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Tienen ese gancho de lo misterioso, ese deseo de husmear en lo prohibido. De día provoca nostalgia pensar que antaño allí creció la vida. De noche dan algo de miedo, parecen la morada perfecta para fantasmas y seres oscuros. Hacer una excursión con la idea de conocerlos supone abrir las puertas a una travesía emocional. Porque un día resonaron ecos de niños jugando, de pasos por las calles y ancianas charlando en los bancos. Pero ahora el silencio invade su espacio y son ellos quienes se sienten viejos. Solos y olvidados. Fondos de fotografías en blanco y negro que empiezan a amarillear.
Álava
La silueta del campanario se mantiene aún en pie, reclama atención, recuperar la memoria de sus antiguos habitantes dentro de un Parque Natural de Valderejo vestido de vegetación. La maleza conquistó el lugar, devoró casas de las que solo quedan muros obcecados en no perecer. El destino quiso echar una mano, por eso en las viejas paredes del templo nacido en el siglo XIII aparecieron pinturas góticas que salvaguardar.
Ribera sirve de punto final a un precioso desfiladero regado por el río Purón. El acceso por carretera obliga a seguir la que va desde San Zadornil hacia Villafría. Allí descenderás un camino de piedra suelta a pie. Aunque lo mejor es afrontar un recorrido desde la localidad burgalesa de Herrán para morir, como lo hizo el pueblo, en este entrañable paraje.
Arranca por una amplia pista de piedra y, poco después, aparece una chopera que indica el inicio del ascenso hasta las hoces. Por la pista hacia un valla de madera que cruzar. Habrá más tarde un puente sobre el río. Ruinas de la ermita de San Roque y San Felices. Saltos de agua. Y, tras caminar entre enebro, boj y encinas, lo mejor: la zona más estrecha y preciosa. Entre piedra caliza. Con cascadas. Hay carteles que apuntan el destino; de todas formas, en la bifurcación elegirás la derecha. Sigue una empalizada por la que entrar a una campa y ya estarás dentro del Parque Natural de Valderejo. Queda continuar hasta el destino.
Navarra
El pueblo es tan peculiar y atractivo que lo declararon bien de interés cultural. Aguarda sobre una colina en la comarca de Sangüesa. Su origen parte del siglo XI, como puesto de vigilancia y defensa contra los musulmanes. El rey Sancho el Mayor mandó crearlo y, durante mucho tiempo, ejerció el control fronterizo del Reino de Navarra. Los últimos vecinos emigraron a mediados del siglo pasado. Solo quedó, en los años 60, un ermitaño que se alimentaba de pan, huevos, trigo y leche que le llevaban empleados de una vaquería próxima.
No es la única historia curiosa del sitio. Alberga otra relacionada con una tumba muy especial. Atentos. El 11 de noviembre de 1943 la localidad celebraba la fiesta en honor a su patrón, San Martín, cuando, al salir de la iglesia, observaron un Havilland Mosquito ardiendo. El avión había recibido el impacto de las baterías antiaéreas pertenecientes al ejército nazi, que ocupaba el sur de Francia en plena Segunda Guerra Mundial. Su piloto, el capitán Donald Cecil Broadbent Walker, militar de la Royal Air Force británica, creyó que podría aterrizar en las llanuras del Ebro, en zona neutral, pero no le dio tiempo y tuvo que saltar, junto a su copiloto, en paracaídas. Crow llegó a Sos del Rey Católico sano y salvo, pero Walker no tuvo suerte. Fue arrastrado al enredarse el paracaídas en uno de los motores y se estrelló a quinientos metros de Peña. Hasta el lugar del siniestro acudieron los vecinos, ya estaba muerto, por eso lo enterraron en su cementerio. Una lápida instalada por la Comisión Imperial de Sepulturas de Guerra del ejército británico lo recuerda.
Si apetece, puedes llegar hasta allí caminando. Desde Sangüesa parten dos rutas de distinta dificultad, depende de tu forma física. Una más exigente, por la cañada de los Roncaleses. Otra más sencilla, a través de una pista forestal. Son algo más de 10 kilómetros sobre los que te informan al detalle en la página web https://turismodenavarra.com.
La Rioja
Otea desde lo alto de la sierra de Préjano el discurrir del tiempo. Él ya no tiene prisa, quedó congelado a finales del siglo XX, cuando las puertas de todos los hogares cerraban para siempre. Su reloj de arena se detuvo, como atascado, los granos dejaron de atravesar la estrechez del cristal y este fenómeno mágico convirtió a Turruncún, el pueblo de nombre musical, en un enclave donde solo suena el silencio. De vez en cuando, las risas quiebran el mutismo. Las de quienes lo visitan, las de los que se acercan al área recreativa próxima y las de quienes recorren el itinerario de la ruta de los dinosaurios.
Arnedo cuenta con él entre sus posesiones. No es que ahora valga mucho, pero hubo un tiempo en el que la minería lo convirtió en destino deseado. Naturaleza y restos de edificios bailan una particular danza que los mezcla y contorsiona. La sierra de Peñalmonte observa esta lucha armoniosa por dominar la pista, el terreno. La iglesia de Santa María arranca el vals sostenido en el que también participan la ermita de las Vírgenes, las casas, la escuela e incluso las bodeguillas subterráneas que se funden con hierbas y ramas, musgos y malezas. El entorno es apabullante. La magnífica Peña Isasa luce poderosa. Hasta ella suben muchos senderistas que parten del pueblo olvidado. Si te animas, completarás unos 12 kilómetros circulares. Arriba aguardan vistas sobre la depresión de Arnedo y los valles.
Burgos
Está abandonado desde el siglo XX y maldito, o eso se empeñan en repetir. Se ha convertido en el lugar perfecto para amantes de psicofonías, apariciones y avistamientos de ovnis. Lo dejamos claro por si eres de los que se asustan con poco y se sugestionan con menos. Aquí la imaginación o los sucesos extraños pueden darte el día.
Nació, como otros lugares, con total normalidad, hasta que empezaron a desaparecer algunos de sus habitantes. Dicen que el cólera afectó solo a sus vecinos, respetando a los de otras localidades. Que también diezmaron la población la viruela y el tifus. Que los pájaros evitan volar sobre sus fronteras. Que había una base extraterrestre. Que hay una puerta a otra realidad. Que... Todo muy normal. Eso atrajo a numeroso público y estudiosos amantes de estos asuntos.
Hay, seguro, olmos secos; ayudan a crear un paisaje perturbador; ruinas de lo que antaño fueron casas; la ermita de Burgondo y la torre de la iglesia de San Miguel elevada sin complejos. El escenario perfecto para hacerse popó (por escribirlo finamente) si no te distingue la valentía, aunque muchos han estado y de todo eso que se cuenta… nada de nada.
Eso sí, la fantasmal experiencia ha alimentado páginas y páginas de libros, revistas y periódicos (seguimos contribuyendo al mito), nutrido programas de radio y televisión, incluidos los del periodista Iker Jiménez. A la hora de ir (de noche debe haber más gente, claro), deja el coche a medio kilómetro. Toca hacer el resto a pie. ¡Suerte!
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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