Gozan de admiración por el verbo, por eso aprovechan estas líneas para conjugar algunos. Descubrir, conocer y recordar son infinitivos que estos cinco escritores vascos declinarán a lo largo del reportaje con el fin de que tú, lector, descubras rincones únicos en las localidades que ... les vieron nacer. Conocerás sus pasos y observarás esos rincones con tus ojos para averiguar por qué los han elegido. En estos paseos hay inclinaciones del alma, memorias, notas que recuerdan la infancia, huellas del ayer, estados de ánimo… momentos que marcan para siempre.
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Juan Bas (Bilbao)
Bilbaíno de los que se saben centro del mundo, el escritor Juan Bas (1959) guarda preciosos recuerdos del antiguo Mercado de La Ribera. «Es uno de los escenarios urbanos de mi infancia. La abuela Mari me llevaba con ella a hacer las compras. Me gustaba especialmente la planta del pescado, localizada por debajo del nivel de la calle y cuyos puestos estaban juntos, como pasaba en las otras dos con los de carne y verdura».
El autor de 'El refugio de los canallas' (Alrevés, 2017) medita abrazado por los recuerdos. Recopila la información adquirida con sus cinco sentidos. «Era un pequeño mundo abigarrado, de intensos olores, lleno de vida y de un bullicio que incluía alguna divertida bronca entre pescateras, buenas innovadoras del lenguaje». Evoca también el arte del regateo, le agradan esos destellos de la memoria, «regateo con fórmulas casi preestablecidas, que practicaba mi abuela con las aldeanas que vendían su verdura en largas mesas de madera; y no se me ha olvidado el pequeño horror fascinante que me producía un hirsuto recadero que devoraba con cierto exhibicionismo recortes de carne cruda recibidos a modo de propina».
El tiempo pasa, mudan gentes y edificios. Aun así, el impulsor del 'Festival Ja! Bilbao' mantiene la costumbre de acudir al nuevo Mercado de La Ribera todas las semanas. «Tengo mis puestos fijos, me tratan muy bien y me gusta mucho su renovada estética, el buen ambiente y los bares con la terraza que da a la ría. Aunque quizá eche un poco de menos aquellos tiempos algo bizarros».
Karmele Jaio (Vitoria)
La escritora vitoriana Karmele Jaio (1970) tiene claro su lugar preferido: «el Paseo de la Senda, en especial el tramo entre el parque de La Florida y el puente de la vía del tren», especifica. Tampoco titubea al explicar las razones. «Es un tramo espectacular si miramos hacia arriba, a la copa de los árboles. Se trata de plátanos centenarios, con ramas retorcidas que compiten entre ellas buscando la luz. Cuando caen las hojas parecen brazos que se entrelazan. Me parece un auténtico monumento natural. Tengo mucho cariño a este parque, guarda muchos buenos recuerdos», asegura.
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Gasteiz forma parte de su obra. Los lectores de 'La casa del padre' (Destino, 2020), por ejemplo, recordarán que en esta novela los protagonistas viven en la capital alavesa. Jaio pasa por el Paseo de la Senda todos los días camino al trabajo. «Miro hacia arriba porque la imagen es siempre diferente. Cambian los árboles, cambia el cielo y supongo que también cambia mi mirada», reflexiona. Incluso se detiene a fotografiarlos, ya que le producen un profundo impacto. «Siento una emoción muy especial, también unos metros atrás, en el parque de La Florida, sobre todo cuando paso a primera hora y los rayos de sol entran entre las ramas como focos de un teatro. A veces se crea un espacio mágico, como si presenciaras una pintura al óleo en vivo».
Unai Elorriaga (Getxo)
El Premio Nacional de Narrativa por 'Un tranvía en SP' (Alfaguara, 2003) no duda. Hay un lugar preciso entre sus opciones: Urkijo Baso. «Es una zona boscosa de Algorta a la que tengo mucho cariño. La he usado siempre para bajar desde el casino a la playa de Ereaga, aún lo hago. Jugaba con los amigos y, ya de adulto, me enteré de que también lo hacía mi madre, apenas ha cambiado», asegura Unai Elorriaga (1973). Allí la imaginación infantil no conoce límites. «Existía un muro con una pequeña ventana arriba. Los críos pensábamos que había una bruja; es más, un día medio oscuro medio nublado juré haberla visto, estaba seguro, si hasta lo contaba orgulloso», añade.
