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Guillermo Elejabeitia
Jueves, 11 de octubre 2018, 17:32
Bajo el balcón de Julieta, hordas de jovenzuelos en viaje de estudios hacen cola para hacerse una impúdica foto asiendo el pecho de la heroína de Shakespeare. Cuando el autor inglés tomó prestada una leyenda italiana para construir con ella el relato canónico del amor ... trágico, otorgó a Verona un lugar en el imaginario colectivo global. Pero esta coqueta ciudad a orillas del río Adige es mucho más que la cuna de Romeo y Julieta, aunque sea eso lo que le permite sisarle un buen puñado de turistas a su vecina Venecia.
Julio César la escogió como retiro y probablemente ya entonces un manto de viñedos cubría los alrededores de Verona. Su posición estratégica como nudo de comunicaciones y un entorno especialmente fértil para el viñedo han hecho de la región la principal factoría de vino italiano. Su principal mercado está al otro lado de los Alpes, en Alemania, donde se venden millones de litros a granel de caldos baratos. Pero hay un puñado de referencias, como los tintos de Bardolino o Valpolicella, los blancos de Soave y unos intensos Amarones a base de una parte de uva pasificada, que han aquilatado la reputación vinícola de la región en toda Europa. Quizá la única excepción sea España, donde la presencia de vino italiano en tiendas y restaurantes sigue siendo testimonial.
No contenta con hacer del vino la sangre que bombea la economía de la región, Verona y su entorno se esfuerzan por dibujar una oferta enoturística y gastronómica atractiva que sirva para que los visitantes se queden a algo más que a hacerse la típica foto bajo el balcón de Julieta de camino a la ciudad de los canales. Atractivos no le faltan.
Ubicada en un meandro del río que le sirve de muralla natural, la ciudad conserva restos del dominio romano, veneciano y austrohúngaro. Un anfiteatro del siglo I espléndidamente conservado da fe de su importancia desde la Antigüedad. En la Edad Media la construcción se convirtió en refugio de las prostitutas, que la salvaron del pillaje sufrido por otros monumentos romanos. Desde principios del siglo XX, da lustre a la vida cultural de Verona como escenario de grandiosas óperas a a cielo abierto.
El otro centro neurálgico de la ciudad es la Piazza delle Erbe, en torno a la cual se ha sucedido durante siglos la animada vida de los veroneses. Así sigue siendo hoy, aunque el mercado de hierbas -de ahí su nombre-, frutas y verduras haya dado paso a sombreros, abanicos, pulseras y demás souvenirs. Tras admirar las imponentes fachadas barrocas que rodean la plaza, apetece perderse por las callejuelas cercanas, donde pequeños restaurantes, cantinas y bodeguillas se mezclan con pozos de leyenda y palacios de frescos desconchados. No en vano fue bautizada en el Renacimiento como 'La ciudad pintada', por la cantidad de policromía que revestía sus fachadas.
En una de esas plazoletas se encuentra 12 Apostoli, quizá el restaurante más antiguo de Verona, donde puede uno comer literalmente entre ruinas romanas, y no lejos de allí está La Bottega della Gina, un taller de pasta artesana donde las visitas juegan a elaborar ellos mismos los famosos tortelloni de la casa. También merece una visita la La Osteria del Bugiardo, que vende en el centro de Verona los vinos que produce en Valpolicella. La osteria, a medio camino entre el despacho de vino y la tienda de alimentación con un espacio para el picoteo, es un tipo de negocio muy popular en toda Italia del que Verona cuenta con buenos ejemplos. Como la Mandorla, cerca de la Piazza Bra. Fundada en 1930, su barra de mármol, sus mesas desgastadas y su extensa colección de vinos forrando las paredes, le ayudan a mantener el aroma popular de siempre.
O el Café Dante, cuya terraza en la en la Piazza dei Signori se llena igual de grupos de turistas que de caballeros autóctonos en busca de un buen plato de risotto. Precisamente uno de los alicientes de hacer turismo gastronómico en Verona es que la frontera en los establecimientos para turistas y los sitios donde comen los locales es mucho más difusa que en Roma, Venecia o Florencia.
Y hablando de Dante, la descendientes del célebre literato llevan más de 500 años dedicándose a la elaboración de vino en las colinas de Valpolicella. El conde Serego Alighieri, que representa a la vigésimoprimera generación de la estirpe, ha abierto al público la impresionante villa familiar rodeada de viñedos donde todavía reside. En la misma zona se encuentra también Tenute Salvaterra, otra de las bodegas que ha apostado fuerte por abrirse al enoturismo, hasta el punto de hacerse con el premio al mejor paisaje y arquitectura en la pasada edición de los premios Best of Wine celebrada en el Véneto.
Mientras Valpolicella es conocida por sus tintos, los blancos más apreciados de la región proceden de Soave, un pueblito medieval con castillo amurallado en torno al cual se arremolinan un puñado de bodegas y cientos de hectáreas de viñedo. Una de las más antiguas es Coffele, refundada hace unas décadas por Giusseppe Coffele como parte de un proyecto de rehabilitación social en el que trabajan personas con problemas. A tiro de piedra de Soave está Villa Canestari, donde entre otros caldos se produce un Amarone 1888 que está entre los más apreciados de su rango y del que solo se hacen 1.300 botellas cada año. Merece la pena acercarse a por una.
Y ya en Bardolino, junto al lago de Garda encontramos Villa Cordevigo, un impresionante complejo del siglo XVIII que produce vino y aceite y acoge desde 2010 un hotel de lujo, o Zeni, una de las marcas más consolidadas de Italia, que también organiza catas y visitas guiadas en un entorno espectacular. Lo cierto es que cualquiera de ellas ofrece un plan más romántico que hacer cola para hacerse una foto bajo el balcón de Julieta.
Como centro de una de las regiones vinícolas más importantes del mundo, Verona forma parte de la red internacional Great Wine Capitals. Fundada en 1999, esta asociación está integrada por las cámaras de comercio de diez grandes ciudades de Europa, América y Oceanía que comparten el objetivo de promocionar sus vinos a nivel global. Sólo se permite una ciudad por país y la representante española es Bilbao, como punta de lanza para el mercado internacional de los vinos de la DOC Rioja. Burdeos representa a Francia, Oporto a Portugal, Mainz defiende los vinos alemanes del Rin, Mendoza los argentinos y Valparaíso los chilenos. Por el valle de Napa, en California, figura San Francisco y por Australia meridional, Adelaida. En la última reunión de la red, celebrada este verano precisamente en Verona, se dio la bienvenida a una nueva integrante, Lausana, en representación de los vinos suizos del cantón de Vaud.
Orientada a promover el enoturismo y la excelencia en las bodegas, Great Wine Capitals otorga cada año los premios Best of Wine en diferentes categorías, primero en las respectivas divisiones de la red y después a nivel internacional. Los ganadores absolutos de este año se conocerán el mes que viene en una gala que se celebrará en Adelaida.
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