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¿Qué tal si, al andar, en vez de mirar hacia el suelo pruebas a levantar la vista? Son muchas las sorpresas. Conoces al dedillo las baldosas pisadas a diario, incluso recuerdas cuál se mueve y salpica. En cambio, apenas distingues los edificios levantados sobre ... ellas. ¿Qué no me crees? Medita esto: si te mostraran detalles de fachadas, serías incapaz de relacionar ese adorno estructural, ese alfiz, palmeta o fastigio con el lugar exacto donde espera. Te invitamos a mirar con atención, no solo a ver. A posar tus ojos en los rasgos de ciertos inmuebles. Como quien busca a Wally en un libro, salvo que no se trata de encontrar al personaje sino de distinguir peculiaridades arquitectónicas que ignoras normalmente.
La ruta transcurre por el núcleo social, revestido de tiendas centenarias, teatros y restaurantes. Partirás de Eduardo Dato y celebra los miradores acristalados y detente frente al Banco de Vitoria (1928), las Casas de Arrieta y el edificio de la Caja Laboral (1870), antiguo Café Suizo. Después, sigue hacia la Plaza del Arca para contemplar el edificio de Bankoa, que evoca las casas torre; el del Banco Santander, con toques medievales y románticos.
En San Antonio 41 tu destino pasa por la modernista Casa Pando-Argüelles (1911), obra de Julián de Apráiz que impresiona con su cúpula azul. En el 14, la Casa de Música mantiene de su construcción en 1880 fachada y primera crujía neoclásicas. Continúa el repaso junto al Gobierno Civil, en Olaguíbel, levantado en 1930 sobre el solar del convento de San Francisco. No podía faltar la Plaza de los Fueros, proyecto en el que aúnan fuerzas el arquitecto Luis Peña Ganchegui y el escultor Eduardo Chillida. Homenaje a la norma histórica, la crearon para exhibiciones de deporte vasco y actividades culturales.
En San Prudencio 29 protagoniza el espacio el Teatro Principal (1917) de Cesáreo Iradier. Su parecido al de Madrid, de estilo italiano, es evidente. En Manuel Iradier 46 quedó la Casa Fournier, donde en 1866 Heraclio instalaría su primera fábrica de naipes. Fíjate en la bóveda peraltada, en las buhardillas que rememoran el París de Napoleón III. El final lo pone la Plaza de la Estación; el inmueble se levantó en 1929.
La burguesía vasca devoró con gusto las delicias del Modernismo, que pretendía sacudirse el estricto tono academicista. Había que crear sueños nuevos, tendencia. Un paseo permite disfrutar lo que queda de aquella extravagancia. El hierro trajo dinero y el dinero, gusto. Empresas siderúrgicas y navieras, astilleros, compañías de seguros y entidades financieras influyeron en la expansión de un Ensanche aprobado en 1876. Coincidirían ganas de crear y buenos profesionales que materializarían ese deseo.
Incluso el Ayuntamiento organizó en 1902 y 1906 concursos para mejorar el nivel artístico de las edificaciones. Al segundo se presentó el proyecto que Luis Aladrén erigiría, uno de los pocos ejemplos del Modernismo aplicado al uso residencial en Bilbao: la Casa Montero, conocida como 'Casa Gaudí'. Localizada en Alameda Rekalde 34, destaca la profusa decoración de sus balcones y miradores de cemento. Leonardo Rucabado y Ángel Líbano firmarían, en los números impares de la calle Elcano, obras con elementos decorativos de la Sezession vienesa. El Lavadero de San Mamés 25 se inclinó hacia el tono triunfante en la capital catalana, también el de Castaños 11, ambos de Ricardo Bastida. El arquitecto municipal se encargaría además de la Casa Cuna y el almacén de vinos de la Alhóndiga.
Pero el mayor ejemplo del estilo que nos ocupa es el teatro Campos Elíseos. Realizado en 1902 por Alfredo Acebal, su fachada es obra del decorador francés Jean Baptiste Darroquy.
Dispones de 29 paneles para saber qué contemplas. En el paseo de las grandes villas compiten la belleza del mar y la de los edificios asomados a la costa. Las Arenas brilló desde finales del XIX a principios del XX. Elegantes edificios mostraban la firma de los arquitectos más reconocidos, que adoraban incluir su nombre en este particular paseo de la fama. Severino Achúcarro, Manuel María Smith, Rafael de Garamendi, Fidel Iturria, Emiliano Amann, Ignacio María Smith, Ricardo Bastida… todos dejaron su sello entre los muelles de Las Arenas y el de Arriluze.
