Si hay una comunidad, cercana, que destaca por la cantidad y la fama de los balnearios esa es la vecina Cantabria. Hasta siete centros termales son los que tienen abiertas sus puertas en la actualidad, y lo normal es que conjuguen los beneficios de las ... aguas con entornos naturales de esos que se llaman marcos incomparables. Cómo si no se puede calificar el paisaje en el que se enclavan el de La Hermida –un hotel a las puertas de los Picos de Europa, reinagurado hace poco más de una década tras permanecer más de 50 años cerrado, y cuya historia se remonta al siglo XVIII–, el de Las Caldas de Besaya, rodeado de naturaleza y de rutas bien señaladas para internarse en ella a pie o en bici, y el de Corconte, con la postal de los Picos de Europa como fondo y, justo a pie de balneario, el pantano del Ebro.
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Mucho más cerca que estos tres grandes nombres del termalismo, a solo una hora y cuarto de Bilbao y hora y tres cuartos de Vitoria, está el famosísimo centro termal de Puente Viesgo (sí, ese al que iba la selección de fútbol de Javier Clemente). Situado a la entrada del valle del Pas, o a la salida, claro, según se mire, su historia hunde sus raíces en mediados del siglo XVIII, cuando ya se instalaron allí algunas casetas de baño para aprovechar los beneficios del manantial que brota a la orilla del río. Fue a finales del XIX, sin embargo, cuando una Medalla de Oro en la Exposición Universal de Barcelona, en 1888, hace que los dueños de las aguas se pongan las pilas y comiencen a sacarle más rendimiento a esa riqueza natural con un edificio, más o menos el que ha llegado hasta nuestros días como el Gran Hotel, por el que pasaron personajes ilustres como el marqués de Comillas y Benito Pérez Galdós.
Con el tiempo, y tras vivir también su época de abandono a lo largo del siglo pasado, el de Puente Viesgo ha ido adaptándose a las circunstancias y ha ampliado instalaciones. Así, junto a la oferta tradicional de las aguas mineromedicinales –indicadas para el tratamiento de problemas cardiovasculares, respiratorios, reumatológicos y psicosomáticos; bajo supervisión médica o, como visitante, previo cuestionario con información relativa al estado de salud de cada cual–, está el Templo del Agua, un espacio parecido a un spa a lo grande, pensado para el disfrute de casi toda la familia (pueden entrar, en horarios limitados, los niños mayores de 8 años). Es recomendable reservar y no hace falta ser cliente del hotel para acceder a las instalaciones.
Lo bueno de alojarse en la localidad, sea o no en el Gran Hotel, es que hay una vía verde, la que conecta Ontaneda con Sarón, que pasa justo por aquí y que permite acercarse prácticamente por la orilla del río hasta otro balneario del valle, el de Alceda. En línea recta, y con la posibilidad de ver bosques, iglesias con historia, casonas y hasta un acueducto, y atravesar un viejo puente de hierro, no llega a los catorce kilómetros de extensión.
El balneario de Alceda, que está en uno de esos parques de árboles frondosos que hacen volar la imaginación hasta un siglo atrás, se huele desde fuera. Y es que aquí las aguas, que dicen que brotan del manantial más caudaloso y rico en termalidad y mineralización de todos los similares a este que hay en Europa, son «clorurosódicas, sulfúrico-azoadas», ricas en azufre. Por eso están recomendadas para tratamientos dermatológicos, y eso explica también por qué hay una línea de geles, cremas y demás productos cosméticos con el nombre del balneario.
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Las instalaciones (los pabellones, las salas termales, las bañeras de mármol, esos rincones en los que se puede pasar el rato contratando, por ejemplo, dos baños termales relajantes y un masaje descontracturante por 53 euros) son la de toda la vida, así que se puede revivir el esplendor pasado, cuando la cura de muchas afecciones pasaba por el agua y hasta Alceda venía gente de todas partes en busca de mejoría.
Esa historia la cuentan también las calles del pueblo, como las de Ontaneda, donde aun sobreviven grandes edificios pensados para albergar a muchísimos veraneantes. Hoy están abandonados, pero el hotel de Alceda, construido en los años 80, tiene habitaciones de sobra para quien quiera alojarse allí.
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En Cantabria aún hay espacio para otras dos referencias termales. En Solares hay que destacar la oferta para los pequeños de la casa, que no suele ser habitual. Tiene una zona recreativa con piscinas y juegos, vigilada por un monitor, para los niños de 3 a 12 años (por 15 euros) y para los de tres meses a tres años, un espacio en el que realizar ejercicios, también con monitor y un adulto acompañante, por supuesto. En este caso, 45 minutos de juegos acuáticos cuestan 29 euros.
En Liérganes, por su parte, ofrecen un programa terapéutico de siete días diseñado para personas que están dejando de fumar; incluye consulta médica y dos sesiones diarias de pulverizaciones, duchas micronizadas o inhalaciones por 223 euros, alojamiento aparte.
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