Borrar
Festival de la Lavanda en Brihuega.
Festival de la Lavanda en Brihuega. Eulogio Veldenebro Manso
GPS | Planes

La Provenza española está llena de lavanda y en Guadalajara

Esta flor de dulce fragancia ha dado un nuevo impulso a la Alcarria que Camilo José Cela recorrió caminando y en la que Ernest Hemingway escribió algunas de sus crónicas de guerra

Jueves, 3 de abril 2025

Partimos de tierras vascas pensando que este reportaje nos iba a salir florido, que el aroma a lavanda lo inundaría todo y las páginas se teñirían de violeta. No andábamos desencaminados, porque Brihuega se ha convertido en el jardín de La Alcarria. Especialmente en julio, cuando autobuses repletos de visitantes vestidos de blanco se lanzan a los campos para caminar entre el paisaje y hacerse fotos. Dos mil hectáreas de esa planta dan para mucha imagen, por eso su floración supone un buscadísimo espectáculo. El clima mediterráneo favoreció el cultivo y la profusión de productos relacionados con ella, no solo cosméticos, de salud o aromáticos, también podrá encontrar el visitante pastas e incluso cervezas de lavanda. Y un festival que celebra la recolecta con conciertos y otras actividades.

Paraguas de color lavanda adornan una de las estrechas calles de Brihuega. María Isabel Aguinaga

Hay dos formas de vivir la experiencia, por libre o con visita guiada viernes, sábados y domingos a las 19.00 y a las 20.30 horas por 3 euros. Lo curioso es que la famosa habitante de esta localidad llegó no hace demasiado a asentarse en su nuevo hogar. Así que cuando Camilo José Cela realizó en 1946 el viaje que colocaría en el mapa a una hasta entonces desconocida Alcarria, el autor no pudo contemplar un horizonte morado. «Brihuega es un pueblo fresco y risueño, tendido sobre la ladera de un cerro, entre huertas y arboledas. Tiene fuentes claras y abundantes y un viejo castillo con historia. Por las calles se ven todavía muchas casas blasonadas con escudos erosionados por el tiempo. Hay en el aire un olor a espliego, a campo abierto y a pan recién hecho. El viajero camina despacio, dejando que el pueblo se le revele poco a poco, con sus recovecos de piedra y sus sombras frescas», escribió en su libro, sin rastro de lila ante sus ojos. Y aquí es donde enlazamos con el principio de este reportaje porque, decíamos, nuestra primera intuición mudó durante la estancia y, sin pretenderlo, estas líneas acabarán resultando más literarias de lo previsto.

La razón: por la localidad enclavada en la provincia de Guadalajara caminó Ernest Hemingway durante la Guerra Civil. Aquí compró casa el escritor y reportero Manu Leguineche, tras llegar animado por su afición a la caza y enamorarse de la quietud. Y la poeta, ensayista, periodista y mecenas cultural Margarita de Pedroso, musa de Juan Ramón Jiménez, ayudó a rescatar el patrimonio histórico local. Así que nos rendimos a la evidencia de que esta historia va de eso, de historia y de literatos.

La Torre de la iglesia de Santa María de la Peña domina el valle del Tajuña.a Torre de la iglesia de Santa María de la Peña domina el valle del Tajuña. Óscar Chamorro

La contienda civil atrajo al Nobel norteamericano en 1937. Decidió quedarse para cubrir La batalla de Guadalajara, que enfrentó al Ejército Popular Republicano contra un Corpo Truppe Volontaire italiano engordado por carros de asalto y autos blindados. De nada serviría a los segundos tanto armamento, acabaron retirándose tras un sonado fracaso. «Era un día luminoso y claro en las rojas colinas al norte de Guadalajara, cuando llegamos al borde rocoso de una meseta, donde una carretera blanca bajaba serpenteante hacia un valle empinado, y mirábamos a las tropas fascistas en una meseta que subía por el estrecho valle. 'Allí viene uno por ese sendero', dijo un oficial español a mi lado. 'Tienen un nido de ametralladoras allí. Mire, hay tres más. Mire allí, cinco más'», comenzaría su crónica un Hemingway reportero. No era la primera vez que un ejército fuerte se veía obligado a dar marcha atrás por estos lares. El pueblo había sido escenario de la batalla que cambió el paisaje de Europa durante la Guerra de Sucesión Española. En 1710, los británicos liderados por el general Stanhope cayeron ante las tropas borbónicas. La derrota supuso la subida al trono español del primer Borbón, Felipe V, frente a la casa de los Habsburgo.

