Fortín de templarios y trinchera de milicianos
Monzón (Huesca) ·
Los últimos caballeros de Jerusalén encontraron refugio entre sus muros cuando pasaron de héroes a proscritosMonzón (Huesca) ·
Los últimos caballeros de Jerusalén encontraron refugio entre sus muros cuando pasaron de héroes a proscritosLa mole se levanta, rotunda, sobre la ciudad de Monzón, a medio camino entre Huesca y Lérida, con el Monte Perdido, el Soum de Ramond y el Cilindro de Marboré en la línea del horizonte. Sopla el cierzo, fresco y seco, levantando remolinos de polvo ... en el camino que sube desde la judería, cubierta de grafitis como tatuajes que recorren su geografía esculpida en cuesta, y ese olor a fogata que acostumbra a escapar de los solares que esperan mejor ocasión para construir y que entretanto simulan los cráteres que dejan las caries. En los bares hay ternasco, longaniza de Grau, ancas de rana y un somontano de aspecto amarillo pajizo y aroma frutal que revive a un muerto.
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Pero vayamos al grano. Los templarios llegaron al castillo de Monzón siglos después de que los árabes levantaran allí una alcazaba. Lo hicieron en la primera mitad del s.XII, en plena Reconquista, cuando Aragón era sinónimo de frontera y cambiaba continuamente de manos. La orden surgida al fragor de las Cruzadas había crecido como la espuma y creado un entramado financiero poderosísimo que a la postre significaría su perdición. Cuando el primer maestre de Monzón, Pedro Rovira, recibió la encomienda quedaron bajo su mando los castillos de Monzón, Chalamera, Mongay, Barberá, Remolinos y Corbins, además de mil sueldos anuales de renta en Zaragoza y un quinto del botín que rapiñara en las cabalgadas contra los moros. Una bicoca, vamos. Nadie podía vivir a una milla de la fortaleza sin el permiso expreso del comendador de la orden.
Sus caballeros y ballesteros estuvieron presentes en la toma de Mallorca y en la conquista de Valencia a manos de Jaime I de Aragón, que de niño había permanecido tres años en una torre esquinera de esta fortaleza de Monzón que todavía se puede visitar y que sorprende por su austeridad casi monástica. El reinado de 'El Conquistador' duró 63 años, el más largo en la historia de España, y sus dominios llegaron más allá de los Pirineos, hasta la Occitania y Montpellier.
438 km desde Bilbao por la AP-68 hasta Zaragoza y de allí a Huesca; y 326 desde Vitoria por la A-21 y la A-22
Pero el Temple estaba llamado a desaparecer de escena con la misma celeridad con la que había alcanzado la gloria debido a las envidias que despertó su poder y, sobre todo, su descomunal patrimonio. Felipe IV de Francia y el papa Clemente V emprendieron una persecución que se cobró la vida de miles de caballeros y de la que tampoco escapó Jacques de Molay, el maestre superior, que acabaría confesando bajo tormento practicar ritos idólatras y hasta sodomía. Menos bonito le debieron llamar de todo. Monzón, sin embargo, se convirtió en su baluarte: a finales de 1308 era el único castillo de estos monjes guerreros que resistía en el reino, el único que no se rindió al afán depredador de Felipe IV de Francia. Jaime II les permitio conservar sus joyas, caballerías, bienes inmuebles y hasta sus derechos, si se lo imploraban al Papa. Al final, herido de muerte, el Temple se disolvió, yendo a parar algunos de sus caballeros a la Orden de Montesa y otros a repartir mandobles por cuenta ajena.
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Pero la fortaleza estaba lejos de escribir su último capítulo. Al pie de las murallas, de su Torre del Homenaje y del Refectorio donde los templarios organizaron tiempo atrás sus capítulos, un modesto letrero informa de las trincheras que socavan las entrañas del castillo. No son de origen medieval, sino de la Guerra Civil, excavadas más de seiscientos años después en la roca amarillenta. Forman parte de lo que se conoció como la línea defensiva del Cinca, el río que da nombre al valle donde se levanta Monzón, que permaneció leal al bando republicano cuando las tres capitales aragonesas cayeron del lado nacional. Allí, una profunda galería se abre a un balcón desde donde las baterías artilleras vigilaban la llanura. Una guerra de desgaste que terminó en vísperas de la Batalla del Ebro, cuando las divisiones de Franco avanzaron sin oposición y pusieron en fuga a los milicianos, los mismos que luego se refugiarían en el Pirineo creando el germen de lo que se conocería como el maquis.
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