Islas con historia en el País Vasco

La Atlántida, Ítaca, la Isla del Tesoro, Nunca Jamás, Alcatraz... las islas siempre han despertado la fantasía de escritores y lectores. Acogedoras o inhóspitas, en ellas residen animales fantásticos, aparecen y desaparecen ante los ojos humanos y guardan grandes riquezas. La magia que encierran estas porciones de tierra rodeadas de agua quizás tenga que ver con su aislamiento, capaz de despertar nuestra imaginación. El mar Cantábrico no posee lugares tan fabulosos, pero nuestra costa y nuestros ríos cuentan con un puñado de islotes con sus leyendas y tesoros naturales. En estas líneas viajaremos a las más cercanas.

Cerca de Cabo Villano, la silueta de un dragón parece dormir sobre las aguas. Hay quien sin embargo ve un fraile tumbado boca arriba; he aquí el motivo por el que isla Villano también recibe el nombre 'del Fraile'. En sus proximidades, frecuentadas por submarinistas, se hallan restos diseminados de un naufragio que tuvo lugar hace siglos. Su acceso en barco, apto solo para los más osados, resulta difícil por el fuerte oleaje que embiste al islote confiriéndole su aspecto abrupto. Lo mejor es fotografiarlo en la distancia durante la excursión de medio día en velero que organiza la bilbaína librería Izaro. Si se decide visitarla, hay que respetar las épocas de nidificación y cría de las aves que la pueblan. (librerianauticaizaro.es).

Estar catalogada como la isla vasca de mayor altura –con sus algo más de 100 metros– no impide a Aketx (o Akatz) verse relegada a un segundo plano respecto a la vecina y mediática San Juan de Gaztegulatxe. Precisamente la ruta de Hegaluze bajo el nombre de 'Juego de Tronos' nos aproxima a este peñón que forma parte del Biotopo Protegido de Gaztegulatxe y de la Reserva de Urdaibai. Al contrario que su vecina, el hombre debe contentarse solo con aproximarse a esta montaña que emerge del mar, no se puede fondear ni bucear en su entorno, hábitat reservado a las aves marinas como los cormoranes. Algunos olivos salvajes destacan entre su vegetación y los verticales acantilados que le confieren su aspecto inexpugnable sirven de refugio a las aves cuando el temporal acecha. (www.hegaluze.com).

En la Reserva de Urdabai se sitúa la más interior de las islas vizcaínas. Frente a la playa de San Antonio, en plena ría de Mundaka, en otro tiempo acogió a los fieles que acudían a los oficios religiosos de un templo del que hoy casi nada queda. El puente para llegar hasta ella ha desaparecido pero no hay problema para lograrlo si se aprovecha la bajamar.

Localizada entre Sukarrieta y Busturia, esta isla goza de un entorno privilegiado que ya supieron apreciar los romanos en el siglo II d.C. Desde finales del siglo XIX y hasta mediados del XX, monarcas y famosos la frecuentaron, alojándose en el lujoso hotel-balneario Txatxarramendi. Hoy día acoge el Instituto Tecnológico Pesquero y Alimentario Azti y un parque botánico acondicionado con placas y paneles informativos, que alberga las encinas más longevas de Urdaibai. En ella también se pueden observar aves acuáticas características de un entorno de marismas. Su acceso se realiza a través del puente que la une a Sukarrieta y con la baja mar resulta muy recomendable el paseo que parte desde la pequeña isla de Sandinderi. No te puedes perder las vistas de Urdaibai desde su mirador, que incluyen la estampa de nuestra próxima parada.

La mayor de las islas de la costa vasca se encuentra en la desembocadura de la ría de Mundaka. Hoy día sus dueños son las aves que allí anidan pero anteriormente lo fueron las cabras y conejos llevados allí por los frailes del convento franciscano que existió hasta principios del siglo XVIII. Asediada por piratas, una de las más famosas leyendas –desmontada por los historiadores– cuenta que el cenobio fue arrasado por Sir Francis Drake. Pero la más conocida de sus historias se centra en el litigio por su jurisdicción entre Bermeo y Mundaka, que se solventó con una regata en 1719. Resultó ganadora Bermeo, que lo celebra cada 22 de julio con una procesión marítima hasta la isla en la que el alcalde lanza una teja al mar –símbolo tradicional de la propiedad de las tierras–. Para proteger las aves marinas que la habitan está prohibida la acampada, pero su característica silueta se puede fotografiar desde la ruta en barco de Bermeo a Elantxobe y la ruta Cuevas de Ogoño-Elantxobe. (viajesporeuskadi.es y www.hegaluze.com).

La panorámica de Lekeitio no sería lo mismo sin su isla. Ubicada frente a la playa de Isuntza, con la baja mar queda al descubierto su acceso, un camino algo resbaladizo de cemento y piedra conocido localmente como malecón. A lo largo de la historia, Garraitz –también conocida como San Nicolás– ha albergado una ermita (siglo XV) que posteriormente se convirtió en monasterio franciscano, dos fortines de los siglos XVIII y XIX, un cuartel y un polvorín. También fue el lugar al que trasladaban a los enfermos en los años que la peste azotó el municipio. El ayuntamiento lekeitarra aspira a convertir Garraitz en un parque arqueológico para impulsar el conocimiento y la protección de sus tres yacimientos.

Y si Garraitz es parte fundamental del paisaje de Bermeo, lo mismo sucede con Santa Clara en la bahía de La Concha. Su belleza nada hace pensar que a finales del siglo XVI acogió a los contagiados por la peste que asoló la capital guipuzcoana. Los senderos que la recorren, salpicados de miradores desde donde contemplar la bahía, los montes Urgull e Igeldo y sus acantilados, la convierten en un estupendo plan para pasar el día. El ascenso hasta el faro, construido en la parte más alta, ofrece la recompensa de disfrutar de inmejorables vistas de una parte de la ciudad. Santa Clara cuenta además con un embarcadero y playa con servicio de socorrismo, baños y duchas en época estival. Los horarios y precios para visitarla están disponibles en Internet. (www.motorasdelaisla.com y www.sansebastianturismoa.eus).

Un sendero nos lleva a los pies faro del cabo Higuer, a una cala rocosa que ya los romanos utilizaron como fondeadero. Frente a ella se desgaja de la tierra solo con marea baja este peñasco cuya etimología nos remite a la actividad pesquera; 'amua' en euskera significa anzuelo.

Las aguas saladas del mar se mezclan con las dulces del río Bidasoa en el interior de la Bahía de Txingudi, que da nombre a un camino que une la Bahía Chateau D'Abbadie en Hendaya y el faro de Higer en Hondarribia. El recorrido pasa junto a la penúltima de nuestras paradas, la isla fluvial de Santiago Aurrera, que, junto a otras dos más pequeñas (Galera e Iru Kanale) forma parte del Parque Ecológico de Plaiaundi, un sistema lagunar intercomunicado así como una zona intermareal de gran riqueza ecológica. (www.hegaluze.com y www.euskadi.eus/txingudi).

El Camino de la Bahía de Txingudi tiene un panel dedicado a nuestra última isla. Francia y España firmaron en ella el Tratado de los Pirineos (1659), que puso fin a la cruenta guerra de los Treinta Años. Desde entonces, la Isla de los Faisanes tiene el honor de contar con dos dueños; Irun se encarga de cuidarla medio año y el otro medio es cosa de Hendaya. Actualmente no se puede visitar pero puede divisarse fácilmente desde la orilla. (www.irun.org).

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