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IRATXE LÓPEZ
Jueves, 20 de septiembre 2018
La idea era sencilla: reutilizar antiguas líneas de ferrocarril dadas de baja para convertirlas en sendas destinadas al ocio. Se le ocurrió a la Fundación de los Ferrocarriles Españoles (FFE) tras anotar el éxito de los 'greenways' en suelo británico y estadounidense. Después de darle varias vueltas, la institución convocó un seminario internacional para conocer otras iniciativas. Era junio de 1993 y se reunieron en Gijón. Fue el comienzo de una historia de amor entre patrimonio ferroviario y paisaje, entre raíles muertos y gentes con ganas de vivir que necesitaban espacios nuevos donde recrearse con las vistas y practicar deporte.
Aquel deseo dio el primer impulso que, gracias a la inversión de 177 millones de euros aplicada hasta 2018, avanzó veloz. Este año se han cumplido 25 desde que las vías verdes españolas cambiaran el chacachá del tren por el rumor de los pasos, el rodaje de bicicletas o el trote de caballos. Son ya 2.700 kilómetros los acondicionados -incluyendo los trabajos en obras- de los 7.600 que enlazan el país. Un total de 123 itinerarios y más de 100 antiguas estaciones recuperadas que ejercen de albergues, restaurantes o puntos de información medioambiental y turística.
El del Val de Zafán-Terra Alta, entre las estaciones de Arnes-Lledó en Teruel y El Pinell de Brai en Tarragona, engorda este listado. Curiosamente nació y creció pero jamás se reprodujo pues el proyecto ferroviario no llegó a ver la luz al completo. Su árbol genealógico, o al menos el de los esfuerzos por darle forma, se remonta a la idea de construir un ferrocarril que uniera el puerto de San Carlos de la Rápita con la Puebla de Híjar, en Teruel, en 1863. Los militares recomendaban su creación porque, en el caso de que España fuera invadida desde Pirineos, superada esta cordillera la siguiente barrera natural la proporcionaba el Ebro. Parecía interesante contar con un ferrocarril en la orilla sur del río, para abastecer el posible frente bélico.
A pesar de concebirse con premura, el parto fue largo. Los primeros trabajos se anunciaban a todas horas sin despegar realmente. Hasta que en 1891 la Compañía del Ferrocarril del Val de Zafán inició las obras de explanación de la traza. Cuatro años después se inauguraría el tramo de 32 kilómetros entre Puebla de Híjar y Alcañiz. Casi medio siglo (47 años) más tarde, en 1942, la línea se prolongaba hasta Tortosa, construida por prisioneros republicanos. Ejerció como tramo logístico esencial en la guerra civil durante la Batalla del Ebro.
El 'Sarmentero' -con ese nombre conocen al antiguo tren los locales pues atravesaba tierras sembradas de viñedos-, vivió solo treinta y un años. El hundimiento del túnel entre las estaciones de Pinell de Brai y Prat del Comte, el 19 de septiembre de 1973, originó su cese definitivo. Hasta que el proyecto de las vías verdes resucitó este cadáver serpenteante que cuenta con cinco viaductos y veinte túneles.
La comarca de la Terra Alta, que lo acoge, descansa sobre un terreno agreste en el sur de Cataluña. Almendros y pinares adornan el lugar, ornado además por preciosos parajes en torno a la Sierra de Pandols y el Parque Natural dels Ports. La vía empieza junto al río Algars, que con el fluir de sus aguas divorcia a Aragón de Cataluña. En el lado catalán se levanta el edificio de lo que fue la estación de Arnes-Lledó, a solo un kilómetro de la localidad de mismo nombre; la de Arnes queda a ocho aproximadamente. Desde la estación, un camino desciende hacia un espacio recreativo donde bañarse. Tras cinco kilómetros aparece el primer túnel. Una curva pronunciada acerca a la antigua estación de Horta de Sant Joan. Y de frente se impone, poderosa, la montanya de Santa Bárbara.
