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Los astilleros de Guarnizo y la fábrica de cañones de Liérganes arrasaron hace siglos los hayedos, quejigales y encinas que poblaban las faldas de Estacas de Trueba, convirtiendo ese rincón de los Valles Pasiegos en un desolado paisaje de aires esteparios, alquerías y muros artríticos ... de pizarra que parcelan el pasto de un verde jugoso. Allí, si uno aguza el oído y deja correr la imaginación, quizá alcance a escuchar el martilleo sincopado de los presos forzados, abriéndose paso a través de la cordillera; o los gritos de los niños en la escuela de Yera o los de sus madres pariendo en la clínica. O las campanas de la iglesia, que también las hubo, para templar el espíritu en ese valle de lágrimas.
La estación abandonada de Yera se levanta al pie de Estacas de Trueba. Llegar hasta allí es fácil: basta con seguir la A-8 y tomar la salida de Sarón o, un poco más adelante, la de Vargas, con pueblos como Selaya donde los aldeanos destilan su propio aguardiante con el hollejo de un vino peleón. 40 minutos separan ambos núcleos del apeadero, adentrarse en los túneles ya es otro cantar.
Hay que estar atento para no pasar de largo el desvío. Yera se materializa de pronto, incongruente, en la ladera de la montaña, sobre 34 arcos de hasta 50 metros de altura. Nadie que no vaya buscándola entiende qué pinta ahí. El sentido común aconseja no adentrarse con el coche y cubrir los últimos metros a pie, entre casas devastadas por el tiempo. Una pintada preside la caseta sobre una playa de vías sin raíles ni balasto. «Ni un día más despreciemos el esfuerzo de nuestros mayores».
Distancia 99 kilómetros desde Bilbao (66 más desde Vitoria) por la A-8, con salida en Sarón.
Altitud máxima 569 metros
La de La Engaña es una historia de las buenas, escrita con sangre y sudor. Comienza con los destacamentos de represaliados de la Guerra Civil reclutados en campos de concentración como el de Valdenoceda, cuando el Gobierno de Franco alumbró la idea de unir Santander y el Mediterráneo por tren. Se calcula que 600 trabajaron aquí sin derecho a sueldo hasta que se les indultó en 1945. Doce horas al día, envueltos en una humedad sofocante. 17 perdieron la vida, relata Teresa Cobo en su libro 'La hazaña estéril', aunque nada se sabe de las decenas que enfermaron de silicosis.
Cinco túneles bajo la cordillera, con sus apeaderos y barracones -hoy cubiertos de yedra y musgo- para los peones de la empresa zaragozana Portolés, que al cabo de un tiempo tomaron el relevo a los prisioneros. El quinto era el mayor de todos: la boca norte, con salida a Vega de Pas; la sur apuntando a Pedrosa de Valdeporres, en Burgos. 6.976 metros de galería que estaba previsto concluir en 50 meses y que se prolongó 18 años, entre 1941 y 1959.
Pero el túnel ferroviario más grande de España -hasta que se construyó el del AVE de Atocha a Móstoles- estaba herido de muerto antes incluso de ver la luz. Los trabajos se abandonaron a falta de 50 kilómetros de Sarón, donde la línea iba a conectarse con el ferrocarril de Santander. Ni siquiera llegaron a instalar las vías y lo que quedó en su lugar fue una explanada salpicada de socavones como cráteres. Se culpó a Bilbao de hundir el plan para así beneficiar a su puerto, pero fue el Banco Mundial quien desaconsejó seguir una inversión que había dejado de ser estratégica y competitiva.
La mala calidad del hormigón empleado -tenía aluminosis- y el nulo mantenimiento no tardaron en cobrarse su peaje. Primero se prohibió el paso de camiones, luego el de bicis. Cruzarlo a pie se convirtió en una temeridad, hasta que en 1999 un derrumbe a 34 kilómetros de la salida de Burgos lo impidió. Hoy, la galería se pierde gradualmente a la vista entre goteras que asemejan cascadas, como si el Ojáncano, el temible ogro de la mitología cántabra, se hubiera dejado el grifo abierto.
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