ELENA SIERRA
Jueves, 16 de agosto 2018, 13:55
A la entrada del pueblito de las Tierras Altas sorianas que se llama Oncala, una mujer espera con el niño en brazos a que llegue, la mañana de un domingo soleado de verano, el padre de la criatura. Es un momento importante: el hombre ... ha estado fuera, en Extremadura, cerca de ocho meses. No conoce al crío y, dado el tiempo que ha pasado, sería difícil decir que conoce a la mujer. Han estado mucho tiempo separados, como todos los años, como tantas familias en el pueblo y la comarca, como tantos hombres y mujeres antes que ellos, durante siglos. Ahí viene ya el pastor por el camino, con el chaleco de lana y la burra cargada de cosas. Detrás de ellos, un rebaño de más de 1.300 ovejas. Otros pastores. Y también unos cuantos turistas, senderistas, peregrinos, que se han convertido durante un fin de semana en trashumantes gracias a la 'OvejoAventura' que desde hace unos años organizan la Mancomunidad de Tierras Altas de Soria y los ayuntamientos de Las Aldehuelas, Oncala y Soria capital para recordar la experiencia de la Trashumancia, una forma de vida que ha sido declarada Patrimonio Cultural Inmaterial.
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Es una actividad milenaria que se conserva desde la época de los celtíberos y que en la Edad Media vivió su apogeo, aunque hace tiempo que es testimonial. Ahora, los que quedan, trasladan al ganado desde el sur en camiones, aunque una vez al año, en Soria, algunos se prestan a hacer dos o tres jornadas a pie como antaño para mostrarle a la gente la vida del pastor.
La fecha de esta fiesta 'Somos Trashumantes' -cuya información está en su página web- no es fija. Normalmente ocurría a mediados de junio, o a finales, pero este año el camino se ha retrasado hasta el primer fin de semana de julio. Acompañando al rebaño o por nuestra cuenta, hablamos de una ruta repleta de historia y paisajes que merece la pena recorrer. Comienza a la entrada de la capital soriana y la atraviesa para meterse en la Cañada Real, esa senda que fue dominio de la oveja hasta que los campos de labranza y las carreteras fueron ganándole terreno. Esta primera jornada va llaneando entre la carretera que va a Logroño, que no siempre se ve ni se oye, y el río Duero (al menos una parte del recorrido). Pasa por algunos bosquecillos, y enseguida se acerca al pie del cerro de Numancia.
Allí, en Garray y a la orilla del Tera, el ganado necesita descanso, pasto y agua, y lo encuentra todo a la fresca, debajo del puente. También los encuentran los pastores, y falta que les hace: la oveja es un animal lento, resistente pero lento, capaz de hacer tres o cuatro cosas a la vez -comer, cagar, andar-, pero lento, y eso cansa. Y aunque se trata de conocer la trashumancia -y su dureza- desde dentro, la organización se encarga de que no falte de nada para llegar a meta sin problemas.
El agua y la comida están garantizadas sin tener que meterlas en el zurrón. Con ellas, las anécdotas y las enseñanzas. Estas ovejas son de raza merina, que da muy buena lana. En los buenos tiempos, fueron enviadas a Australia, que es un lugar en el que las han criado siempre exclusivamente para lana, con lo que producen más cantidad, mientras que aquí también se tienen para leche. En otras zonas de la Península aun se hace la trashumancia con vacas o con caballos, como en León y en el Pirineo catalán.
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El padre de alguien fue 'reclutado' por su tío cuando solo tenía 9 años. Lo normal era que los zagales tuvieran 12 o 14 y hubieran acabado la escuela; el índice de analfabetismo era muy bajo entre los pastores porque necesitaban saber leer y escribir para cruzarse cartas con las familias que no veían en tantos meses. Aquel niño tuvo la mala suerte de que se muriera el hombre con el que compartía la tarea de cuidar un rebaño y estuvo dos días solo con su cadáver. Otro se quedó dormido en las horas en que le tocaba hacer guardia nocturna y cuando se quiso dar cuenta, las ovejitas se habían metido en un campo de cereal y se lo habían zampado todo.