Restaurante de la Real Fábrica de Paños. M. López

Hablando de Felipe de Anjou, a él debe la localidad la existencia de uno de sus edificios más emblemáticos, la antigua Real Fábrica de Paños situada en el barrio de Santa Lucía, en la parte más alta. Construido a lo largo de la segunda mitad del siglo XVIII, el complejo industrial fue un obsequio de los Borbones precisamente por el apoyo durante el conflicto. No se trataba de un regalo desinteresado, la monarquía prentendía impulsar la industria y el comercio español. Y lo logró. La prosperidad alcanzó de lleno a la villa, los puestos de trabajo se multiplicaron, aunque la circunstancia no siempre fuese unida a los derechos de los trabajadores. Una casa-fábrica circular de dos pisos, la primera con esta forma en Europa, con planta todavía perfectamente definida, albergaba 66 telares. También había batán a orillas del río Tajuña para batanar los paños, lavadero de lana, tierra de secano destinada a la siembra de güalda con la que obtenían el tinte amarillo del idéntico nombre... Años más tarde realizarían la ampliación correspondiente a las naves adosadas, los ramales de prensa y tinte con dos plantas y semisótano.

De fábrica a lujoso hotel

El edificio, joya de la arquitectura industrial de hace tres siglos, luce ahora radiante gracias a una cuidadosa reforma que el hotel cinco estrellas Castilla Termal Brihuega (www.castillatermal.com/) realizó con mimo para convertir un edificio ruinoso, cerrado a cal y canto por riesgo de derrumbe, en una combinación de diseño industrial, rústico y moderno que enamora a quienes lo observan. Una enorme puerta barroca de 1810 coronada por un no menos grande escudo heráldico da acceso al patio con capilla, zaguán de entrada a la rotonda principal que alberga el restaurante techado gracias a una cúpula transparente. Permite imaginar la ventilación que ese círculo facilitaba antaño, la luz óptima necesaria para crear detallistas productos de hilado fino cuyo destino eran las casas reales y nobles. Todo puede observarlo con detenimiento el huésped, que vivirá días de ensueño y relajación entre estos muros gracias a sus servicios de lujo. También los no hospedados, pues es posible acceder no solo a su magnífico spa, de atractiva arquitectura, y a su espacio wellness con masajes y tratamientos para todos los gustos, sino al restaurante. Además de a otra de sus bondades, los jardines versallescos, con parterres y cipreses, adornados por farolas, cenadores y fuentes, desde cuyos miradores observar el pueblo y su Conjunto Histórico Artístico.

Detalle de las laberínticas Cuevas árabes. Juanje Pérez

Como los paños creados por las hilanderías, las calles estrechas y sinuosas del núcleo urbano se enlazan obedeciendo a un pasado medieval. Conservan la esencia de la arquitectura tradicional alcarreña con puertas robustas de madera, patios interiores y teja árabe. Para las paredes echaron mano a la piedra más común de la zona, la caliza, que suavizaron con balcones de madera y ventanas. Callejear se traduce en conocer el Convento de San José, fundado alrededor de 1619 por Juan de Molina y que ha servido como hospital, prisión, centro educativo, taller y sala expositiva según las épocas. La antigua muralla creada entre los siglos XI al XII. El castillo, hoy día cementerio municipal. Las iglesias de San Felipe, San Simón, San Miguel y Santa María. Las innumerables fuentes con valor cultural y paisajístico. Suscitan especial interés entre los visitantes las Cuevas Árabes, laberinto subterráneo de unos ocho kilómetros, cavadas durante la dominación musulmana entre los siglos X y XI, para facilitar la huida de los habitantes. Aunque actualmente solo es posible recorrer 700 metros de túneles, parece sencillo intuir aquel lejano pasado y comprobar el ingenio de quienes las construyeron como especie de laberinto donde despistar al enemigo.

De Brihuega a Torija

La Alcarria suma 500 kilómetros de sendas naturales. La ruta más famosa es la denominada 'Viaje a la Alcarria', inspirada en los pasos de un Camilo José Cela cargado con su morral al hombro y el cuaderno para apuntar sus percepciones. Conecta, en su segunda etapa, Brihuega y Torija a través de 18 kilómetros, por si en vez de ir en coche apetece usar los pies. Páramos y fértiles valles se alternan con bosques de encinas y quejigar, huertas, lavanda y espliego, romero, tomillo o salvia.

Campos de lavanda durante el festival. Eulogio Veldenebro Manso

Por el cielo vuelan rapaces como el azor o el gavilán; por el páramo y el valle van rebaños de ovino como el cordero alcarreño. Y en el agua nadan truchas y barbos. Conocida como la puerta de la Alcarria, Torija aguarda al fondo de un estrecho valle con su mismo nombre, entre dos planicies. Esa ubicación le concedía gran importancia estratégica como paso natural desde la meseta castellana hacía Aragón. Reina entre sus calles la espléndida fortaleza medieval cuyos orígenes parecen remontarse hasta finales del siglo XII, cuando los Templarios controlaban la zona. Pero el tiempo pasa, borra mocedades y aplica arrugas incluso a los edificios, por eso la actual estructura data de la segunda mitad del siglo XV, cuando cayó en manos de la familia Mendoza. Alberga el Centro de Interpretación Turística. Y en su Torre del Homenaje, un espacio dedicado al escritor gallego, el Museo de 'Viaje a la Alcarria'. Cerca puede conocerse la renacentista iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Asunción (XVI), con bonito arco plateresco de entrada al presbiterio.

