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Gozar de una buena salud es el deseo más extendido entre los humanos, incluso por delante del dinero, aunque habrá quien prefiera cambiar el orden. Las plantas han sido siempre buenas aliadas para mantenerla. Antes de que aparecieran los laboratorios estaban las boticas; antes de los boticarios, los herboristas. Conocer sus métodos y las propiedades de cada especie, viajar al pasado sin moverse del presente para contemplar estancias repletas de albarelos es posible de la mano de visitas a museos o monasterios.
Bilbao
Bermeo fue una de las primeras villas del Señorío, la primera en la costa. Su temprano nacimiento supuso que contara antes que otras con servicios como el de farmacia. La de Gabilondo, la más antigua de Bizkaia, abrió a finales del siglo XVIII y sigue regentada por la misma familia, a pesar de los cambios de apellido. Sus elementos destacables, la farmacopea de principios del XIX y el botamen se donaron al Museo Vasco de Historia de la Medicina y de las Ciencias, situado en el campus de Leioa.
Allí se pueden observar aportaciones del Hospital de Basurto y de farmacias privadas como Urrutia y Aristegui (Bilbao) o Aramburu (Plentzia). La sala dedicada a la farmacia aguarda en el primer piso de la biblioteca. Conserva más de mil frascos con productos naturales, químicos, oficinales y específicos para elaborar medicamentos. «Algunos se remontan a finales del XIX, pero la mayoría son de principios del XX y del período de entreguerras, antes de la irrupción de las multinacionales», explican.
Durante la visita guiada verás alambiques con los que se preparaban los fármacos, alquitaras, balanzas de alta precisión, la balanza Beranger con zócalo de madera, morteros de bronce y piedra, el jarabero, la tolva o molinillo de drogas o la máquina compresora para crear comprimidos. Medio centenar de fracos y vasijas en cerámica y algunos formularios y farmacopeas del XIX se suman a la muestra. Anécdotas no faltan a estas viejas boticas. Un propietario de la antigua farmacia de Pinedo en la Gran Vía bilbaína, por ejemplo, se convirtió en monje del monasterio de Silos. Antes había sido anfitrión de tertulias en la trastienda del local. Acogía en sus reuniones a intelectuales y artistas como Aranzadi, Juan de Echeberría y Regoyos, Unamuno y Achúcarro, incluso al abad de su futuro monasterio.
Burgos
Hasta el complejo religioso burgalés de Silos nos trasladamos para conocer otra de las boticas más cucas. Los monjes gestionaron en la Edad Media un hospital y leprosería, familiarizándose así con la botánica. Por eso se conserva la farmacia nacida en 1705 a la que acompañaba jardín botánico especializado, laboratorio bioquímico, biblioteca y botamen (conjunto de vasijas). La sala expuesta al público es de la época, aunque no se encuentra en el emplazamiento original.
En la biblioteca contemplarás cerca de 400 volúmenes, algunos del siglo XVI y la mayoría del XVII al XIX. «Destaca un magnífico 'Dioscórides' de 1525, con excelentes dibujos de animales y plantas. No era solo una joya bibliográfica, se convertía en necesaria consulta para los boticarios del monasterio o los confeccionadores de licores de hierbas», aclaran. También permanece allí el botamen y cerca de 400 jarros de loza, «hechos expresamente para esta botica, con el escudo del monasterio», añaden.
Y anaqueles con preciosos tarros de pócimas y remedios, hornos, retortas, alambiques e instrumentos de cocimiento y alquitaramiento de sustancias, «con ese aire entre fáustico o alquímico y de inicios científicos que guarda este viejo recinto de oración y trabajo, de memoria histórica y cultura de siglos», agregan desde el monasterio.
Cantabria
Conocer las plantas medicinales no es fácil… hasta que alguien te las presenta. Jon Palazuelos, ingeniero técnico forestal y guía de naturaleza, te acompañará durante una ruta por el valle de Cabuérniga. Al finalizarla, el grupo degustará tapas silvestres preparadas por el chef Antonio Vicente. Y habrá taller para elaborar un ungüento con las especies recogidas. Durante el paseo, circular y sencillo, descubrirás plantas comestibles y medicinales. Aprenderás sus usos, su recolección y precauciones de consumo.
