IRATXE LÓPEZ
Miércoles, 8 de julio 2020, 01:14
Érase una vez un verano extraño de una extraña época. Un periodo estival marcado por la incertidumbre. Cuentan los juglares que todo un pueblo debió encerrarse dentro de sus cabañas pues un enemigo invisible acechaba, traicionero. Los moradores de aquellas aldeas cambiaron sus costumbres para ... evitar la terrible invasión. A falta de largos trayectos en carruaje, conformaron deseos y ansias. Subidos en monturas menores, aprendieron a disfrutar de lindes vecinas mientras la esperanza de que el mal desapareciera crecía en sus corazones. Así conocieron montañas cercanas y valles ocultos, parajes de cuento dominados por viejos castillos.
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Bizkaia
Es muy probable que hayas estado, pero su belleza invita a volver. Imposible cansarse de la atracción encantada de este edificio, escenario perfecto para una película de fantasía medieval o de Disney. Alguien debió soñarlo una noche y decidió materializar la quimera. Fue el arquitecto Francisco de Cubas quien, en 1878, lo vistió con su aspecto actual, siguiendo el estilo imperante en los castillos más hermosos de Europa. A pesar de este nuevo traje recibido en el siglo XIX, el enclave traslada al Medievo, a una época marcada por enfrentamientos banderizos. Su situación ideal en Gatika, encimado a una colina, protegido dentro de un bosque centenario, tiene la virtud de hacer viajar en el tiempo. Invita a disfrutar de la paz curiosamente allí, donde se produjeron cruentas luchas durante trescientos años. Desde el siglo XVI nada menos, cuando gamboínos y oñacinos peleaban por la supremacía de su bando. Los señores de Butrón, protegidos en la fortaleza, ejercían su poder en el territorio. Antes, cuando aquellas tierras no contaban con esta fortaleza, los Butrón permanecían cobijados en una casa-torre. Sería un siglo más tarde cuando el V Señor de Butrón lo transformó en castillo.
Contemplar sus formas es siempre un lujo. Como es la única de las seis opciones presentadas en la que resulta imposible entrar, conviene añadir ruta cómoda desde Plentzia para aprovechar bien el día. Empieza en la estación del metro. Tras pasar el puente debes dirigirte hacia el frontón. Atravesarás primero el parque, también la carretera hacia un cruce, punto en el que una señal indica a dónde continuar. Basta con obedecer las señales blancas y rojas para llegar sin extravío. La ría de Plentzia acompaña el paseo, la presa de Arbina regala frescura. Hasta el edificio de diseño neogótico.
Cantabria
Fue entre los siglos XIII y XV cuando se levantó esta fortaleza, declarada Bien de Interés Cultual. Sobre un cerro, vigilando el camino que unía la costa con Castilla a través del Valle de Saja. En Argüeso, concretamente en la actual la Hermandad de Campoo de Suso, al sur de la provincia. Le concedieron el nombre de San Vicente, haciendo germinar así el emblema de señorío de la Casa Mendoza. Desde su elevación controlaba las tierras a su cargo. Contó con grandes figuras entre sus muros, como «La leona de Castilla», Doña Leonor de la Vega, que pasó por allí para defender la fortaleza de los Manrique de Lara.
Antes de este edificio culminaba el monte una ermita bajo la advocación de San Vicente mártir (IX). Los visitantes contemplarán sus restos en la base de la Torre del Homenaje. Una necrópolis altomedieval asociada al templo disfruta su sueño eterno en el patio de armas, tumbas de lajas que, según la norma de entonces, se orientaban al este. Serían los Reyes Católicos quienes, en 1475, convirtieron el lugar en la sede del Marquesado de Argüeso. Desde allí recaudaban tributos, convertidos en centro jurisdiccional y administrativo de la zona.
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Gipuzkoa
Las vistas son fabulosas, solo por ellas merece la pena acercarse. Asentado en el monte que le concede nombre, la historia de esta fortaleza comienza en 1888 con un claro objetivo, proteger San Sebastián de las tropas francesas desde Errenteria. Los vigías instalados alcanzaban con sus ojos tierra y mar, por eso ni ejércitos ni barcos escapaban a su revisión. Excelente mirador sobre Oarsoaldea, muestra al público una narración sobre la actividad militar. Por eso el turista encuentra constantemente a su paso ametralladoras, cañones, réplicas de soldados, artillería... Recuerdan con su presencia años de conflictos bélicos, de cruenta guerra civil tras la que este espacio fue utilizado como prisión. Más tarde, desde 1970, el ejército realizaría allí maniobras. Años antes de ser edificado, en 1836, el bando carlista aprovechó aquella situación estratégica situando allí parte de su línea defensiva, casamatas y baterías ubicadas en este monte y en Choritoquieta.