El castillo de Torija. O Mundo Afora/ adobe stock

Imposible abandonar esta zona guadalajareña sin conocer Hita… y a la literatura recurrimos nuevamente. Allí ejerció el famoso arcipreste Juan Ruiz, creador del 'Libro del buen amor'. De citas plasmadas en sus páginas está repleta la localidad. Y en su plaza sigue encarcelado por oponerse al celibato obligatorio, entre otras cuestiones (al menos su representación), sin cesar en el empeño de la escritura. «Que dice verdad el sabio claramente se prueba; hombres, aves y bestias, todo animal de cueva, desea, por natura, siempre compaña nueva y mucho más el hombre que otro ser que se mueva», escribió en aquellas páginas por las que pululaban la Trotaconventos.

El pueblo de Hita. Alfonso López

Hita espera sobre una atalaya natural, un cerro usado ya por los romanos como puesto de vigilancia sobre la calzada de Mérida a Zaragoza. En tiempos de árabes fue conocida como Fita, término de origen latino que se refiere a un lugar fijo y sobresaliente. Siguiendo con su historia, el rey castellano Alfonso VI conquistó sus tierras en 1085, pero antes la villa ya aparecía mencionada en la 'Leyenda de los Siete Infantes de Lara' y la 'Vida de Santo Domingo'. Cristianos, judíos y musulmanes compartieron espacio, de ahí que las banderas correspondientes a cada uno de estos grupos luzcan en la localidad. Y de ahí que exista un antiguo barrio judío, cuya población creció hasta alcanzar en el siglo XIV un control económico basado en la producción vinícola.

Mirador en Hita. M.López

La familia alavesa de los Mendoza acabaría convirtiéndose en señora de Hita. Entre ellos, en el siglo XV el más poderoso fue el Marqués de Santillana, Iñigo López de Mendoza. Reconstruyó el castillo hacia 1430 y fortificó la población; mucho más tarde, la guerra civil se encargaría de hacerlos desaparecer de nuevo, al ser Hita línea de frente durante toda la contienda. Antes, a finales del siglo XV, coincidiendo con la expulsión de los judíos y la llegada de los Reyes Católicos, ya había comenzado el declive del señaladlo hoy día como uno de los Pueblos Más Bonitos de España.

Hita con guía

Conviene apuntarse a la visita guiada que se reserva en la Casa-Museo del Arcipreste, la Oficina de Turismo, a las 12:00 y las 17:00 horas los sábados, domingos y festivos. El horario se amplía en verano. Dura una hora y cuesta 5 euros que permiten conocer no solo las calles, sino tesoros cuya puerta se encuentra cerrada para el resto de público. Los principales, una de las curiosas casa-cueva en las que habitaron los vecinos, con espacios robados al légamo, tierra arcillosa del cerro; y una bodega de las muchas existentes desde hace seis siglos y también cavadas en el suelo, utilizadas para almacenar el caldo. Sus recipientes muestran sellos, marcas de alfarero de origen medieval que funcionaba como firma identificativa. Luce refuerzos con arcos de ladrillo y al fondo suma aljibe para almacenar el agua de lluvia.

Puerta de Santa María. M.López

En caso de ir por libre, encontrará el viajero a la derecha, mientras asciende a la Puerta de Santa María, el palenque. Conecta con los antiguos recintos de madera medievales dedicados a albergar torneos caballerescos. Cada año alberga justas a pie y a caballo, basadas en las que tenían lugar entonces, pero sin sangre ni heridos. Aguarda bajo la muralla medieval que sigue allí desde el siglo XV. La puerta mencionada se ha convertido en el símbolo más visible de la localidad. Comenzó a construirse en 1441 y luce estilo militar gótico. Ha sufrido mucho, incluida carga de dinamita durante la Guerra Civil, que la destruyó parcialmente. El escudo de armas de Iñigo López de Mendoza, marqués de Santillana y señor de Hita, además de militar y poeta, la preside con elegancia.

Da paso a la amplia Plaza del Arcipreste, denominada en realidad Plaza Mayor de Hita, donde se instalaba el mercado en el siglo XV y que funcionó como barrio principal de una judería en la que sus habitantes se enriquecieron con vino y lana. Observa las fachadas de ladrillo de tradición mudéjar. «Donde no hay moneda, no hay mercancía, ni hay tan buen día, ni cara contenta», escribió el arciprestre en su popular obra. Con un poco de imaginación, podrá escuchar el turista el tintineo de aquellas con las que se comerciaba entonces.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

elcorreo La Provenza española está llena de lavanda y en Guadalajara