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Todos hemos coleccionado algo. Cromos, dedales, gomas, minerales, sellos, imanes… En mi infancia las brujas invadieron la casa, hubo una época en la que todo el mundo tenía claro qué regalarme. Recopilar este tipo de objetos resulta adictivo, algunos convierten la costumbre en pulsión. ... Las colecciones nacen por casualidad, por azares de la vida. Suelen ser comunes... suelen. Acoger una muestra de gigantes en el hogar parece, a priori, complicado. Hacerles hueco, meta colosalmente ambiciosa. Facilita el asunto el método «Cariño, he encogido a los niños»: convertir la enormidad de las figuras en manejables reproducciones de 26 o 27 centímetros.
Aún así, ocupan lugar. Que se lo digan a Susana Aribayos. Los gigantes minis que atesora suman 116. «Empezamos a no tener sitio donde meterlos, los más especiales están expuestos en una balda, el resto en un armario exclusivo», comenta. A ellos se suman revistas, libros y asuntos relacionados, incluso un grandullón construido por la familia «con el que los niños lo pasan bomba», asegura esta vecina de Bilbao. El detonante del fenómeno tiene nombre: Beñat. Es el mayor de sus hijos. Ahora cuenta 12 años, pero la cosa empezó con uno. «A esa edad los vio por primera vez en Aste Nagusia, fue un flechazo». La semilla regada por el crío germinó en el clan completo. Luken, el menor de 9 años, «ha mamado la tradición desde antes de nacer incluso». Y Balen, el aita, baila uno en Ondalan Konpartsa. También se han apuntado al 'oficio' Beñat y Luken, que mueven gigantes txikis en la comparsa de Deusto desde que cumplieron un lustro.
Cada año, hasta la llegada de la pandemia, componían el esqueleto de estos seres mágicos. La existencia de los enormes 'muñecos' está constatada desde el siglo XIII en Navarra. «Las primeras noticias de los de Bilbao se remontan al XVI, asociados a la celebración del Corpus. Aquí los más antiguos que siguen utilizándose son Don Terencio y Doña Tomasa, del XVIII. Antes parece que hubo Reyes Moros. Generalmente se inspiran en personajes de significado local vinculados con las festividades y la vida», comenta Itziar Martija, técnico de Educación en Bilbao Bizkaia Museoak. Don Terencio es la representación de un corregidor bilbaíno, funcionario real que servía de enlace entre poderes municipales, provinciales y el monarca. Doña Tomasa, su esposa.
La capital vizcaína saca a pasear también a aldeanos, miembros de las poblaciones rurales. Al inglés y la bilbainita de la bilbainada «Un inglés vino a Bilbao». Isabel II y Zumalakarregi, reina y general símbolo de las tradiciones liberal y carlista del XIX. Al ferrón y la cigarrera, oficios tradicionales por entonces en las minas de Bilbao la Vieja y la fábrica de tabacos de Santutxu. Al marino y la carguera, relacionados con el puerto. Y a Pitxitxi y Lina, jugador y su mujer, nacidos con motivo del centenario del Athletic. Este último es el más buscado en Orriak (www.orriak.com), tienda especializada en crear reproducciones de goma. «Quizá el más querido por lo que representa, empezamos con él en 2016 y hemos incorporado otros a partir de fotos y la inspiración del momento. Tenemos diez figuras propias, faltan cuatro», comenta Miguel Ángel Jiménez. Eso respecto a las de Bilbao. También venden de Guipúzcoa, Navarra e incluso catalanas. La mayoría las compran niños, aunque muchos adultos los usan como excusa. «Los chavales vienen muy ilusionados, son exigentes, tienen claro lo que quieren. Algunos apenas saben hablar, pero los reconocen y los llaman por su nombre», confirma.