«El ser humano utiliza desde hace milenios plantas para curarse y alimentarse. Con la aparición de la agricultura, las especies se fueron seleccionando hasta llegar a los vegetales más comunes que hoy cultivamos. Por el camino se han perdido propiedades que siguen intactas en sus parientes silvestres. La ruta pretende ser una iniciación a este mundo que nuestras abuelas conocían para completar su dieta y botiquín», explica Palazuelos.
Ejemplos de lo que encontrarás son la Alliaria petiolata, cuyo aspecto recuerda a una ortiga y su olor al ajo, aunque se ha utilizado como vulneraria, antipútrida y antiescorbútica dado su alto contenido en vitamina C… perfecta para caldos y platos de pescado como merluza o bacalao. La Urtica dioica, conocida comúnmente como ortiga mayor, que cuenta entre sus virtudes con aminoácidos esenciales, vitamina K y C, ácido cítrico, ácido fólico, hierro y sales minerales que aportan un sabor salado sin las contraindicaciones de la sal. «Se emplea para mejorar la circulación, de modo diurético y depurativo. Además está indicada en champús y jabones para la psoriasis y la caspa», recuerda el guía, que acercará otras curiosidades.
León
La siguiente farmacia de colección se encuentra en la localidad leonesa de Sabero (a 60 kilómetros al norte de León). El Museo de la Siderurgia y Minería de Castilla y León guarda con mimo esta botica relacionada desde sus inicios con la ferrería. La historia comienza con un nombre, Fructuoso Martínez. Nacido en Boñar en 1827, fue miembro de una dinastía de boticarios y fundador de la farmacia local, que abrió a mediados del XIX. Se hizo además con una finca del barrio del Rebedul donde cultivaba una huerta medicinal.
La ubicación del local dentro del complejo minero siderúrgico supuso una mayor atención a la clase obrera. «Las nuevas formas de producción comportaban frecuentes accidentes y lesiones laborales, fracturas y heridas contusas, intoxicaciones y afecciones pulmonares», enumeran desde la sala expositiva. El boticario preparaba las drogas naturales (quina), medicamentos polifármacos (Triaca Magna) y ofrecía los primeros manufacturados entre los que se encontraba la popular sal de Selz.
Estella
Estella propone una ruta por libre para conocer un arbusto que tiene mucho que ver con la zona, el zumaque, concretamente la variedad Rhus Coriaria. Su uso viene de la Edad Media, servía para cocinar, para el curtido de pieles y como medicina. Creen que llegó de Oriente y resultó un buen regalo que lucen ahora las laderas alrededor de la ciudad. «El otoño es la época de máximo esplendor, cuando adquiere tonos rojizos», aseguran sus impulsores, así que aprovecha.
El paseo mezcla senderos naturales con cultura y tradición. Se divide en tres sectores, así que optarás por hacer solo un tramo o completarla. «Hay que tener en cuenta que las hojas pueden generar sarpullidos al entrar en contacto con la piel; sus pequeños frutos son los que se aprovechan», añaden. ¡Ajo avizor, pues si no están maduros pueden ser tóxicos! Maduros, en cambio, tienen un sabor ácido y afrutado que los romanos usaban como acidulante. Aparece en recetas turcas, libanesas, sirias, iraquíes, iraníes y egipcias, o en platos y cervezas de Estella nacidos a raíz de esta ruta. Sus ventajas: cualidades antimicrobianas, antioxidantes y propiedades hipoglucemiantes para la diabetes.
El primer sector, en la zona de San Lorenzo y San Millán, cubre 5 kilómetros y alcanza el punto más alto. El segundo (4,5 km) transcurre entre huertas y sube a los pinares de Santa Bárbara, accediendo a la ermita con panorámica de la ciudad y los restos del antiguo Fuerte Militar Carlista. El tercero, más corto, sube en pocos metros hasta la Cruz de los Castillos en busca de vistas de la ciudad y pisa los barrios de San Pedro y Curtidores. Existe una variante con mayor número de zumaqueras, zona salvaje de 3,5 kilómetros por el antiguo Camino a Grocin.
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