Los mejores planes culturales para los próximos días

«Subimos al escenario a personas que normalmente son invisibles para la sociedad y nos preguntamos por su historia: la cadena de acontecimientos que les ha llevado a un punto de no retorno», afirma José Troncoso, dramaturgo y director de la obra, que es además actor y profesor de interpretación. El mundo del teatro le sigue con atención desde que la primera obra que escribió, 'Las princesas del Pacífico', obtuvo dos candidaturas a los Max.

'Lo nunca visto' indaga «en lo que se esconde detrás de nuestras propias vidas». Los errores y aciertos que nos han convertido en lo que somos, los efectos del paso del tiempo. Lo hace con mucho humor y un toque surrealista. Belén Ponce de León, Alicia Rodríguez y Ana Turpin interpretan a estas tres mujeres que se preguntan en voz alta, igual que todos hacemos alguna vez, ¿cómo hemos llegado hasta aquí? Y sus respuestas son auténticas, como la vida misma.

Nada es ajeno al teatro, tampoco las carencias y las esperanzas de la España vacía, o vaciada. 'Don Quijote somos todos' acerca esta semana al Social Antzokia de Basauri la lucha de un pueblo manchego «de cuyo nombre nadie se acuerda» por no desaparecer para siempre. Con malas comunicaciones y peores servicios, su único patrimonio es la gloria literaria. Es la cuna de Don Quijote y el Gobierno, al parecer, planea construir un Parador Nacional de Turismo que aparece en el horizonte como su única esperanza de futuro.

Los vecinos se vuelcan en este empeño como si el pueblo entero se hubiera convertido en un caballero andante. Con pasión, ironía y el imprescindible punto de locura, la compañía zaragozana Teatro del Temple, que tiene 25 años de trayectoria, presenta una comedia crítica que convierte al Quijote en sujeto colectivo. Episodios tan conocidos como la lucha contra los molinos de viento adquieren una nueva perspectiva en el texto de José Luis Esteban. Carlos Martín encabeza un reparto coral que se reparte distintos papeles. Como un pueblo unido ponen en pie una obra fresca y original, que utiliza el humor absurdo para decir verdades.

Estos días la danza no solo se ve, o se siente, sino que directamente se toca. Se hace cuerpo más que nunca; se vuelve gesto y se recrea en el aire, y además muestra que no es algo lejano, ni inaccesible, sino todo lo contrario. Es lo que tiene, para empezar a situarnos, que hoy mismo se inaugure la primera exposición de danza de Azkuna Zentroa, 'Steve Paxton. Drafting Interior Techniques' -sobre el creador del contact improvisation, al que se considera el gran observador e investigador del gesto cotidiano y por tanto renovador de la contemporánea allá por la década de los sesenta-. Entre las muchas actividades programadas para los próximos meses está, el sábado, la actuación del esloveno Jurij Konjar, que retoma tres piezas del creador norteamericano ('Flat', 'Satisfyin lover' y 'Goldberg Variations'). Será interesante acudir a esta cita después de haberle echado un primer ojo a la exposición, estructurada en torno a las grandes preguntas del trabajo de Paxton y a audiovisuales de sus improvisaciones.

El domingo, en la misma línea de, digamos, tocar la danza, hay que ir a ver a Arymux en el Teatro Campos. Rakel Rodríguez, intérprete de lengua de signos, se dio cuenta un día de que hacía falta una traducción de los espectáculos, del arte, para las personas sordas y se puso a trabajar en ello. El resultado es lo que se llama signodanza, que recrea todas esas sensaciones que nos producen el teatro, el poema, la música y el baile de una manera realmente accesible para todos los públicos. 'Bailando el silencio' es uno de esos montajes que hacen que «el lenguaje de las manos borre las fronteras y cree un espacio que fusiona palabra y silencio», como dice Arymux.

Aunque se estrenó en la Cuaresma de 1783, Mozart escribió su Concierto para piano y orquesta Nº 12 en el otoño del año anterior. Había llegado a Viena no mucho antes y es una de las primeras obras que compuso en la capital de Austria. Una obra que carece de la ambición del Concierto Nº 9 'Jeunehomme' pero que es una de las bases sobre las que construirá la extraordinaria serie de piezas concertantes para el teclado que se inicia con el Nº 19. Y una pieza también que presenta la característica especial de que puede interpretarse en la versión para piano y orquesta o en otra para piano y cuarteto de cuerda. Algo infrecuente pero no insólito: también sucede con Chopin, por ejemplo.

