El único pueblo maldito y excomulgado
Trasmoz (Zaragoza) ·
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Trasmoz (Zaragoza) ·
Acostumbro a decir que el Moncayo es quien fabrica el cierzo, ese viento canalla que se mete hasta el tuétano descomponiendo las calorías del cuerpo humano, incluso desarmando la paciencia y la compostura espiritual de cualquier persona que ande a la intemperie.
Quienquiera que viaje ... por el sur de Navarra, entre trigarrales, invernaderos, vergeles bien regados y acaso muchas fábricas de comestibles hortícolas, topa siempre con la silueta redondeada del Moncayo. Allí está, como gobernando la vista, los amaneceres y los atardeceres, con sus nieves invernales, con sus dorados de ocaso, con su boina de nieblas. Claro, es por su prominencia, así es como fabrica el cierzo, con esos 2.315 metros de altitud que lo ponen por encima de todos los parajes del Sistema Ibérico, por encima de casi todo en un muy grande derredor.
Y también me pregunto una y otra vez qué pinta una montaña como esta, desafiante, salida como de la nada en un territorio más plano que un billete de quinientos poco usado. Ya sé que es una pregunta eterna esa de por qué existen las montañas y cada vez que me la repito me dejo responder con tranquilidad que es para que las miremos y admiremos. Y además algunas fabrican el cierzo.
Como soy un poco incansable en esto de preguntarme, buscando por qué está ahí el Moncayo descubro que en uno de esos pueblos que le acompañan camparon a gusto las brujas, se sostiene un estratégico castillo medieval y aguanta sin padecerla una vieja excomunión ejercida por el abad del vecino Monasterio de Veruela. Pasa en Trasmoz, que es un municipio piramidal, de cuento, de esos construidos en una colina que remata en bella estampa su castillo.
Trasmoz es casi tan antiguo como imaginarse pueda, al menos tanto como el poblado celtíbero de La Oruña que está a cuatro pasos. En el Monasterio de Veruela -ya no lo es-, hubo un abad -Andrés de Tudela- que en el año 1255 pidió al arzobispo de Tarazona la excomunión de las gentes de Trasmoz porque le regateaban las leñas que debían cortarles del Monte de la Mata, un paraíso forestal cuidado ahora como una joya por el Parque Natural. El abad les quitó la confesión y la comunión con aquel pretexto de la madera para castigar al parecer los extendidos rumores de que brujos y hechiceras campaban a sus anchas entre el pueblo y el castillo, donde se decía falsificaban monedas.
En el siglo XVI las disputas se encarnizaron aún más por el uso del agua moncaína, tanto que el señor de Trasmoz inició una guerra contra el monasterio, detenida dándole razón por el rey Fernando II de Aragón. No se hizo esperar la respuesta, el monasterio logró el permiso del Papa para maldecir al señor de Trasmoz, Pedro Manuel Ximenez de Urrea, su descendencia y sus propiedades; al pueblo por tanto, y lo hicieron con un solemne ritual. Se leyó el salmo 108, de madrugada, sobre el altar de la iglesia, cubriendo el crucifijo con un velo negro, y haciendo sonar en cada línea de la maldición un golpe de campana. Desde entonces Trasmoz es el único pueblo maldito y excomulgado de España. Y solo otro Papa puede deshacerlo.
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