Larrun: volcán, balcón y escenario de guerra
Sara (Lapurdi) ·
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Sara (Lapurdi) ·
Al Larrun suben miles de turistas en ese singular tren cremallera que les deja en uno de los mejores balcones de Euskal Herria. Y suben felices porque lo hacen sin esfuerzo. La mayoría llegan, se asoman si las nieblas les dejan, hacen sus fotos y ... antes de emprender el regreso quizá aprovechan el tiempo que les sobra para irse a una de las ventas navarras a comprar un 'souvenir' y pimplarse un café o un refresco.
La mayoría ni se entera de que esas rocas de color rojizo oscuro son lo que un día echó por sus cráteres un viejo volcán cuyo centro estaba más o menos en la cima del Larrun, en una erupción que se enfrió rápidamente al aflorar a la superficie.
Sucedió aquello hace casi 300 millones de años, en el período Pérmico de la Era Paleozoica, un momento muy especial que presenció la mayor extinción de vida de la historia; desaparecieron entonces hasta el 70% de las especies terrestres y el 80% de las marinas y, en un gigantesco movimiento de la corteza de la Tierra y de las placas oceánicas, se separó la Ibérica de Eurasia.
Los turistas quizá descubran en Larrun que la emperatriz Eugenia de Montijo fue la primera turista de Euskal Herria, ya que venía a esta montaña exclusivamente a contemplar los paisajes de Lapurdi y Nafarroa. Lo hacía a caballo, claro, y así lo contaba su amiga Pauline de Metternich: «Si la ascensión es penosa el descenso es más que difícil con estos malditos mulos que tienen un cierto placer en avanzar justo al borde de los senderos de montaña que ya de por sí son estrechos, lo que nos hace quedar suspendidas al borde de los precipicios».
Para evitar estas penurias a los cada vez más abundantes turistas, proyectaron en 1909 construir un tren cremallera. Pero la Primera Guerra Mundial lo paró aunque tras finalizar se reanudó el trazado y en junio de 1924 ya llegaba a la cima gracias a la primera línea trifásica de 15.000 voltios en Euskal Herria.
Los turistas suben ahora cada media hora. Cabalgan en los vagones de madera, estructura de roble, ornamentaciones en fresno y remates en castaño. La vía dentada en el centro de los raíles permite al tren superar pendientes que alcanzan hasta el 25% a lo largo de sus 4,2 kilómetros de recorrido para superar 736 metros de desnivel hasta la cima de 905 metros de altitud.
Los turistas no sabrán, estoy casi seguro, que en el lado sur de Larrun, a media cota bajando por el reborde de Athekalehun, se mantiene en el relieve el dibujo de una estrella de piedras: la estrella de Mouiz o Korralhandia. Difícil de distinguir pie a tierra, aún reconocible desde el cielo, es la estructura de un fortín en el que se defendieron los soldados de Napoleón I. La historia allí vivida es impresionante y estremecedora, pero aunque las piedras del fortín tienen su memoria nadie viene a contárnosla a Larrun. Las tropas anglo-hispano-portuguesas de Wellington, envalentonadas después de vencer a los franceses en Vitoria, en Sorauren, en San Marcial y en San Sebastián, asolaron la montaña con 40.000 hombres. Nada pudieron hacer, acabada su munición y lanzando rocas y piedras para defenderse, los 15.000 franceses refugiados en la estrella de seis puntas de Korralhandia y terminaron sucumbiendo a los aliados el 10 de noviembre de 1813.
Entre tantos miles de turistas y millones de fotografías banales el recuerdo quedará desvanecido otra vez. Lástima.
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