Incluso el Mozart más ligero está marcado por el genio. El aficionado puede escuchar una obra quizá poco innovadora, o no demasiado profunda, pero está seguro de que en algún momento percibirá una melodía, un desarrollo, una coda, algo que revela la inspiración suprema de su autor. Por eso esta obra programada para el concierto del próximo miércoles en la Sociedad Filarmónica es el perfecto preludio para lo que llega en la segunda parte.

Bruckner. Sinfonía Nº 7. Palabras mayores. La obra más célebre de un compositor extraordinario, que escribió lo que García Márquez calificaba de «sinfonías paquidérmicas» por sus dimensiones y la densidad de su pensamiento musical. Es preciso matizar que el Nobel colombiano terminó por rendirse ante la calidad de sus obras. Seguramente la belleza casi sobrenatural del movimiento lento de esta sinfonía –escrita justo un siglo después de la obra de Mozart– fue determinante para situarlo en el bando de los incondicionales de Bruckner.

Pero incluso para quienes puedan pensar que el 'peso' de su música es excesivo, la versión que ofrecerá la Camerata Royal Concertgebow Orchestra resolverá el problema. Se trata, como su nombre indica, de un grupo reducido, una camerata, que interpreta una versión de la partitura estilizada al máximo.

Estamos ante una práctica que se va extendiendo. Las sinfonías de Mahler ya han sido objeto de 'adelgazamientos' así, en interpretaciones para una docena de instrumentistas. El resultado es una interpretación con una potencia sonora mucho menor pero en la que es más fácil apreciar ciertos detalles que a veces quedan algo ocultos cuando hay cien o más músicos sobre el escenario. Este Bruckner esencial gustará a un público amplio.

'El plan' es un título que suena a thriller y esa es la expectativa del espectador cuando arranca el tercer largometraje de Polo Menárguez. Estamos en un piso de un barrio periférico y proletario de Madrid, donde el personaje de Antonio de la Torre espera a dos amigos, excompañeros en la empresa de seguridad en la que trabajaban como vigilantes antes de ser víctimas de un ERE. Es un tiquismiquis nervioso, explosivo y gruñón, que parece el cerebro del plan que se disponen a cumplir: ¿atracar la empresa?

Chema del Barco, el único que repite personaje de la función teatral que triunfó en el 'Off Madrid', arrastra desencanto manso y es proclive a filosofar. El tercero llega tarde: Raúl Arévalo es el más joven del grupo, un tarambana porrero que parece nacido para convocar el desastre. Al poco tiempo de la escasa hora y cuarto que dura 'El plan' entendemos que no estamos ante una intriga de atracos. Tal como ocurría en 'El ángel exterminador', los protagonistas nunca terminan de abandonar la casa. Siempre ocurre algo que les retiene. Si entonces Luis Buñuel se sirvió del absurdo para mostrar la descomposición de una clase social, Polo Menárguez masajea al espectador en los primeros compases para abofetearle y provocarle escalofríos en el último tramo. Los diálogos trufados de naturalidad oscilan entre lo banal y lo trascendente, entre la rabia de unos desheredados y la asunción de la fatalidad de la clase obrera. 'El plan' salta del chascarrillo a la crónica de sucesos impulsada por tres intérpretes soberbios.

BilbaoArte es una plataforma para artistas emergentes y consolidados, jóvenes y maduros, locales y foráneos. La entidad tiene un programa de exposiciones con una selección de becados que es todo abanico de propuestas, desde las más radicales a otras más convencionales. Pocas resultan tan atractivas como la que nos ofrecen Dante Litvak y Fabro Tranchida, los Picoletos, dos artistas argentinos que llegaron a la capital vizcaína atraídos por las películas de cine quinqui, en auge durante los años ochenta. No encontraron aquella ciudad sucia y decadente, víctima de la marginación, la violencia y la droga, pero se quedaron para analizar el legado punk en las nuevas generaciones.

No, no esperen un análisis sociológico en sentido estricto, sino una propuesta llena de ironía, irreverente, caótica, diversa, que mezcla cultura popular y la historia del arte, skate y Mantegna. 'Incubadoras' es una propuesta donde encontramos a los herederos de ese pasado, pero también a dos artistas con un lenguaje muy personal que se plasma en la fotografía, la instalación o el vídeo. Los Picoletos se llaman así por aquella referencia popular a los guardias civiles. Hay humor, pero también una visión del arte como una herramienta de expresión libre y renovadora, donde la creación no se atiene a fórmulas preestablecidas. Ojo, no pasen de largo, el catálogo constituye una obra de arte en sí misma y las instantáneas son magníficas. No se la pierdan. Disfruten con estos apasionados de las películas de robos, 'picos' y persecuciones a toda pastilla.

