La garganta que deja sin aliento
Desfiladero del Cares | Asturias-León ·
El río Cares abre un formidable cañón en el corazón de los Picos de Europa, con precipicios salpicados de encinas a los que asoman rebecos y hasta quebrantahuesosDesfiladero del Cares | Asturias-León ·
El río Cares abre un formidable cañón en el corazón de los Picos de Europa, con precipicios salpicados de encinas a los que asoman rebecos y hasta quebrantahuesosTiene el desfiladero del Cares una atmósfera de leyenda, de frontera inhóspita tallada en la piedra; de ecos del pasado que traen a la memoria letales emboscadas y un aislamiento que es más buscado que impuesto. El río lleva millones de años socavando las entrañas ... de la tierra, dejando a su paso un lecho rocoso plagado de pozas de agua cristalina y fría -no importa que corra el mes de agosto-, deudoras de los neveros de las cumbres que se elevan como farallones hasta taladrar el cielo. Quizá no haya otra ruta de montaña más popular en España -con permiso de la que se adentra en el valle de Ordesa-, en parte porque pese a un arranque peleón, la senda discurre llaneando, en medio de paisajes espectaculares y asomada, eso sí, a precipicios que a menudo dejan sin aliento.
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Son once kilómetros los que separan el pintoresco Caín, erizado de tiendas, albergues y restaurantes, de la subestación eléctrica de Poncebos, donde el agua que ha viajado deslizándose en suave pendiente a través de 71 túneles pone en marcha las turbinas que encienden el valle. La Sociedad Electra de Viesgo comenzó a construir el canal en 1915 y las obras se prolongaron por espacio de seis años. Allí trabajaron 2.000 personas en una condiciones que harían palidecer al más curtido, durmiendo a la intemperie y compartiendo refugio con las acémilas que aseguraban los suministros, entre detonaciones de dinamita y despeñaderos que dejaban sin aliento. Once personas perdieron allí la vida.
La subida arranca a la vera del río, por la orilla contraria a la del funicular que atraviesa la montaña hasta llegar a Bulnes. Conforme se va ganando altura, el cascabeleo del agua se va apagando y cede protagonismo al gañido de las rapaces -estamos en uno de los últimos hábitats del quebrantahuesos-, el quejumbroso balido de cabras y rebecos, y el viento, omnipresente durante toda la ruta. Los Collados son la principal dificultad de la travesía -realmente la única-, entre ruinas de albergues y de barracones donde en otro tiempo las brigadas de trabajadores buscaban refugio. Las rocas se asoman al abismo como la proa de un barco, mientras la senda peatonal discurre sin apenas altibajos excavada a la sombra del pedregal.
La encina es la reina del desfiladero; una especie mediterránea que, contra todo pronóstico, ha encontrado acomodo entre las grietas resecas y azotadas por corrientes de aire que el cañón se encarga de azuzar. La montaña esconde senderos que se camuflan entre las piedras y serpentean por las laderas, algunos hasta Covadonga.
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Distancia a Poncebos 196 km. desde Bilbao y 258 desde Vitoria.
Extensión de la ruta. 11 km. (+9 si se amplía hasta Posada de Valdeón)
Completada la ruta en Caín hay posibilidad de seguir camino hasta Posada de Valdeón, distante a nueve kilómetros. Aquí empieza Cristo a padecer, con pendientes que en algunos tramos alcanzan el 20% de desnivel. El escenario cambia: el desfiladero se va abriendo, la carretera sustituye al sendero de tierra -se puede recuperar más adelante- y el bosque inunda el valle de fresnos y tilos de hoja grande, entre pastizales jugosos y casas robustas y sin adornos, a la orilla de ese Cares que fluye travieso.
A medio camino se levanta el Chorco de los Lobos, una trampa de piedra que cierra una empalizada de madera cuyo origen se remonta a 1610, cuando las Ordenanzas de Montería establecían levas entre los ganderos de la zona para dar caza al depredador. «Un miembro como mínimo por familia, todos los hombres de 16 y 65 años». A partir de aquí y hasta el mirador del Tombo, los repechos no dan tregua, si bien la recompensa son unas privilegiadas vistas: al frente el valle de Valdeón, alfombrado de verde y rodeado de gigantes calcáreos; y detrás el pueblo de Cordiñanes, al abrigo de la montaña, con sus hórreos, fresqueras y sillares sobre el dintel de las puertas. Y en cuesta, claro, haciendo bueno el dicho de que en esta región la gente no muere, se despeña.
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