Entre quejigos, hayas, 'karobiak' y una 'txondorra'
Montaña alavesa ·
Desde Bernedo sale una ruta que recorre caleros y una carbonera reconstruidaMontaña alavesa ·
Desde Bernedo sale una ruta que recorre caleros y una carbonera reconstruidaEn Bernedo, en la Montaña Alavesa, bosques de quejigos y hayas protegen los vestigios de los oficios de antaño. Desde la villa amurallada, parte la ruta de los caleros y la carbonera, un homenaje a aquellos hombres y mujeres que amaestraron el fuego. Es un ... paseo de cinco kilómetros. Los guías de Natouring, la empresa que organiza recorridos por el patrimonio arquitectónico y verde de la Cuadrilla, explican cómo funcionaban las 'karobiak' y la 'txondorra', el nombre en euskera de las ancestrales artes de sacar cal de la piedra y carbón de la leña. La ruta parte de los restos del castillo de Bernedo, al que Sancho el Sabio otorgó el fuero en 1182, y baja por el pueblo en dirección a la ermita de Ocón. Desde la campa del eremitorio parte el camino. Está señalizado. Enseguida recibe al senderista la sombra del bosque. Y los boj. La abundancia de este pequeño árbol silvestre en esta vertiente norte de la sierra de Cantabria es la que ha dado el mote de 'txirrikeros' (cuchareros) a los vecinos de Santa Cruz de Campezo y alrededores. Fueron maestros de tallar cucharas, tenedores, katilus y otros enseres.
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El paseo transcurre por una zona protegida pegada al parque de Izki y catalogada en la Red Natura 2000. El primer alto hay que hacerlo en el único calero reconstruido por completo. Un panel explicativo cuenta cómo se excavaba el agujero para la leña y cómo se levantaban después la falsa bóveda y las paredes que se iban a convertir en el horno de la cal. De cada calero salían entre 5.000 y 7.000 kilos.
Ruta de los caleros y la carbonera. Un paseo de 5 kilómetros que sale desde la villa amurallada de Bernedo
El camino avanza hacia otro hito. El Ayuntamiento de Bernedo ha recreado una carbonera como las que hacía el mítico Tasio con su 'alkate' o vara para controlar el fuego. Junto a la pira, hay una pequeña cabaña de madera como las que armaban esos domadores de llamas y desde la que vigilaban día y noche durante dos semanas el fuego. No podía ni apagarse ni avivarse demasiado. Tras esta parada llegan los restos originales de tres grandes hornos de cal con las paredes aún vitrificadas por las altas temperaturas. El regreso a la villa regala una de las mejores vistas panorámicas de la zona.
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