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El camino se extiende sobre unos cien metros. «Estás en medio del pueblo, pero parece que has cambiado de zona con tanto verde». Años después, los pasos de un Unai adolescente se acercaron hasta el Mirador de Los Chopos. «En verano me juntaba allí con la cuadrilla, hablábamos de nuestras cosas y comíamos pipas». Reconoce que no suele ubicar sus novelas en localizaciones concretas, pero sí se inspira en espacios conocidos como este. «Es habitual solo para la gente de Algorta, fíjate que hace un tiempo encontré allí a unas turistas y me hizo mucha ilusión, porque no suelen verlo y a mí me resulta muy singular», asegura.
Txani Rodríguez (Llodio)
Vecina de Llodio, Txani Rodríguez (1977), creadora de 'Los últimos románticos' (Seix Barral, 2020), descubrió esta senda tras el confinamiento el pasado año. «Aunque está muy cerca de mi casa, antes de la pandemia no realizaba esa ruta, solía andar por el parque lineal del Nervión, pero cuando comenzó la desescalada se llenó de gente y preferí buscar alternativas». La extrañeza de aquella época marcó su devoción por el paseo. «Tengo un recuerdo que no creo que olvide nunca, el reencuentro con la naturaleza después del encierro, la luz del atardecer, el sonido de los cencerros de las vacas, la placidez de las ovejas, la belleza de las encinas, el olor de las higueras, la visión amplia, abierta, el silencio», rememora.
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El camino, circular, parte desde el barrio de Lateorro y se completa en algo más de una hora. «Me gusta mucho recorrerlo cada vez que tengo oportunidad. Suelo partir del campo de fútbol de San Martín, desde donde arrancan las primeras cuestas, no demasiado pronunciadas a excepción de un tramo corto, hasta el barrio de San Bartolomé, en el que varios caseríos se agrupan alrededor de una ermita construida entre los siglos XV y XVI, que da nombre al enclave», concreta.
A partir de ese punto Txani afronta el ascenso, que atraviesa un pinar profundo y se abre a una loma luminosa. «Se ve a un lado Llodio y al otro, Orozko. En ese punto, de campas y robles, es posible observar el Itxina, el Ganekogorta o el Kamaraka. La senda continúa hacia Asudio y desde allí arranca el descenso». La vuelta a casa.
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Kirmen Uribe (Ondarroa)
Creció en una familia vinculada a la pesca, por eso no resulta extraño que Kirmen Uribe (1970), otro de nuestros Premio Nacional de Narrativa, elija entre sus preferencias la cucaña del Puente Viejo de Ondarroa. «Los niños del pueblo se bañan en la ría y saltan desde allí. Es un lugar mágico, sinónimo de juego y de libertad», asegura. Comenta detalles sobre su historia, por aquello de ayudar a conocerlo añadiendo datos. Y aprovecha para recordar su infancia.
«El puente era perfecto para jugar al escondite, nos colgábamos de los hierros del balcón de la cofradía vieja y nos deslizábamos por el pretil». Licenciado en Filología Vasca en Vitoria, cursó estudios de postgrado de Literatura Comparada en la localidad italiana de Trento, aun así la tierra tira. «A los pies del puente se halla una pequeña capilla con la imagen del Padre Eterno. Era una de las puertas de entrada a la antigua muralla, la entrada a un mundo mágico», sueña despierto el autor de 'Bilbao-New York-Bilbao' (Seix Barral, 2009).
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Avisa, para sedientos y comilones, de que muy cerca encontrarán restaurantes con buen pescado. «De esa zona me gusta la merluza a la ondarresa del Sutargi, el rodaballo a la brasa del Joxe Manuel y el bacalao del Alai, aunque en todo el casco antiguo hay un ambiente especial, es donde está el alma de Ondarroa». Allí se encontraba el puerto antaño, la lonja de pescado… «Se funden pasado, presente y futuro».
Además, el visitante puede observar a las chicas del club de remo practicando. «Ondarroa es un lugar que cuida la transmisión de la lengua y su cultura. Hay mucha afición por la historia y al tiempo es un lugar de gente abierta, progresista y con sentido del humor, que a mí me encanta».
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