La figura de Olafur Eliasson casa con la tipología de artista contemporáneo que más se estila en los museos dedicados a la creación actual. Produce instalaciones complejas en su fabricación, con una idea clara que las sostienen y que comunica al espectador con un lenguaje visual de la sorpresa, a veces del espectáculo, y de la participación del público. No es algo nuevo, ni el espectáculo tiene por qué tener siempre una connotación negativa.

Sólo por mencionar el Guggenheim, donde se desarrolla la muestra del islandés 'En la vida real', se han visto hace poco las instalaciones pioneras de Lucio Fontana y Rafael Soto, además con un punto en común con Eliasson, la función de la obra de arte como algo que pone en marcha la conciencia de la percepción y del cuerpo que la sostiene. Y Fontana y Soto lo hicieron como medio siglo antes si empezamos a contar desde ahora.

A ello le suma el artista de origen islandés el componente sociológico y político. Aquí no hay sobresaltos. Denunciar el cambio climático y promover un modo de vida más orgánico y comunitario está a la orden del día, o en la vida real, por decirlo con el título de la exposición. Pero Eliasson no abruma con estas denuncias ni estas fagocitan la obra.

De unas luces de colores puestas sobre el suelo saca oro: la gente se pone delante de ellas, observa su sombra coloreada, y la de los otros de al lado, se mueve y, efectivamente, el visitante percibe cómo se ha formado una minicomunidad coyuntural, que se desvanece cuando los presentes se van a la siguiente instalación.

De la inteligencia del artista da fe la primera obra del artista en sentido cronológico, la que hizo cuando trabajaba en una cafetería para pagarse los estudios de Bellas Artes. Con un foco acoplado al techo, que proyectaba un círculo de luz sobre el suelo, le bastó para convencer a los clientes de que se pusieran debajo de él y se movieran para captar el movimiento de su sombra, de un cuerpo, el suyo, sin sustancia en esa forma.

Hay más instalaciones -el ventilador también colgado del techo que se mueve de un lado a otro por la fuerza del calor que desprenden los cuerpos en la sala- que dan al recorrido un sentido de sucesión de maravillas y de oportunidades para reflexionar. Tener a Elisasson en Bilbao sirve para recordar que el Guggenheim es capaz de traer artistas de esta envergadura, a los que todos los aficionados tienen ganas de conocer de cerca, y que funcionan bien para el público general.

No dejen de pasar por la pared cubierta de líquen blanco. Está vivo y huele. Cambia. Es un trasunto del ready-made de Duchamp, pero vez de urinarios que querían plantear al espectador si aquello, metido un galería, podía ser arte o no, ahora es la naturaleza tal cual la que entra y se somete a las reglas del museo. Y sí, parece que se convierte en arte

La delicadeza y la elegancia serán el leitmotiv de la tarde de sábado en el Arriaga. La artista malagueña Pasión Vega se subirá este sábado a las tablas del teatro para presentar su último trabajo 'Todo lo que tengo'. La suya es una de esas visitas que duele perderse, una oportunidad que cualquier amante de la música debería aprovechar. Grabado el México, el nuevo disco de la cantante ofrece un sinfín de colores y tiembres llenos de pureza y sensibilidad.

Aunque la artista promete hacer un repaso por los temas que han marcado su carrera, hará bastantes paradas en 'Todo lo que tengo', un homenaje al folclore latinoamericano que se mueve entre la bachata, el sangueo, el bolero, la bossa, el tango... «Me gusta muchísimo todo lo que tiene que ver con la música popular y nuestras raíces. Soy muy curiosa. Con 15 o 16 años, empecé con clásicos populares de la copla, pero no era el único género que se oía en casa. Escuchaba de todo: tangos, zarzuelas, jazz, la voz de Frank Sinatra, Serrat…», resume la propia artista.

Alcanzar las tres décadas de carrera musical te lleva inevitablemente a hacer balance. Una reflexión que te ponga frente a frente con tus inicios. Esto mismo le ha ocurrido a Sergio Dalma, que el domingo actúa en Bilbao dentro de su gira '30... y tanto'. El cantante de Sabadell, tras realizar una inmersión en las canción melódica italiana, recoge en su último disco una revisión de sus mejores éxitos. Se trata de un nuevo enfoque de sus canciones más reconocidas con una base instrumental distinta a la habitual, pero que no se aleja totalmente de su estilo.

Su inconfundible timbre de voz, su letras románticas y su faceta de galán le hacen merecedor de seguir siendo uno de los pesos pesados del panorama musical nacional. Representó a España en Eurovisión en 1991 con la archiconocida 'Bailar pegados' -con la que quedó en cuarta posición- y ha superado los cuatro millones de discos vendidos en su carrera.