El ignorado telégrafo óptico de Uzturre
Tolosa (Gipuzkoa) ·
Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
Tolosa (Gipuzkoa) ·
La montaña de Uzturre, con su cruz, vigila el valle guipuzcoano del Oria y asoma una mirada única y vertiginosa sobre Tolosa. Una vieja leyenda cuenta que, desde las peñas calizas que sostienen la cima, el gigante Sansón lanzó una enorme piedra pretendiendo machacar Tolosa. ... Pero, al parecer, la energía no fue la acertada debido a que el lanzador resbaló en una boñiga de vaca, de modo que aquella piedra cayó más cerca y quedó hincada en Illamendi y por eso a ese pedrusco que allí aguanta le llaman Sansonarri.
Que aquellas atalayas del Uzturre sirvieran para lanzar piedras parece claro, pero además esos lugares son magníficos balcones para ir a mirar horizontes. Fue precisamente por gozar de ese privilegiado punto de vista que se instaló allí, en las laderas que bajan al suroeste de la montaña, una torre del telégrafo óptico. Sí, una torre desde la que un señalero accionaba un mecanismo para transmitir un mensaje a otra torre que tenía a la vista. La de Uzturre comunicaba con sus vecinas: la del monte Ollaun, sobre Altzo, y la de Aitzbeltz, sobre Andoain. Era la 48 de las 52 que componían la línea de telégrafo de Castilla, entre Irun y Madrid. Pasando por ella, un mensaje podía transitar los casi 500 kilómetros de distancia de un extremo a otro en dos horas.
Construida tras la primera guerra carlista en 1845, solo funcionó una decena de años, porque enseguida fue sustituida por el revolucionario telégrafo eléctrico, en 1854. De la torre de Uzturre queda poco más que un arruinado pedazo de su base en el que se distingue la potencia de los muros de sillería, despejados ahora del envoltorio vegetal que los invadía gracias a la limpieza que se hizo hace poco tiempo para rescatarla del olvido.
Como una verdadera fortaleza, tenían 7 metros en cada lado de su cubo, 12 metros de altura, tres plantas, y sobre la más alta se instalaba el sistema de señales. Todas las de esta línea utilizaban el sistema diseñado por el donostiarra José María Mathé Arangua. Consistía en un bastidor que sostenía al aire una estructura con un frente doble y simétrico en ambos lados de una columna. Sendos paneles se desplegaban de arriba abajo con tres franjas estrechas y oscuras alternadas con otras tres claras y más anchas; por la columna se desplazaba un cursor que una manivela manipulada hacia llegar a distintas posiciones en la columna, hasta doce, correspondientes con los signos de un código que solo conocían las comandancias de origen y destino. Nada fácil reconocer desde los 10 kilómetros de distancia que separaban las torres y con solo unos prismáticos cada una de las señales, a razón de cuatro signos por minuto. Nada que ver con la velocidad y complejidad de los mensajes inmediatos de nuestra era digital.
De aquellas torres, dos ruinas, la de Uzturre y la del alto de Aitzbeltz, y muy pocos recuerdos. Desde cualquiera de sus posiciones se divisan largos horizontes. Merecían ser un monumento a la comunicación del pasado, pero solo son esqueletos.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
A la venta los vuelos de Santander a Ibiza, que aumentan este verano
El Diario Montañés
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.