
Fantasmas asomados a Yesa
Tiermas y Escó (Zaragoza) ·
La apertura del último tramo de autovía entre Navarra y Aragón sobrevuela los pueblos que la construcción del pantano obligó a desalojarTiermas y Escó (Zaragoza) ·
La apertura del último tramo de autovía entre Navarra y Aragón sobrevuela los pueblos que la construcción del pantano obligó a desalojarSergio García
Jueves, 10 de abril 2025, 21:22
La apertura hoy del último tramo de autovía que discurre junto al pantano de Yesa es una noticia excelente para todos aquellos que aprovechan la ... menor oportunidad para visitar Jaca, las estaciones de Candanchú o Panticosa, y parques naturales como el de Ordesa. Son poco menos de 7 kilómetros que arrastraban años de retraso y que permiten sortear una carretera llena de curvas, en no muy buen estado y donde corzos y jabalíes traicioneros irrumpen cuando menos te lo esperas. Desde la nueva carretera se domina todo el embalse, una obra descomunal que obligó a desalojar 25 pueblos y a expropiar 8.500 hectáreas, aunque finalmente solo se anegaron 4.000. Millar y medio de personas tuvieron que buscarse otro hogar, abonando lo que con los años se conocería como 'España vaciada'.
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Uno de ellos es Tiermas, donde brota a 38º y desde tiempo de los romanos un manantial de aguas sulfurosas, que solo queda al descubierto en septiembre y octubre, cuando el embalse está bajo mínimos. Aquí había un balneario, el Infanta Isabel, con capacidad para 150 clientes y que empleaba a decenas de lugareños. Solo quedan ruinas, pero su recuerdo sigue vivo como demuestra el enjambre de coches que aguardan en batería en los arcenes, mientras sus dueños se tumban en las pozas y se embadurnan de barro. Acuden por decenas, pertrechados con sillas plegables, camisetas de Iron Maiden y raciones de tortilla de patata envueltas en papel de plata.
Distancia El tramo de la A-21 que se abre hoy tiene 6,6 km, sortea Yesa y une Tiermas y Sigüés
Arriba, colgado sobre un otero, está Tiermas. Tres kilómetros lo separan de Navarra. Una valla impide el paso a los vehículos, pero no consigue desanimar a los peatones. El pueblo está invadido de carrascales, pinos, endrinos y boj. Y helechos, muchos helechos, por todas partes, como las zarzas que se abren camino por lo que fueron calles y plazas. Cuesta creer que el pueblo llegara a tener casi 900 habitantes. Dicen que aquí hubo dos colegios y ultramarinos como el de Casa Gil o La Mariana, donde ahora hay paredes cubiertas de grafittis, hogueras y vigas que aguantan nadie sabe muy bien cómo ni por cuanto tiempo. Se conservan balcones de madera como el de Casa Urbano, como un decorado de película que luciera falso tras desplomarse el edificio; y la iglesia de San Miguel Arcángel, con la escuela de las niñas a la izquierda del arco de entrada. Su interior está devastado, árboles creciendo en la nave central y un boquete abierto en lo que debía ser el coro donde ahora se cuelan los cárabos.
Abajo, en la vega sometida a esa suerte de mareas que depende más de las estaciones que de la Luna, la carretera zigzaguea hacia el este. Aquí empieza la Jacetania, esa comarca de reminiscencias medievales y corazón pirenaico, que más al norte se volverá frondosa, pero que aquí, en el llano, discurre entre ocres y grises, tierra apelmazada y sin jugo, foces y cañadas.
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Cerca de allí se levanta Escó, el último pueblo en ser abandonado, allá por los años 70. Produce un estremecimiento la primera vez que se ve. Un escueto cartel en la carretera, los campos batidos por el viento y un transformador eléctrico ya jubilado dan al conjunto un aspecto como de pueblo del Oeste. Hasta que uno se fija en los muros de la iglesia -también bajo la advocación de San Miguel- y no puede evitar pensar en la abadía de 'El nombre de la rosa', firme contra las tormentas que llegan del cielo y de la ira de los hombres. Su interior expoliado parece cobijar el lado oscuro de la fuerza y una viga atravesada recuerda el paso de unos Erasmus con ganas de juerga. Quizá sea el pueblo más pintoresco, con su calle mayor de piedras desencajadas e invadida de rastrojos, y las puertas de las casas recordando una y cien veces 'No pasar', como si los supervivientes esperaran emboscados una carga de regulares de un momento para otro. Los hierbajos se han adueñado del cementerio hasta alcanzar casi la altura de un campo de trigo, y alguien ha colocado una placa donde se puede leer 'En recuerdo de todos los que aquí descansan'. Como evitando dejarse a nadie en el tintero, no vaya a ser que corra la misma suerte que el pueblo que le vio nacer.
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