El paseo por las instalaciones es instructivo. Recuerda que constaba de obra baja y alta, la primera con dos baterías, una para cañones y otra para obuses. Los ocupantes se movían entre cañoneras, almacenes de pólvora, pabellón de oficiales y del Gobernador, dependencias para alojamiento y uso de la oficialidad… Entrarás al fuerte por un túnel que enlaza con el puente sobre el foso. Por allí pasaba la guarnición de 200 soldados de infantería y 50 de artillería que podía abarcar el lugar. Los 16 cañones, 3 obuses y 8 ametralladoras.
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Álava
Aires de leyenda bañan el lugar. Cuentan que próximo el año 1080, en tiempos del Cid Campeador, vivían allí dos hermanos y una hermana que sumaban esfuerzos al bando de Doña Urraca de Castilla, en guerra entonces con el rey de Aragón. Ella, María Perez, quería luchar como los hombres, por eso vistió la armadura para defender su estandarte. En la contienda se encontró con Alfonso el Batallador al que hizo prisionero. Sorprendido por su valor, el monarca pronunció sereno: «Habéis obrado no como débil mujer sino como fuerte varón y debéis llamaros Varona, vos y vuestros descendientes». La historia real defiende que en el año 680 el almirante visigodo Ruy Perez mandó construir la torre en un enclave estratégico. Dicen además que allí descansó Don Pelayo tras de la Batalla de Guadalete en el siglo VIII, comenzando desde este punto la Reconquista.
Visitar el lugar es visitar la historia, disfrutar la arquitectura militar del XIV en la localidad de Villanañe, sobre la planicie alavesa. Palacio y torre embellecen el entorno con su sillería, la del conjunto fortificado de mejor conservación en la provincia. Muro almenado y foso con agua lo protegen. Los Varona fueron, además, uno de las pocas familias notables de España que vivieron en el mimso lugar ininterrumpidamente desde el siglo XV, modificando exterior e interior según las necesidades de cada época.
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Navarra
Aunque su imagen nos engañe, es en realidad un palacio. Conjunto Monumental construido a principios del siglo XV según deseos de Carlos III el Noble, rey de Navarra, y de su esposa Leonor de Trastámara. Ambos disfrutaron este espacio en el que se encadenan patios, fosos y estancias rematadas por torres. Allí instalaron su corte los monarcas navarros, hasta que la conquista del reino se impuso y fue incorporado a Castilla en 1512. Maestros peninsulares y llegados de Europa levantaron los muros. Amaban el gótico civil francés que el rey navarro, nacido en Nantes, sentía como suyo. La fortaleza tenía fama de lujosa, la de mayor ostentación en Europa. «Seguro estoy de que no hay rey que tenga palacio ni castillo más hermoso y de tantas habitaciones doradas», escribía en su diario, conservado en el British Museum de Londres, un viajero alemán del siglo XV.
El fortín fue ideado con jardines suspendidos a veinte metros y zoológico. Por ellos y otros espacios jugaban con la pelota monarcas, cortesanos y séquito, amantes de corridas de toros, justas y torneos como los que tuvieron lugar durante la boda del príncipe de Viana, mientras sus majestades observaban desde la Torre de los Cuatro Vientos. Entre las anécdotas que se aprenden durante la visita –hay por libre y guiadas– se repite en ecos aquella que narra el momento en el que el general Espoz y Mina quemó el inmueble durante su retirada en 1813, con el fin de evitar que los galos aumentaran allí su resistencia. Obstinado, el palacio supo resurgir de sus cenizas.
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Burgos
Sus formas se adivinan desde el pueblo, altivas, encaramadas a una loma. Vigilan el caserío a su cargo. Aprendieron a proteger desde su nacimiento y se niegan a dejar de hacerlo a pesar de la jubilación. La mayoría de sus piedras ordenó colocarlas el primer conde de Miranda en el el siglo XV. Entre un monte y un río, para obstaculizar más el acceso a intrusos no deseados. Adaptada su largura al roquedo, a la famosa Peña de Aranda, que invade en su mitad occidental. Un foso escavado en la roca separa la puerta de acceso, salvado entonces por puente levadizo. La torre del homenaje impone estilo con garbo. Almenada, sus paramentos quedan ciegos, salvo para mirar a Peñaranda.
Dicen los entendidos que es una de las más equilibradas y airosas de Burgos, desde luego lo parece. En el siglo XVII de poco servía el castillo, por eso el conde prefirió guardar su armamento en el palacio de la villa. Pero por mucho que lo olvidaran, se mantuvo erguido con orgullo hasta hoy, declarado ahora Monumento histórico-artístico. Trazados, defensas, orden arquitectónico, de poder y justicia sobre el municipio se adivinan mejor desde su azotea. También vistas y relatos pasados.
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