a ellos se les perdona, bastante tienen con avanzar contigo a la chepa por sus dominios. Una excursión de tres jornadas basta para entender el encanto de este espacio yermo, para disfrutar el influjo de las estrellas sobre la arena, las ondulaciones de tonos naranja que modelan el paisaje. Dormir en una haima es una experiencia emocionante, el nivel de comodidad dependerá del dinero que pagues. Pero incluso aunque elijas el paquete turístico más barato, nadie podrá borrar el recuerdo de un amanecer pintado en rojo, mecido por el curioso andar de estos animales. Consejos sencillos para el disfrute seguro: agarrarse bien cuando se levantan y agachan, relajarse el resto del trayecto mientras admiras el lienzo en vivo. Si prefieres otro medio de transporte, hay varios: 4x4, quad…
10
Difícil encontrar un lugar en el mundo donde sea tan sencillo toparse con gatos durmiendo. Surgen a cada paso en esta ciudad cuya medina fue declarada Patrimonio de la Humanidad. Sobre letreros o alfombras, debajo de sillas, dentro de cestas. Esculpiendo posturas imposibles de imitar, como si la brisa marina en vez de despertar sus sentidos los adormeciera, porque allí el tiempo se detuvo, cansado de correr. Por sus calles pasearon Frank Zappa o Jimi Hendrix. Las cámaras la convirtieron en la Astapor conquistada por la Madre de Dragones. Su playa está considera una de las mejores del país, perfecta para practicar windsurf y kitesurf. Las calles esperan pobladas de puestos, ahogadas casi en mercancías. El rey de la ventas, el aceite de argán.
Desierto de Merzouga (3 días, desde 70 euros)
Desierto de Zagora (2 días, desde 50 euros)
Kasbahs de Telouet y Ait Ben Haddou (1 día, 15 euros)
Essaouira (1 día, 15 euros)
Cascadas de Ouzoud (1 día, 15 euros)
Valle de Ourika (1 día, 13 euros)
Moneda: dirham marroquí (hay casa de cambio en la plaza Jemaa El-Fna).
Vuelo directo desde Bilbao: Vueling (2:20 h.).
Cómo llegar desde el aeropuerto: línea 19 de Alsa, 6 a 23:30 h. (30 DH). Taxi (15 euros a la plaza Jemaa El-Fna).
Información: https://visitmarrakech.com/es/
Cuscús: preparado con sémola de trigo, verduras y/o carne de pollo, cordero o ternera.
Tajín: toma el nombre de la cazuela de barro donde se cocina y sirve, hay muchas clases
Harira: sopa con legumbres, tomate, carne, especias y fideos o arroz
Pastela: hojaldre relleno de carne de ave deshilachada, cebolla, almendras y especias.
Kefta: albóndigas de ternera o de cordero.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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