Una plaza medieval levantada sobre lagares de vino
Aínsa (Huesca) ·
Un caserío del siglo XII labrado en sillares y asomado a un cruce de caminos entre parques naturalesSecciones
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Aínsa (Huesca) ·
Un caserío del siglo XII labrado en sillares y asomado a un cruce de caminos entre parques naturalesLa primera sensación suele ser la que se impone al paso del tiempo y en mi caso es desembocar en la plaza de Aínsa después de haber atravesado los más de 3.000 metros del túnel de Bielsa, que atraviesa los Pirineos. Un pasadizo de ... roca claustrofóbico y asfixiante que sale a la luz entre pinos y carrascas, donde aspiras con fruición el aire frío que anida en las cumbres después de imaginarte enterrado en vida; las alondras, milanos y buitres leonados compitiendo entre sí por captar tu atención. A unos kilómetros al sur, en la plaza, decía, las golondrinas reciben a los extraños con una sinfonía estridente mientras cruzan el cielo como flechas con voluntad propia, buscando refugio entre las vigas y sillares de una villa de casas macizas que parecen ancladas en el tiempo. Uno casi espera tropezarse con un caballero montado en su brioso corcel hasta que el petardeo de un ciclomotor o los portazos del camión de reparto le sacan de su ensoñación.
El casco antiguo es heredero de los siglos XI y XII, cuando el castillo y la torre defendían esta tierra de frontera entre el Cilindro de Marboré y el Aneto. El pueblo tiene dos calles, dos, me refiero al caserío que se levanta sobre el espolón que domina la confluencia de los ríos Cinca y Ara. La calle Mayor y la de La Cruz arrancan de la Plaza Mayor, confluyen en la Placeta de San Salvador y en el camino dibujan un coqueto circuito punteado de arcos y puertas con nombres tan rotundos como 'de Abajo', 'de Afuera' o 'de Arriba'. También de casas como la de Bielsa, con ventanas geminadas y sede actual del Museo de Artes y Oficios Tradicionales; o la de Arnal, con sus portadas y rejas, cuyos límites llegaban mucho más allá de sus paredes. La tierra, ya se sabe, es lo primero.
Distancia 181 km desde Pamplona, pasando por Jaca (A-21), Sabiñánigo (N-330) y la N-260 hasta Aínsa
Además de bares y agroturismos, una carnicería que es a la vez tienda de souvenirs y camisería, guarda las esencias de este valle del Sobrarbe, encajado entre el Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido, los Cañones y la Sierra de Guara, o el Parque Natural Posets-Maladeta. ¿Cuáles? Pues las longanizas y butifarras, los quesos de Saravillo y las cecinas, los patés y cassoulets del otro lado de la frontera, el vino de Somontano y los orujos de la montaña... Ese destilado del que se nutren los buenos momentos.
Porque le dirán muchas cosas de Aínsa y todas son ciertas. Le hablarán de su iglesia románica de Santa María, coronada por una torre esbelta con saeteras que remite a un pasado no tan apacible como nuestro presente; de su castillo, antaño rodeado por un foso y con un patio de armas descomunal al que ahora asoman el Ecomuseo de la Fauna Ibérica o el Geoparque de los Pirineos; o las murallas, que se conservan aún enmascaradas en las propias viviendas y donde se abren cinco puertas como troneras.
Pero si Aínsa tiene un tesoro, ese es la Plaza Mayor, testigo de cientos de ferias y mercados. No sólo se cuenta entre las más bellas de España; en la región sostienen que es la única que conserva sus edificaciones originales, aunque sus tejados, en un principio de losa, han sido sustituidos por tejas árabes. En la Oficina de Turismo explican que su elemento más característico son sus porches, también de estilo románico y con arcos de medio punto. No están a la vista, pero debajo de ese suelo de adoquines que maltrata los pies, hay excavados dos lagares o prensas de vino comunales a los que se accede desde los restaurantes. Qué ancas de rana, oiga.
Cuentan los vecinos que esta villa rodeada de montañas, glaciares y lagos fue fundada en el año 724, cuando Garci-Ximénez se impuso a las huestes musulmanas al amparo de una cruz luminosa que ardía sobre una encina, creando lo que sería el germen del Condado de Sobrarbe. Parece una historia sacada de mezclar la zarza en llamas de Moisés con la victoria de Pelayo, pero bueno, bienvenidas sean las licencias poéticas. Sea como fuere, aún se conmemora en la actualidad con la fiesta bienal de 'La Morisma', un drama histórico-popular que combina elementos míticos, religiosos y culturales y en el que toman parte todos los vecinos.
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