Juegan con ellos y los coleccionan. Otro fan es el vecino de Aretxabaleta, Txarli Gomez. «Desde que mis hijos, Andoitz y Ganix, eran pequeños les llevamos a conocer tradiciones y fiestas. Como en casi todos los pueblos hay pasacalles, nos aficionamos. Desde que Andoitz vio los gigantes de Iruñea en San Fermín dijo que quería bailar con ellos. Empezó a hacerlo a los 6 años en la comparsa de Arrasate-Mondragón», cuenta. Tan feliz veían al chaval que ese año Olentzero le regaló su propio gigante, Patakon, un pirata diseñado en Cataluña que luce traje cosido por costurera de Beasain.
Los gigantes y cabezudos son un fenómeno mundial con especial arraigo en Europa Occidental y Latinoamérica. Siempre han estado asociados a las fiestas, si bien, dado que aparecen en la Edad Media, las festividades tenían carácter religioso. «Cada lugar ha creado los suyos, aunque al tratarse de arquetipos suelen incluir personajes similares: gobernantes, burgueses, vida rural... Los cabezudos suelen ser más variados, en Bilbao, a comienzos del siglo XX representaban a deportistas famosos, locutores de radio… aún tenemos a Don Celes», recuerda Martija. Su peso varía en función de cómo se elaboren. Los de los años 80 del pasado siglo eran más contundentes que los de ahora, fabricados en resina con moldes. «Los antiguos, al ser artesanales, guardaban mayor expresividad y detalle en rostro y manos. Lo de Gasteiz son ligeramente más bajos que los de Bilbao y San Sebastián. Y los de Bilbao, de los pocos en el mundo que tienen brazos articulados para moverlos al bailar», agrega. Don Terencio sobrepasa los 60 kilos mientras que Pitxitxi y Lina rondan los 35 o 40. Sus réplicas, por suerte, se quedan en 200 gramos.
«Nos faltan algunos bilbaínos, nuestros favoritos, estamos deseando que salgan. Tienen, claro, un lugar privilegiado los pertenecientes a Ondalan Konpartsa, aunque están hechos en cerámica. Cuando mi hijo era más pequeño solo jugaba con ellos. Las réplicas son bonitas, realizadas al detalle, permiten aprender parte de la historia de nuestra tierra. Los niños simulan actuaciones, hacen kalejiras por casa, preparan decorados, es muy creativo. Cuando era niña recuerdo haber visto gigantes, pero no me habían llamado la atención hasta que se la llamaron a mi hijo y empezamos a investigar la tradición», aclara Susana. Destaca, entre las que se mantienen, la vestimenta de elaboración artesana.
Llevarlos requiere horas de práctica. «No solo son pesados, son muy altos y hay que transportarlos bailando; existen versiones más pequeñas que pueden sacar niños, Ondalan suele traer algunas al Museo Vasco, para que los más pequeños experimenten la dificultad de ponerlos en movimiento», rememora Martija. Txarli Gomez y Andoitz saben de lo que habla, sus cuerpos desaparecen dentro de la carcasa. Los gigantes de Txantreako Konpartsa fueron sus primeras adquisiciones: Mari y Basajaun, Sorgiñe y Tartalo. Después llegaron Sancho y Sancha de Villava, Xanti y Maialen de Errenteria, Los Indis de Reus. Hace tiempo que ya no cuentan sus posesiones. «Tenemos figuras que por su tamaño no entran en casa, están en el camarote. En su mayoría catalanas, los dracs, mulasas, águilas... También de Zaragoza, los Zagazudos y sus gigantes», narra Txarli. De goma, resina, marmolina o arcilla como las de Vitoria o las de Ondalan. «Cuando hacemos limpieza las sacamos al pasillo, montamos una gran kalejira y vuelta a la estantería», comenta con sorna. Las últimas en llegar fueron las de Oñate. «¡Esto no tiene fin!», clama al cielo encantado. Incluso han organizado exposiciones.
Todos echan de menos bailarlos en la calle, pero no está el mundo para fiestas. «El pasado año habríamos celebrado el 20 aniversario de la comparsa de Bergara y este año los 25 años de Ondalan», aclaran. Habrá que esperar hasta poder salir de nuevo libremente. Conformarse de momento con que el polvo no se acumule en estos pequeños grandes personajes.
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