Concejo de Tiebas
Paisajes con alma

La ruina en piedra de un rey navarro

Castillo de Tiebas (Navarra) ·

Jueves, 18 de enero 2024, 17:05

A un lado varias canteras desarman la montaña de Alaitz a golpe de explosivos. Al otro, braman a ratos los reactores de los aviones que desde Pamplona arrumban al cielo. A los pies no cesa el ruido de los motores que veloces circulan por la ... autopista a Zaragoza.

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No, no se diría que el Castillo de Tiebas está en un lugar paradisíaco. Pero puede parecerlo si nos acercamos caminando cuando en los campos vecinos los girasoles o las colzas pintan amarillos intensos; también si al ocaso, con los ruidos atenuados y las luces crepusculares encendiéndose, el castillo sale de la oscuridad y cobra nueva vida.

Ahí, al pie de la montaña de Alaitz, en una colinilla del pueblo de Tiebas, se sostiene poco más que una ruina de un histórico castillo. Una ruina sobre la que se podrían escribir suculentas novelas, rodar películas y sobre todo imaginar tramas, enlaces y desenlaces.

Porque el castillo de Tiebas se fundó a la vez que la villa del mismo nombre un 23 de enero de 1264. Solo han pasado 760 años. Ambas las fundó Teobaldo II y por necesidad en las afueras de Pamplona, para que fuera un núcleo de burgueses. Teobaldo II casó con Isabel, la hija del rey Luis de Francia que venía del castillo del Louvre, y para que su consorte se sintiera a la altura de los hermosos palacios de la familia mandó hacer el de Tiebas al gusto del gótico francés. Era en realidad una sede real proyectada para vivir cómodamente cuando venían a Pamplona, envidiable por supuesto, con su séquito de sirvientes, confortables estancias, rica decoración, un cinturón de huertas para asegurarse el alimento.

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Esto es el principio del castillo, no habría sitio en todo este periódico para contar los sucedidos entre sus paredes mientras pasaban por él reinas y reyes de Navarra, de cuando fue sede del tesoro, archivo real, o prisión de la Corona. También fue destruido en una de las guerras con Castilla, en el siglo XIV; lo reconstruyeron más tarde los Beaumont que lo entregaron después a la Casa de Alba. En el siglo XIX estaba casi entero pero sus piedras fueron marchándose montadas en carros para otras cosas. Los arqueólogos no se preocuparon por darle valor hasta hace muy poco y, ahora sí, nos dicen que es una pieza importante del patrimonio.

Pasear entre aquellos muros cualquier tarde de invierno invita a imaginar para qué, qué sucedió entre ellos, a especular quién se asomaría a las ventanas y qué se veía desde ellas, incluso quién se bebía el vino de la bodega a la que aún se puede bajar. A cualquiera con curiosidad se le ocurrirá una pregunta: ¿de dónde y cómo trajeron la piedra arenisca de estas paredes si todo lo que hay alrededor y explotan tantas canteras son calizas arrecifales?

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Yo no tengo la respuesta aunque me fui a buscarla monte arriba al pasadizo y cueva de Diablozulo, no fuera cosa del demonio la obra del palacio de Tiebas. Pero no, allí solo hay murciélagos escondidos y tampoco ningún pastor lleva ya sus ovejas para ocultarlas a los soldados que las buscaban en la Guerra Civil para apropiárselas y ponerlas a guisar en el rancho.

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