En pie sobre una ballena
Cabo Cebollero, Oriñón (Cantabria) ·
El saliente rocoso prolonga en el mar las calizas agrestes de la peña CandinaSecciones
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Cabo Cebollero, Oriñón (Cantabria) ·
El saliente rocoso prolonga en el mar las calizas agrestes de la peña CandinaAl Cabo Cebollero le pusieron ese nombre porque antaño se cultivaron allí cebollas rojas. Ahora no hay cebollas, ni rojas ni blancas, salvo que por casualidad reaparezca alguna silvestre o vayan en la tortilla de algún paseante.
Antes debió de haber alguna otra forma de ... referirse a esa peña que los curiosos y la gente de tierra llamamos ahora «la ballena» pero nadie se acuerda. Vista desde tierra eso parece, una ballena asomando medio cuerpo fuera del agua, quizás varada sobre las arenas de la ensenada de Oriñón. Esa ballena rocosa prolonga la entrada en el mar de las calizas agrestes de la peña Candina que parecen haberse ido deslizando bajo el mar para permitir que en el rellano intermedio se instalara el pueblito de Sonabia. Por eso al Cabo Cebollero le llaman también Punta Sonabia. En realidad, antes de estar allí la aldea, alguien había ocupado hace más de dos mil años un pequeño castro en la Punta Pilota, excepcional mirador asomado al mar sobre la coqueta playa de Sonabia. No hay ningún relato que nos lo confirme pero no es de extrañar que sus arenas pudieran haber sido en algún tiempo un refugio de piratas. Y quizás fueran ellos, aunque todo es un suponer, los que sufragaron la construcción en 1882 de la ermita de la Virgen del Refugio. Ya se sabe: a Dios rogando y con el mazo dando.
Las rocas de la ballena no son cosa cualquiera. Más allá de su belleza y de su singularidad visual nos enseñan una constitución muy particular, con su piel pétrea arrugada y salpicada de resistentes nódulos de sílex. En las arenas de las miniplayas que la cortejan y en las de Valdearenas que se esconden bajo las dunas rampantes al pie de la montaña asoman bellísimas geoformas de caliza, los geólogos dicen que son «acuafactos»; ¡toma ya!
Llegar a poner los pies en la cabeza de la ballena no es tan fácil; tan poco tan difícil si se hace con el permiso de las mareas. Si hay marea alta la ballena es más una isla, o casi. Y solo cuando el nivel del agua es bajo y el oleaje detenido se pueden franquear los laberintos de roca que dan paso a la cresta del cetáceo gigante.
Hay algo que desde allí solo se puede hacer entrado el mes de junio: ver ponerse el sol en el horizonte sobre el mar, después de haber acariciado la Punta Buciero, en Santoña. Entonces, quizás y acaso si se dieran las circunstancias propicias, ver por un instante el extraño rayo verde en la confluencia de agua y cielo sería un precioso regalo.
La ballena no se come a los peces que la habitan, tampoco los pescadores que tienen prohibido capturarlos desde sus rocas porque es un espacio protegido. En sus praderas ya no hay cebollas, pero como son bonitas van a ellas las parejas recién casadas a dejarse fotografiar para el álbum nupcial. Casi siempre al atardecer, mientras los demás contemplamos el ocaso. ¡Qué romántico!
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