Segundo túnel. Tras su oscuridad la radiante belleza de enormes montañas y la Muela d'en Canar. Es hora de emparejarse con el río Canaletes que acompaña hasta el final refrescando las vistas. Túneles y viaductos se alternan sin dar tiempo al pestañeo. Los viaductos dejan sin aliento: uno salva el Barranc del Molí del Cap en el kilómetro 8,5 y otro supera el cauce del Barranc de la Balloca, en el 10. Sus arcos trasladan a la fantasía hacia los acueductos romanos que transportaban el agua de Tarraco, la capital imperial.
Cuando el turista distinga la ermita de Sant Josep habrá llegado a Bot. Desde allí quedan diecinueve kilómetros hasta la Fontcalda, sin fuentes, así que es hora de rellenar botellas. Trincheras, nuevos viaductos y otros túneles acercan a la Muela d'en Canar. El último corredor de este tramo mide 739 metros en curva. Es el más largo y envuelve al participante con su oscuridad. Los ojos deben acostumbrarse al brillo del sol al abandonarlo. Entonces descubren las ruinas de la estación de Prat de Comte a unos cuatro kilómetros de ese pueblo al que se puede llegar por una carretera empinada pero tranquila.
Algo más adelante, en el kilómetro 18,5, surge el acceso al Santuario de la Fontcalda, lugar de reposo y encanto. ¿Digno de ver allí? Els Estrets de Dalt, donde el Canaletes se encaja entre las peñas. Un camino horadado en la roca permite recorrer este estrecho hasta la zona de baños donde destaca el viaducto ferroviario que supera el arroyo de la Fontcalda. El tramo de vía hasta la estación de El Pinell de Brai ofrece la ruta senderista PR-C-98 de la Terra Alta. Viaductos y túneles surgen otra vez hasta el kilómetro 20, donde espera el túnel culpable de la desaparición del ferrocarril, aquel hundido, que el viajero rodea por una pista. Con el objetivo de llegar a los andenes de la estación de Pinell de Brai, cuyo casco urbano dista seis kilómetros por carretera de montaña.
Es el fin de esta aventura ofrecida gracias a las vías verdes que cumplen sus bodas de plata. Aunque desde este punto continúa un itinerario que acerca a Tortosa, sumándose a la Vía Verde del Baix Ebre. Veintiséis kilómetros más para quienes no hayan tenido bastante. En busca del encuentro con el Ebro. Desbordante de caudal. Largo e intrincado. Guardián de leyendas, de historia y tesoros naturales.
Reserva de la Biosfera Terres del Ebre. Un total de 367.729 hectáreas aguardan en el extremo meridional de Cataluña, al final de la cuenca del río Ebro, hasta su desembocadura. De enorme relevancia marítimo-terrestre, muestra gran diversidad de ambientes. El 35% de su superficie se incluye en la Red Natura 2000. Encierra dos Parques Naturales: el del Delta de l'Ebre y el del Missís dels Ports. El Delta es uno de los humedales más importantes del Mediterráneo, reúne a más de 360 especies (50 de ellas, peces) de aves como el flamenco, la gaviota de Audouin o el pato colorado.
Els Ports. En Cataluña, Valencia y Aragón, a caballo entre la cordillera Prelitoral catalana y el Sistema Ibérico, ocupa 35.050 hectáreas mayoritariamente salvajes. En su parte occidental destaca el sistema hidrológico del río Matarrnya, con pozas de gran profundidad. De gran valor geobotánico, acoge más de mil especies. También da cobijo a animales endémicos de Cataluña. Destacan la cabra salvaje, el gato montés, el buitre, el águila real y el águila perdicera. Y la libélula Macromia splendens, en peligro de extinción.
Ribera de l'Algars. Al norte de la vía verde, conserva ecosistemas naturales fluviales y comunidades valiosas de fauna. Su eje es el l'Algars, uno de los ríos catalanes mediterráneos en mejor estado. Entre los animales de interés perviven el galápago leproso, el cangrejo de río europeo o la nutria, que ha elegido la zona como uno de sus núcleos en esta comunidad.
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