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Paisajes con alma

Rocas negras que se arrastran al mar

Alkolea de Mutriku (Gipuzkoa) ·

Domingo, 10 de marzo 2024, 19:00

Sobrecoge bajar a la orilla del mar en Alkolea cuando el Cantábrico se enfurece. Más si se piensa que es un lugar mágico, que un día los gentiles trabajaron para llevar hasta el mar el gigantesco pedrusco negro que parece allí intentar sujetar al océano ... sin conseguirlo. Hay una antigua leyenda que dice que los gentiles empleaban sus fuerzas descomunales también a modo de entretenimiento y así lanzaban desde las montañas hacia donde les venía en gana o encaprichaba piedras de tamaño gigantesco. Y así explicaban los vascos más viejos cómo es que aparecía rocas de colores y composición desconocida en los parajes más extraños.

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Alkolea es uno de esos sitios legendarios, escondido al pie de un acantilado en la costa de Mutriku. En la rasa mareal despunta un enorme bloque de roca, cada día un poco más redondeado a cuenta del desgaste que producen el viento y las olas. Lo raro del pedrusco de Alkolea es su color negruzco, pero eso nos lo explican los geólogos a su manera. «Son calizas nodulosas formadas gracias a la cementación por carbonatos inducida por la actividad bacteriana, relacionada con escapes hidrotermales ricos en hidrocarburos», casi nada. En cristiano diremos que son calizas cretácicas, como la mayoría de las montañas plateadas de Euskadi y con unos cien millones de años, pero que almacenan incrustaciones de cuarzo. Gracias a ellas, estas rocas sirvieron para tallar piedras de molino muy cerca de Alkolea, en las canteras de Arbide y Errota Arri, lo que no era posible con otras calizas. De aquella cantera muchas piedras embarcaron en el s.XVI hacia los molinos de Portugal.

El pedrusco de Alkolea nos avisa de esa singularidad que es el Flysch negro, todo un fenómeno de la geología, y que se extiende entre la playa de Saturraran y la desembocadura del río Deba. Porque sus incrustaciones vinieron rodando sobre un lecho gigantesco desde las Landas francesas antes de quedar sedimentadas en el lecho marino. Claro, esto no pasó ayer ni anteayer, sucedió un poco antes, hace cien millones de años.

En el Flysch Negro de Mutriku se quedaron también atrapados millares de bichejos marinos, entre ellos los amonites, enormes caracoles de la familia de los cefalópodos, antecesores de los pulpos y los chipirones que ahora nos comemos. Es curioso su tamaño, de hasta 30 y 40 centímetros, su sistema de navegación, por impulsión a chorro, y su manera de subir y bajar dentro del mar, con cámaras inundables, igual que los submarinos. Ya no viven, son solo fósiles, pero estremece verlos en la colección que Esperanza Azkarraga y Jesús Narváez han arrancado a las rocas durante años, haciendo posible que exista en Mutriku un museo que explica esa vida singular propiciada por un clima benigno donde ahora hay rocas negras que el mar se empeña en empujar en cada marea.

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Para los estudiosos en geología, su mayor valor es que conservan el mejor de los registros que se conocen de estratos sedimentarios entre las fallas de la cuenca Vasco-Cantábrica y también es un ejemplo reconocido de esta geología entre los expertos de todo el mundo.

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