Algunos estuvieron a punto de acabar en el río cuando la barca en la que cruzaban empezó a llenarse de agua. Las mujeres, mientras, se ocupaban de la casa, los campos y los niños en pueblos en los que los únicos hombres eran el cura y el maestro. Y eran esos hombres los que tomaban las decisiones, ellas no podían decir ni pío.
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Cuando existía el tren trashumante, hasta mediados de los 90, las ovejas llegaban a destino frescas y lozanas, mientras que desde que se hace el camino en camión se bajan del transporte mareadas y desorientadas. «Les pasa como a las personas», dice Ricardo, uno de los pastores de este rebaño. Pero son más asustadizas, rehuyen a las personas a pesar de ir en compañía de otras mil de las suyas.
La segunda parte de la primera jornada, que tiene unos 16 kilómetros, pasa por prados alfombrados de manzanilla y tomillo y por bosques, y va cayendo el sol cuando el ganado empieza a descender entre los árboles y las piedras para pasar la primera noche al raso tras una cena al aire libre en la que seguir aprendiendo algo de la trashumancia. Los pastores invitados pueden quedarse a contar estrellas (y ovejas) o alojarse en casas rurales de la zona, y a la mañana siguiente, a las siete, ya están andando en dirección a la sierra.
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La segunda etapa es más larga -cuentan los caminantes con artilugios que indican los kilómetros andados, y dicen que 22, 24, 26- y el paisaje va cambiando. De Gallinero se sube hasta un otero en el que se almuerza al estilo pastoril soriano: torreznos, picadillo, un guisote de hígado. Con vino. Y después las ovejas tiran monte a través hacia el Alto de la Cruz, a 1.474 metros de altitud; los restos del castro amurallado son hoy, como hace siglos, un punto perfecto para ver el paisaje. 360º de dominio visual, y el olor del tomillo y los cantos de los pájaros.
La bajada acaba cerca de un acebal, pero ese bosque no es la ruta del rebaño, que después de descansar -comen los pastores-, asciende la Sierra de Alba hasta los molinos de viento modernos y el puerto de Oncala. A un lado y otro de la sierra se ven los campos y algunos, muy pocos, pueblos. Hay coche escoba, por si acaso. Dependiendo del tiempo, las ovejas pasarán la noche en un redil cerca del puerto o más abajo, más cerca de su destino: Oncala.
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El pueblo las recibirá con fiesta a la mañana siguiente, y no es para menos. Los humanos que las llevan y las traen han estado en tierras lejanas hasta que se han agotado los pastos, y ahora vuelven a casa para quedarse unos meses mientras las ovejas limpian los prados de estas montañas y valles. Reconocido el crío, descargada la burra, metido el ganado en el redil, se reparten rosquillas y moscatel, se celebran juegos, hay música y se cuentan historias junto al museo del pastor de la Asociación El Redil.
Pone los pelos de punta, el museo, con todos esos testimonios de hombres y de mujeres, con todos esos objetos y prendas que hablan de un trabajo muy duro que fue, además de un medio de vida, una vía de comunicación e intercambio cultural entre distintos puntos de la Península durante siglos.
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Personas que leyeron en un libro en la escuela o vieron un reportaje sobre las trashumancia que las dejó fascinadas, hijos de pastores o tratantes de ganado que quieren ponerse en la piel de sus padres por unos días, parejas de montañeros, madres con hijos adolescentes que quieren vivir en la naturaleza y conocerla mejor, aficionados a la Historia, miembros de asociaciones de trashumancia de otros rincones, familias enteras que vienen de lejos pero tienen raíces en Soria... A más de uno de estos pastores le han preguntado, cuando ha dicho en casa que se iba a andar por la Cañada Real con un rebaño de 1.350 ovejas, qué tipo de gente podía hacer algo así. De todo tipo, por lo que se ve, y resumiendo, amantes de la naturaleza con interés por su entorno -y la cultura en su sentido más amplio-. Personas curiosas dispuestas a arrear el ganado y encontrar su propio grito, que cada maestrillo tiene su librillo, y cada pastor su tono para hacer que la oveja vuelva a la Cañada.
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