Getxo disfrutaba a principios de siglo XX de la renta per cápita más alta de España. Por entonces, los hombres con grandes fortunas eran vascos, salvo contadas excepciones. Minas, Altos Hornos, transporte, bancos y electricidad fundamentaron su poderío. Se calcula que en los años 20 las familias de Neguri controlaban tres cuartas partes del acero y la mitad del hierro producido en España, más una buen porción de la electricidad.
En cuanto a la arquitectura, parecían inclinados por la regionalista, de elementos populares, como Aizgoyen, o la neomontañesa, como Eguzki Alde. También a la tradición inglesa, como Sener. O estilo ecléctico, mezcla de gótico, barroco y francés.
Web www.getxo.eus
El administrador de aduana, Lucas de Horcasitas y Gutiérrez-Rozas, escrituró el Palacio de Horcasitas, primera parada del recorrido. Un total de 11.916 reales sumaría el anticipo para su nacimiento en 1686. La forma paralelepípeda ocupa dos calles, la Vieja –Martín Mendía– y la del Medio –Pío Bermejillo–. Dentro espera uno de los escasos patios interiores porticados del Señorío de Bizkaia. La iglesia San Severino (XV), en la plaza de igual nombre, fue reformada en el XIX por Severino de Achúcarro, que diseñó unas espectaculares vidrieras.
Desde el templo discurrirás hacia la barroca Casa Consistorial, de interior clasicista castellano-montañés. La creó Marcos de Vierna y Pellón sobre 1743, aunque ha sufrido cambios. Pero si hay una imagen asociada a Balmaseda es la del medieval Puente Viejo, testimonio de su pasado amurallado. Erigido sobre el Cadagua, por allí cruzaban viajeros de la costa a Castilla. Otro templo, la iglesia San Juan Bautista (XV) en Martín Mendía, de estilo gótico-renacentista, fue fundada por Juan López de La Puente y veneró los restos de San Bonifacio.
También religioso, el monasterio de Santa Clara disponía de posición estratégica en el camino de salida a Burgos. El indiano Juan de la Piedra Verástegui donó el dinero para levantarlo. Por último, el palacio clasicista Urrutia, en Correría y parte del Cantón de la Fuente, comenzó su andadura con el almirante Diego de Urrutia y de los Llanos. Observa el acceso entre columnas toscanas.
Martín de Arespakotxaga mandó construir en 1620 el palacio con su apellido en Kanpokale y para ello derribó la muralla. Curiosa era la casa del servicio, Arespakotxaga Txikia, en la que aparece el versículo del 'Cantar de los Cantares': «Sub umbra illius quem desideraveram sedi» («Edifiqué a la sombra de aquel a quien había deseado»). Seguimos con el clan, pues hubo entre sus miembros caballeros de las órdenes de Santiago y Alcántara, secretarios de Felipe IV, militares de la Toma de Baeza, alcaldes...
Juan Arespakotxaga Azkarraga levantó en San Pío un soberbio palacio barroco. En este caso no cayeron muros, sino que se obligó a desviar al norte el camino que conducía a Durango. El linaje se había enriquecido con el hierro del monte Udalatx. De palacio a palacio y tiro porque me toca, aunque falte la rima: en el de Zearsolo o Casa Jara sorprenden su tamaño, verjas y jardín. La sobria fachada de la calle Berrio-Otxoa corresponde al XVII, la de la plaza a 1934. Otro palacio, el de Olazabal (1890), en Elizburu 46, que dicen que acogía las mejores fiestas. El busto de un caballo señala la cochera estilo británico. Pero no todo era piedra en Elorrio, el agua marcó tendencia con Los Balnearios, junto a la cruz de Kurutziaga, al final de la calle Berrio-Otxoa. Hubo dos, de aguas sulfurosas y ferruginosas. El de Belerín esperaba en terrenos actuales de Betsaide.
¿Adivinas las siguientes paradas? ¡Palacios! El de Urkizu Aldatsekua (XX), en Ibaikua 7, muestra detalles románticos como pozo, trazado de senderos y piezas en los muros. El aspecto del de Urkizu Tola –Elizalde 1–, con fantástica balconada, lo decidió el marqués de Tola de Gaytán en 1900, aunque el edificio fue deseo del capitán Agustín de Urquizu en 1677.
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