Persiguiendo a Judas entre viñedos
Samaniego (Álava) ·
Samaniego (Álava) ·
Cuando se cruza la sierra de Toloño pasando el puerto de Herrera es obligatorio asomarse al Balcón de La Rioja. Mirar hacia el sur, después de haber atravesado los hayedos del norte serrano, es emocionante. Lo es porque, de pronto, se descubre el trabajo de ... ese gran río Ebro, deslizándose aquí como una culebra a través de un espectacular mosaico de viñedos. Ningún artista podría dibujar de modo tan hermoso semejante lienzo, cargado de geometrías indescriptibles. Un lienzo punteado además de pequeños pueblos, arracimados como si quisieran protegerse del frío, o quizá procurarse sombra veraniega.
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Ahí abajo, casi en primer término y más cerca de la sierra que del Ebro, está Samaniego. No es un pueblo cualquiera porque ahí suceden cosas singulares. En Samaniego cuelgan un burro de la torre de la iglesia, luego les digo por qué; en Samaniego forran de rosquillas a Jesucristo; en Samaniego persiguen, fusilan y queman a Judas, en Samaniego hacen buen vino pero también excelente y original zurracapote.
Pasan estas cosas muy cerca de la histórica torre palacio de los Samaniego, un portentoso edificio del siglo XVII, que ahora abriga un lujoso hotel, capricho de la poderosa familia financiera Rothschild y que dirige la baronesa Ariane. Allí se come y se duerme bien, pero el zurracapote se bebe en la calle, mezcla singular y muy embriagadora de vino clarete, agua, azúcar, limón y canela, reposada al menos dos días antes de echársela bien fresquita al gaznate. Fría entra bien en las fiestas de agosto que se celebran en honor a la Virgen del Valle en torno al primer fin de semana.
Es entonces cuando cuelgan a la bestia de la torre defensiva, que eleva la mirada de la iglesia sobre los tejados y a la que un día subieron un burro para que comiera una hierbas de melga o alfalfa que allí habían prosperado. Lo hicieron, dicen, amarrado del pescuezo con una soga. No sabemos si llegó ahogado ni si comió las hierbas pero sí que los de Samaniego son «melgueros» por sus alfalfas. Y que el burro sigue subiendo cada año a la torre para inaugurar las fiestas. Pero no se me asusten, lo hace pertrechado con sus albardas por una tirolina y además es de pega.
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Lo de las rosquillas forrando a Jesucristo sucederá de nuevo el Domingo de Resurrección, que ya está cerca. Desde la mañana temprano se coloca en el centro del pueblo un templete representando un huerto, en el centro la talla de un Jesucristo resucitado, enramadas de boj y frutas le rodean. Allí está para que las gentes del pueblo traigan collares de aromáticas rosquillas que le cuelgan de cuello y brazos hasta taparlo por completo. Para entonces ya está empalado ante el palacio un judas rechoncho y grotesco, hecho de ropa vieja y paja, con el zurrón que corresponde a los ladrones colgando. A mediodía el resucitado es llevado en procesión para ser bendecido. Más allá habrá un juicio y Judas será condenado por ser culpable de todos los males de Samaniego y sus vecinos, se le pega un tiro y después de correrle las calles arrastras se le enciende fuego. Es día de resurrección y el Judas de Samaniego se queda en cenizas; parecido al de Salinas de Añana o el de Moreda con su Judesa.
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