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Si levantas la vista hacia el cielo, como debían hacerlo los monjes en busca de consejo divino, encontrarás una calavera que podría formar parte de la ambientación en una película de terror. Se esconde entre el resto de caras vigilantes, en el claustro del magnífico Monasterio de Santa María de Valbuena, como uno más de los medallones de la gargantilla pétrea cuyo origen se remonta al siglo XII, mucho antes de la invención del cine. Está claro que por entonces ya sabían cómo asustar a quienes miraran, cómo recordar a clérigos y resto de fieles que la vida terrenal era finita y después tocaba rendir cuentas al Altísimo, así que más valía comportarse. No todos lo hicieron, siempre ha habido ciegos y sordos a este tipo de advertencias, creyentes, agnósticos y ateos inmunes a los mensajes de amor al prójimo… los sigue habiendo. Pero ahí queda el cráneo tocado por la parca, señal de lo que espera si no cumples el contrato religioso pactado.
El edificio monacal aguarda, imponente y fascinante en la localidad vallisoletana de San Bernardo. Distinguido como uno de los mejores monasterios cistercienses con los que cuenta Europa, fue la condesa de Urgell, Estefanía de Armengol, nieta del conde de Ansúrez, quien lo fundara el 15 de febrero del año 1143 para ayudar a la repoblación de los señoríos de Curiel, Peñafiel y Cuéllar.
Aquellos monjes franceses que lo habitaron implantarían la regla benedictina, formaron además una granja, hasta que en 1432 se impuso la austeridad según las pautas de San Bernardo. Contaban para desenvolver sus rutinas con iglesia, claustro, sala de trabajo, refectorio, dormitorios… y con la capilla de San Pedro, joya del conjunto gracias a sus pinturas murales llegadas desde el siglo XIII. Todavía hoy, quienes se adentran en ella sienten la emoción que sentían los que observaron esos dibujos dentro de la sala y esparcidos por el claustro. Los tonos han palidecido, es cierto, pero la policromía superviviente ayuda a imaginar el antiguo color.
Pegado como está el monasterio al Duero, viñedos y pinares adornan la zona que merece, sin dudarlo, visita. También bosques de ribera, choperas, álamos, fresnos, sauces y olmos que acompañan al río y sus alrededores sobre los que vuelan garzas reales, halcones peregrinos y águilas, nadan truchas o patos y se asoman con mayor cuidado de ser descubiertas las nutrias. El mundo cambia y los edificios como el que nos ocupa resultan complicados de mantener. Para salvaguardar su futuro, este alberga la sede de la Fundación Las Edades del Hombre y comparte alojamiento con el fabuloso hotel Castilla Termal Monasterio de Valbuena. De la primera conocemos su peso como uno de los proyectos culturales más emblemáticos desarrollados en Castilla y León. Busca conservar, investigar y difundir el patrimonio religioso y, para hacerlo, aquí en concreto ofrece visitas con audioguía al conjunto monacal en invierno, de martes a domingo de 10:15 a 13:45 y de 15:00 a 18.45 horas (algo más en verano), y la posibilidad de conocer su Centro de Conservación y Restauración de la mano de una visita comentada a cargo de un restaurador, con recorrido por el monasterio, mientras comenta las intervenciones llevadas a cabo en este monumento declarado Bien de Interés Cultural.
Sobre el segundo, el hotel de cinco estrellas, no hace falta contar con mucha imaginación para suponer la preciosidad que albergan sus más de 18.000 metros cuadrados. Piedra y madera dan forma a unas instalaciones accesibles no solo para quienes tengan la suerte de alojarse allí, sino para el resto de turistas que deseen pasar de la experiencia cultural a la gastronómica y deleitarse en cualquiera de los tres restaurantes disponibles, o la relajante que permite aprovechar las aguas termales de su spa para beneficiarse de las propiedades mineromedicinales del manantial de San Bernardo. Sus bondades, por cierto, ya las conocían antaño los monjes: aguas sulfatadas para aportar acción laxante y diurética, sódicas indicadas en tratamientos antiestrés, digestivos y metabólicos. Si a eso se suma la posibilidad de reservar masajes, el resultado pasa por el descanso en un destino histórico perfecto para la desconexión total.
Tras haber visto la capilla de San Pedro, o antes de hacerlo, tiene especial gracia bañarse en ella. Obviamente no hablamos de darse un chapuzón en la real, sino en su copia, reservando un tratamiento de contrastes denominado 'La capilla'. Inolvidable experiencia. Piense quien sigue estas líneas, en una réplica con piscinas a diversas temperaturas, en espacios húmedos y secos, de frío y calor, que alternan protagonismo con duchas efecto peeling, sauna, hamman, pediluvio… más el toque de glamour que añaden dos copas de vino espumoso cuyos cristales chocan en el aire mientras los cuerpos sucumben al abrazo del agua. Suena bien, sentirlo es mucho mejor.
