Safari por el Paleolítico vivo

Comenzarán el recorrido en el propio pueblo, donde se montarán en un jeep o un vagón -dependiendo del número de pasajeros-. Antes de iniciar el viaje, el guía les advertirá de que tengan cuidado con las ramas de los árboles, eviten los movimientos bruscos y que, pese a tratarse de animales muy cotillas, no se les puede acariciar. Dicho esto, es hora de arrancar y tras pasar por un puente de piedra mágico, ya se encontrarán siglos atrás, en el Paleolítico.

Antes de llegar a la primera parada quizá se deje ver por el camino alguna vaca highland, la especie tan característica de Escocia que destaca por su pelaje naranja y su largo flequillo. Obnubilados por el paisaje, en un abrir y cerrar de ojos estarán ante varias familias de caballo tarpán. Se trata de una recreación genética, ya que el original se extinguió en 1875.

El equino llama la atención por su pelaje grisáceo, su línea negra en el lomo, y su crin blanca -algunas con mechones teñidos de negro-. Son animales especialmente jerárquicos con harenes de por medio. Las familias se presentan con un macho rodeado de muchas hembras; cuando nace un potro, el padre lo expulsa de la manada. Además, verán una particular cría cuyo padre -un pequeño burro llamado Rómulo- se las agenció para preñar a una yegua de tarpán.

En el segundo recinto tendrán el gusto de conocer a los uros. Pese a medir originalmente dos metros, la recreación es un poco más baja. Pese a que su flequillo y su morro rubio les hace parecer más tiernos, sus largos cuernos en forma de U infunden el suficiente respeto. Este bovino vivió en libertad hasta la Edad Media, cuando pasó a ser un animal al que los reyes -y solo ellos- podían a cazar. Como era de esperar, terminaron por no dejar ni uno vivo, declarándose extinto en 1627.

En 1920, los hermanos Heck se dispusieron a recrear la especie para el disfrute de los nazis -vamos, para seguir cazándolos-. En el mismo espacio comparten hogar con los uros un grupo de losinos, el caballo autóctono de Burgos cuyo pelaje es de un brillante negro.

Ya en la última parada se hallan los llamativos bisontes, con su ancha delantera y su estrecha trasera. De huesos grandes y musculosos, este bovino consume 30 kilos diarios de vegetales, entre los que destaca la madera. De hecho, el simpático macho Mocho pesa casi una tonelada. Son animales muy protegidos y solo dan a luz a una cría cada tres años.

Junto a los bisontes, los caballos de Przewalski se mantienen a distancia. A diferencia de sus primos los tarpanes, estos equinos no destacan por su tranquilidad. Provenientes de Mongolia, se trata de caballos salvajes -los últimos del mundo- que jamás han sido domesticados pese a los intentos de los jinetes mongoles. Se caracterizan por su pelaje color canela, su hocico blanco y su cresta al más puro estilo punk. Tan solo quedan 1.000 ejemplares en todo el mundo.

Tras disfrutar de los animales, toca aparcar y acercarse hasta el poblado paleolítico, donde se explicará cómo los humanos descubrieron el fuego y cómo cazaban -con demostraciones incluidas-. Al despedirse podrán volver al tecnológico siglo XXI con una pintura tribal en la cara que les recuerde su viaje. Tanto solos como acompañados por pequeños, no duden en acercarse a conocer a estos peculiares animales.