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Un piano rojo en la pradera de Arbaitzarte
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Arbaitzarte está escondido entre los bosquecillos de ribera que abrigan al río Altube y las laderas pinariegas del Parque de Gorbeia que trepan por Korteta ... y Mintegizarra hacia la cima de Nafakorta. Arbaitza, Arbaitzarte y Arbaitzagoiti son tres barrios de Orozko, pero sus alturas lindan con tierras de Baranbio y eso significa que cabalgamos porBizkaia, con Araba cerca, en busca de ese rincón singular donde un piano rojo descansa en una pradera de verdes profundos.
Allá arriba solo suben algunos caminantes, solo los vecinos de los caseríos de estos barrios; casi seguro que son algunos de los más apartados de Orozko y hace falta para ello buenas piernas o motor con energía, porque no son para nada flojas las cuestas que nos llevan. Allí se sacó madera, ahora solo quedan pinos; también piedra, desmenuzando la roca madre para hacer muelas de molinos y una buena parte de los adoquines que pavimentaron el centro de Bilbao.
En Arbaitzarte, por apuntar datos históricos, residió el tatarabuelo por parte de madre del poeta Blas de Otero. Lo del piano tiene su historia, faltaría más. Es un piano «de pega», de madera, bastante ligero, pero que, con la tapa de su cola abierta, parece verdadero. Parece verdadero visto de lejos, de cerca ya es otra cosa porque desvela una rústica construcción de tablas. Su color rojo es lo más potente porque ataca como un grito inesperado sobre ese fondo de verdes que lo envuelven.
El piano rojo se fabricó, con otras piezas también de madera, para servir de atrezzo en una obra de teatro que en la primera década de nuestro siglo representó el grupo Tartean: 'Sonata bat segundu batean eta piku...'; y dirigió el fallecido Aitor Mazo (el cura en '8 apellidos vascos'), con guión de Patxo Telleria. José Cruz Gurrutxaga, Inaxio Tolosa y Telleria fueron los actores. El protagonista era un pianista aspirante a triunfar en la música, pero dedicado a acompañar con su instrumento en espectáculos cómicos.
La obra y el piano giraron por un sinfín de localidades y sus elementos quedaron después almacenados, amontonados pero no olvidados, en un rincón del caserío donde se habían fabricado: en Arbaitzarte. Se guardaron para un por si acaso que nunca llegaba. Había por fin que hacer sitio y pensar qué hacer con el piano, la última pieza resistente de las maderas de la obra.
Y hasta hubo debate. Entre los asistentes a una peculiar tertulia se discutió qué pinta un piano en una campa, si es coherente con el entorno o es un estorbo al paisaje. Dado el visto bueno, y para que no quede camuflado y desdibujado mientras envejece, alguien propuso pintarlo de un estridente rojo chillón que, a decir verdad, llama la atención sobre el tapiz que lo soporta. Así ha llegado al día de hoy.
Periódicamente la pintura del piano se renueva para que mantenga la memoria de aquel pianista frustrado. En una pequeña colina del barrio de Arbaitzarte que domina paisajes de horizonte largo bajo los que murmura el río Altube.
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