La Torre de Don Borja es una casa más que un museo y quienes la dirigen actúan como anfitriones. E. C.
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La 'matrioshka' genuinamente cántabra

Santillana del Mar (Cantabria) ·

La Torre de Don Borja es un espacio artístico excepcional en el corazón de Santillana de Mar

Viernes, 3 de enero 2025, 18:36

Todas las obras del Museo del Prado nos reciben a la entrada de la Torre de Don Borja. Las piezas se suceden aleatoria y velozmente en un vídeo del artista visual Daniel Canogar que alude a la cultura de masas, a ese fenómeno tan actual ... de consumo rápido y masivo de arte. Paradójicamente, constituye el modelo opuesto al que ofrece esta singular entidad, ubicada en la localidad cántabra de Santillana del Mar, un lugar también de otro tiempo. «No se trata de acumular grandes números, sino que la gente sea bien acogida y goce con experiencias significativas», arguye Marcos Díez, su director. «Más que un centro cultural, somos una casa y actuamos como anfitriones. La entrada es gratuita, sólo pedimos atención y una hora para recorrer el interior».

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Este espacio de calma está abierto a grupos de no más de diez personas y las reservas se realizan escribiendo a contacto@torredonborja.com o en el teléfono 699265469. Aquellos que acepten la invitación se encontrarán ante una 'matrioshka' genuinamente cántabra, tal y como asegura su responsable, un excepcional receptáculo dedicado a la creación en sus diversas vertientes y que ofrece alicientes muy diversos.

La muñeca rusa, pero cántabra, comienza a revelar sus secretos tan pronto flanqueamos su entrada. El primero de tales atractivos es su arquitectura. El complejo, ubicado en la magnífica Plaza Mayor, posee la categoría de Bien de Interés Cultural y está formado por la unión de dos torres cuya construcción original se remonta a los siglos XII y XIII. Estos elementos fueron unidos por un patio, reforma datada entre el XIV y XV. La restauración más reciente se llevó a cabo en 1982 y recibió el Premio Europa Nostra.

En coche

  • Distancia A 124 kilómetros de Bilbao y a 186 de Vitoria

  • Reservas contacto@torredonborja.com

  • Teléfono 699265469

Recorrer sus estancias supone imaginar a la infanta Paz, hija de la reina Isabel II y propietaria por donación del conde Güell, disfrutando de su privilegiada biblioteca; o a José Polanco y Pancho Pérez Gonzales, promotores de la editorial Santillana, que la adquirieron posteriormente. La Torre fue sede de la fundación del mismo nombre y guarda fondos tan importantes como los del filósofo colombiano Rafael Gutiérrez Girardot. Después de que la institución abandonara esta ubicación, las familias de sus primeros renovadores la adquirieron y en 2018 pusieron en marcha esta iniciativa de naturaleza estrictamente privada y función pública.

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El arte contemporáneo proporciona el contrapunto a esa historia medieval, real o fantástica, que se nos cuela a través de su sobriedad monumental. Porque recorrer la bella residencia de don Borja Barreda, que le dio nombre, sus habitaciones, pasillos y galerías, implica también participar de la evolución del arte español desde los albores del pasado siglo hasta la actualidad. La Colección Rucandio, impulsada por los propietarios del edificio y compuesta por más de 600 piezas, lo nutre con una selección de piezas excepcionales.

El itinerario cronológico parte de María Blanchard o Francisco Bores y cuenta con hitos como Joaquín Vaquero Turcios, Pepe Espaliú, el Equipo Crónica, Juan Muñoz o Juan Uslé. Pero no es la única aportación de la plástica porque el centro también cuenta con muestras temporales, como la que ahora ilustra la evolución de la escultura española, y otras dedicadas a autores emergentes. Entre las próximas citas, y se anuncia una con recursos de los fondos de Oliva Arauna.

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La muñeca rusa se ha convertido, a estas alturas, en un huevo Fabergé para los espectadores que descubren sus múltiples tesoros. Pero hay otras pequeñas sorpresas en el fondo de este singular artefacto. La Torre es un centro dinámico que ofrece conferencias, representaciones teatrales, lecturas dramatizadas y recitales de poemas no cursis el día de San Valentín, paseos literarios diurnos e, incluso, nocturnos, o nos invita a disfrutar de su jardín, a la sombra de un magnolio y la compañía de una escultura de Jaume Plensa.

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