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La laguna de Olandina es un espectáculo de la naturaleza. Jorge Serrano Chica
GPS | Paisajes con alma

La única laguna con nenúfares blancos de Euskadi

Parque Natural de Izki (Álava) ·

La leyenda cuenta que en Olandina la tierra engulló un castillo por el desprecio a una joven

Sábado, 15 de junio 2024, 09:09

Un pueblo de la montaña alavesa se llama Apellániz. No, nada que ver con mi apellido, que yo sepa. Otros dos tienen por nombre Vírgala, ... Mayor y Menor. Entre ellos se esconde un círculo acuático donde antes dicen que hubo un castillo y ahora solo hay agua. Miento; hay agua, anfibios, pájaros, árboles, nenúfares y música coral.

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También una leyenda sobre aquel castillo que habla de una joven que mendigaba de casa en casa. Según el relato, le sucedió que tras llamar repetidas veces a la puerta de la fortaleza alguien acudió presto a abrirla pero, al instante, tras verla, la cerró violentamente sin siquiera pronunciar un saludo. No era cualquiera aquella muchacha; era la misma Virgen que, como castigo por el desprecio, hizo que aquel castillo fuese tragado bajo tierra. Y así, al hundirse, se formó una redonda laguna: Olandina. También dicen que de aquella leyenda de la Virgen les vienen el nombre a los pueblos Vírgalas, el Mayor y el Menor.

Ahora la ciencia nos desarma la pasión y las fantasías y nos explica, con el árido lenguaje de los geólogos, que Olandina es una laguna asociada a un diapiro salino y se ha formado al inundarse una depresión originada por el hundimiento del terreno cuando se disolvieron los yesos que bajo tierra lo sostenían.

Olandina es muy redonda. Dibuja un círculo casi perfecto entre un anillo de fresnos y sauces que solo pueden ver desde el aire los patos, las fochas y los demás pajarillos que en la laguna han puesto su morada. Quien pueda, además, cruzar ese tupido anillo forestal y asomarse entre la espesa filigrana de juncos lacustres descubrirá al otro lado un extraordinario sonido musical: cantan las ranas en coro, como si compitieran a cuál de ellas pone el timbre más elevado en su croar. Compiten entre ranas ágiles y sapillos moteados. Y lo mejor es que unas y otros lo hacen apostados a menudo en bellas embarcaciones floridas: en los raros nenúfares blancos.

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Antes los nenúfares flotaban por la mayoría de los ríos de Álava. Ahora lo hacen solo en este rincón escondido de la Montaña Alavesa, el único lugar de Euskadi donde viven. Flotan sus hojas redondeadas, sobre ellas, entre junio y julio, emerge blanca su única flor, hermafrodita, limpia y pura, con una cincuentena de pétalos que forman una estrella solo manchada por una explosión de anteras doradas.

En derredor ya están creciendo las mieses, que pondrán enseguida su contrapunto de amarillos de trigos y cebadas anunciando calores veraniegos. Más arriba, por encima de los tejados de Apellániz, las umbrías de los hayedos de San Cristóbal nos hablan de frescura invitando al goce de su aroma húmedo.

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Las aguas y la música de Olandina calman el espíritu como lo hizo la pasión de Ninfea, la ninfa de Diana herida por Cupido, salvada por haberse convertido en nenúfar.

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