Hay maravillosas excursiones que acometer por la ciudad. Sin necesidad de mirar a las alturas para descubrir genialidades de la arquitectura; basta ir con la vista clavada en el suelo y la pared, obviando la contaminación visual a la que nos someten los escaparates de ... los comercios. Descubramos esas graciosas florecillas que nacen en la esquina a medio metro de la acera y en las que nunca habíamos reparado. Deben de llevar un tiempo ahí, creciendo en la grieta del hormigón del edificio, donde el viento acumuló tierrilla suficiente para acoger las semillas, que han germinado y florecido y 'respiran' el humo de los coches. Tantos estímulos urbanitas las mantienen a salvo, invisibles para la mayoría, de ahí que la excursión tenga ese componente de hallazgo. Sobreviviendo en la gran ciudad, aun sin un maldito rayo de sol. Burlando a la lógica. Yendo a contracorriente. Existiendo como cosa improbable, la demostración viviente de que, aunque intentemos pararla, la naturaleza se abrirá paso. Esperanza frente a la crisis climática.
'Una flor en el asfalto. La vida de las hierbas urbanas contada por ellas mismas' es un libro de Eduardo Barba (textos) y Raquel Aparicio (ilustraciones), un 'álbum de familia' de 50 especies urbanas que cuentan cosas sobre ellas: «Soy una planta rupícola o casmófita. Las dos cosas significan lo mismo: que adoro crecer en paredes verticales, ya estén hechas de piedra o de ladrillos. Así me libro de que muchos herbívoros me coman. (...) Mi nombre en latín proviene de parietis, pared. Parietaria Judaica».
Sagina, silvestre, lamio, mastuerzo menor, cimbalaria, ombligo de Venus, celidonia, uva de gato, pamplina, verdolaga, diente de león, verónica… Los autores las llaman 'las plantas punkis' y el nombre les va que ni pintado, libres, desafiando reglas, creciendo sin permiso, orden ni concierto, porque el ornamento no está entre sus prioridades. Mirando de reojo a sus congéneres de jardín, regadas y cuidadas por funcionarios del ayuntamiento que de pronto las arrancan si se ponen feas. Mientras, ellas aguantan la solana y se regocijan con el frescor inesperado de una lluvia de verano. Resistiendo.
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