La pequeña Capadocia está en La Rioja

Quien no haya oído hablar de esta cueva puede que se quede sin palabras ante el espectáculo de túneles y galerías interconectadas, sostenidas por esos aparatosos pilares que le dan nombre. En ese largo recorrido -la gran extensión del complejo rupestre es una de sus señas de identidad- se han utilizado los recursos de estos tiempos, como los efectos sonoros, en el depósito de agua, o los olores que nos trasladan al herbolario que aquí pudieron tener los monjes.

El origen del considerado complejo rupestre más intrincado y asombroso del Valle del Cidacos nos lleva a la Edad Media, cuando fueron excavadas. A lo largo de la historia han tenido distintos usos: puede que nacieran como refugios contra la violencia de las invasiones bárbaras, aunque luego han sido también lugares de culto (ermitas, eremitorios o incluso un monasterio), de la economía del campo (bodegas, palomares, pajares, abejeras, corrales) o, simplemente, viviendas particulares, como ocurrió hasta que fueron abandonadas décadas atrás.

Uno de los elementos más característicos de las cuevas son los nichos o columbarios que, según explican los especialistas que han investigado esta excavación, recuerdan a los que utilizaban los romanos para colocar las cenizas de los caídos en batalla. También pudieron ser osarios, donde se conservaban calaveras o huesos de monjes y ermitaños. Y palomares, en una época más reciente.

Hay muy pocas cuevas talladas por el hombre y con columbarios en España como las que se pueden visitar en Arnedo. En el valle del Cidacos, sin embargo, sí hay otros cerros horadados (de ahí, de nuevo, la alusión a la Capadocia). Sin embargo, esta cueva de los Cien Pilares es especialmente llamativa por la amplitud de las salas, y por sus reconocibles oquedades, puertas y ventanas abiertas en su fachada.

Pero si se quiere seguir la ruta y continuar caminando por las entrañas de la tierra, a apenas doce kilómetros de distancia se encuentran las cuevas del Ajedrezado, en Santa Eulalia Somera (Arnedillo). Reciben el nombre por lo que para nosotros, hoy, es simple decoración -los nichos excavados en la pared parecen formar un tablero de ajedrez, por el contraste entre la luz y la sombra entre las casillas más profundas y las otras-. Como en el caso de las Cuevas de los Cien Pilares, todo tenía un sentido funcional y pudo tratarse de columbarios, osarios donde se depositaban los huesos de los eremitas que vivían en las cuevas, o habitáculos para la cría de palomas, que habrían servido a los habitantes para alimentarse y para conseguir abono.

Lo que sí parece cierto es que en aquel lugar hubo un monasterio conformado por dos oquedades comunicadas, con una inscripción latina que lo fecharía en la época musulmana y hornacinas en los alrededores.

Una manera de acercarse al pasado más remoto, el que acerca al visitante a la Edad Media. Y todo ello, en un entorno en el que no faltará la buena mesa y los ricos caldos.