Nos encontramos en tierras de vino, brindar resulta inevitable. Como apuntarse a alguna actividad de enoturismo en cualquiera de las bodegas que pueblan la zona, pasear por un viñedo, comprender el viaje que emprende la uva hasta convertirse en caldo y asistir a una cata. También estamos en tierras de carne, por eso reinan en la oferta gastronómica el lechazo o el Plato de la Abuela, guiso a base de productos de la matanza, magro, chorizo, huevo y patatas. Para inclinados a la verdura, tienen fama las endibias de Peñafiel, más del 60% de este producto comercializado en España sale del Valle del Duero, y los espárragos de Tudela de Duero, documentados desde el siglo XV. De postre, quesos de la zona Duero-Esgueva, elaborados a partir de leche cruda de oveja o miel de encinas de Esgueva de origen polifloral (tomillo, espliego, romero, encina…). Degustar estas y otras delicias será sencillo sin moverse de San Bernardo, en la Bodega de los Monjes, el Restaurante Monasterio Valbuena o el Restaurante Converso, experiencias culinarias que combinan tradición y creatividad en sus cartas o a través de dos menús degustación servidos en el último.
Ya mencionamos la cercanía del río, de ahí que sea muy fácil emplear las piernas por la GR 14, Senda del Duero que discurre paralela al agua. Imposible perderse, acompaña fiel al caminante, además está bien señalizada, pensando en torpes, dubitativos o inexpertos. Perfecta para adultos y niños, cada cual anda lo que le apetezca. Su etapa número 13 (Quintanilla de Onésimo-Tudela de Duero) pasa por allí mismo. Cubre desde el monasterio aproximadamente 6 kilómetros llaneando. La 12 conecta muy cerca Peñafiel con Quintanilla de Onésimo. Desde San Bernardo hasta la primera localidad, en este caso, habría unos 13 kilómetros.
Si no se va caminando, aconsejamos acercarse en coche hasta la localidad de Peñafiel, a solo 17 kilómetros. Famosa por su Plaza del Coso, Bien de Interés Cultural, ofrece allí un espacio creado en la Edad Media para albergar festejos taurinos que aún hoy cumple esa función. Por eso, el visitante observará barrotes en las puertas de acceso a la casas, un total de 48 edificios construidos en adobe, piedra y madera, decorados con motivos vegetales y florales que para las Fiestas de Nuestra Señora y San Roque se transforman en palcos desde los que divisar los festejos taurinos. Allí se instala la Oficina de Turismo y desde allí se ve el castillo, que comenzó a levantarse en el siglo X, aunque su aspecto cambió durante los siglos XIV y XV. Monumento Nacional, acoge ahora en el patio sur el Museo Provincial del Vino, recorrido por la historia y la cultura del caldo, pero en su época destacó como enclave defensivo para cristianos y musulmanes, pues desde el cerro vigilaba los valles de los ríos Duero, Duratón y Botijas.
Sin salir del municipio, a partir de mediados de febrero es posible conocer la Casa Museo de la Ribera. Allí comprenderá el turista la vida que llevaban los habitantes de la zona a principios del siglo XX, con la ayuda de una representación única dentro de uno de los edificios mejor conservados de la arquitectura tradicional. Mantiene cantina, cocina, cuadra, lagar y, por supuesto, la bodega subterránea típica.
A muy pocos kilómetros, los aficionados a la arqueología cuentan con el Yacimiento de Pintia, abierto a visitas libres o guiadas (en julio y agosto). Bien de Interés Cultural, la nutren el poblado de las Quintanas, la necrópolis de Las Ruedas, el Ustrinum o crematorio de los Cenizales, entre los Hoyos y las Ruedas, en Padilla de Duero, y ya, en el término de Pesquera de Duero, el barrio artesanal de Carralaceña con su zona residencial, su necrópolis y centros de producción alfarera. Refiere a la agitada historia protagonizada por las culturas vacceo-romana y visigoda entre los siglos IV a.C y el cambio de era.
El omnipresente Duero define la toponimia de los pueblos que atraviesa, mientras da de beber a los viñedos. La última visita permite divisar en lo alto de Curiel de Duero, erguida con orgulloso estilo, otra fortaleza, el castillo de Arriba, denominado así porque antiguamente existía otra, el Castillo de Abajo. Hotel el primero, ahora, ruinas el segundo, muestran piedra color arena similar a la de las iglesias de San Martín y Santa María. La fortaleza de Curiel (la de arriba), es la más antigua de la provincia, creen que funcionó como fortificación romana antes. Su mampostería data del siglo IX y conserva restos del recinto amurallado. El inferior, del XV, guarda una historia que enlaza con Navarra, pues perteneció a Diego López de Zúñiga, descendiente de Iñigo Arista, primer rey de Navarra. El dueño ejerció labores como camarero de Juan I, Justicia Mayor de Castilla con Enrique III y Consejero de la Regencia de Fernando de Antequera durante la minoría de edad de Juan II. Solo seis kilómetros separan el pequeño municipio medieval de Peñafiel, por lo que se impone acercar el coche y traspasar sus lindes.
Si queda tiempo, el culto a la roca puede extenderse hasta el Museo de la Piedra de Campaspero, donde muestran desde los procesos de extracción geológica hasta los nuevos sistemas de empleo de la piedra en construcción, de ahí que se haya convertido en el único en su género por la amplitud informativa y la visita guiada que habrá que reservar para enterarse bien del asunto. El paseo incluye patios repletos de monolitos pétreos con variedades comerciales de la piedra de Castilla y León, recreación de cantera campasperana y diversas herramientas de extracción. Para comprender la labor de los canteros, oficio duro como las tierras castellanas.
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Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
Clara Alba y José A. González
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