![Liérganes: La memoria del Hombre Pez](https://s3.ppllstatics.com/elcorreo/www/multimedia/202007/29/media/cortadas/lierganes-historia-hombre-pez-k0FI-U110932240097ZQE-1968x1216@El%20Correo.jpg)
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Héctor Ruiz
Liérganes
Miércoles, 29 de julio 2020, 09:14
Dicen que la segunda vez que desapareció, en su ruta a nado por la bahía para acercar cartas mojadas a Santander, al Hombre Pez no se le volvió a ver más. Eso según la leyenda, la realidad es que su parte inmortal permaneció en el pueblo que le había visto nacer y dar sus primeros chapuzones, en Liérganes. Y aunque atravesó momentos en los que casi se sumergió en el pozo del olvido, el mítico Francisco de la Vega Casar estaba conteniendo la respiración para cuando las gentes de su villa decidieran hacer memoria y coger impulso para salir a flote una vez más. Con todo, el tritón se ha convertido en el mejor testigo del transcurso del tiempo en el lugar.
Desde 2009, el Hombre Pez se deja ver físicamente gracias a una escultura situada junto a su Centro de Interpretación −que alberga un antiguo molino−. Ahí permanece incólume con un pie colgado mientras observa el Miera, junto a su fiel compañero el Puente Mayor y al abrigo de las Tetas de Liérganes. «Es un personaje que en el pueblo conocíamos a través del relato del padre Feijoo y por el paseo que lleva su nombre, pero el saber en profundidad no llega hasta hace 15 años con el turismo, cuando se rescata su figura para elaborar guías y folletos», recuerda Juan Antonio Higuera, vecino del municipio. «Entonces se popularizó y ahora es un personaje querido que forma parte de la mitología cántabra».
La memoria del Hombre Pez es colectiva, y se alimenta de las imágenes de los que han habitado el pueblo. Como Higuera, que aunque nació en 1949 en la localidad vecina de Pámanes, ha pasado en la villa buena parte de su vida. «Los veranos aquí de pequeño los recuerdo con una cierta seriedad, no había tanta gente y venía a veranear el ministro de la Gobernación franquista Camilo Alonso Vega». Eran momentos en los que la diversión de un chaval en el pueblo pasaba por acudir al cine los domingos a «mocear».
El discurrir del tiempo fue animando la imagen gracias al trasiego de la estación de tren. «Hubo una época dorada aquí en los años 80 con la movida de los domingos, era increíble el número de vagones que llegaban con toda la juventud de Santander, Astillero, Maliaño y Solares para ir a las discotecas y a bailar en el paseo», recuerda Higuera de cuando, además, «en Liérganes se celebraban bodas todo el año».
La locomotora que siempre empujó al pueblo fue su balneario y más aún cuando «entre los años 80 y 90 empezó a abrir todo el año en lugar de únicamente en julio y agosto, eso trajo un cambio radical». Tanto que las cuadras se convirtieron en bares. «Hace unas décadas el pueblo vivía más de la agricultura que del turismo», afirma Higuera, que aunque dedicó su vida profesional a la enseñanza en el colegio de Cayón, ha observado de cerca el desarrollo de la zona porque su mujer ha regentado 40 años 'El alfar', una tienda de cerámica y recuerdos. «Los visitantes han aumentado mucho», resume el vecino, algo que entre otros factores achaca a que formen parte de la lista de Pueblos Bonitos de España desde 2016.
A pesar de su imagen de ermitaño, Francisco de la Vega no vive preso de las aguas pasadas, sino que está en consonancia con lo que ocurre. «Hace semanas salí y me encontré su figura con una mascarilla puesta», recuerda Higuera, que haciendo de intérprete se anima a aventurar que «el Hombre Pez estaría profundamente preocupado». Todo aunque este descanso de gentío le haya permitido volver a ver al pájaro martín pescador anidando en el puente, o a los salmones, que cada vez se cuentan más. «Este año no hay chavales en la poza que hay junto a la escultura, creo que echa de menos sus risas», dice el vecino, que teme el fin del verano. «El futuro de Liérganes empieza en septiembre, cuando termine la temporada turística, y es posible que lo que haya por delante sea una travesía en el desierto prolongada».
A los peces los pintan con memoria a corto plazo, pero no es así para el Hombre Pez. Él no olvida la construcción del Puente Mayor, tampoco cada tren que ha arribado cargado de personas para bailar, casarse o tomarse un chocolate con churros, o una cerveza autóctona, que ha despuntado. También estaba ahí cuando Liérganes se convirtió en leyenda, pusieron las calles empedradas y cuando la gente desapareció durante meses para terminar volviendo con la cara cubierta. Y ahí seguirá haciendo memoria para lo que venga por delante.
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