Hacia dentro, esa es la dirección que tomamos esta vez. No tanto espiritual como geográfica, aunque el entorno ayudará a mirar al interior, de cada una de las provincias presentadas y de uno mismo, insignificante ante la grandeza de lo visitado. Hay lugares de espectacularidad ... arquitectónica y otros bendecidos además por otra suerte, la natural. Pueblos en los que al abrir las ventanas saludan los pájaros, no insufribles cláxones. En los que en vez de vecinos distinguirás ovejas, mejor opción en muchos casos. Villas ancianas con viejos caminos por los que desconectar. Para dejar atrás las molestias del día a día.
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Espera subida a una loma, señora con tacones de la meseta. A 840 metros. En tierra despejada, sin río que haga cosquillas a sus pies ni árboles que le den sombra, mientras observa con sus gafas de sol la cordillera pirenaica y la planicie de la ribera. Sobria en su estilo medieval, recorrida por callejas pedregosas que tienden hacia la cima, el Santuario-Fortaleza de Santa María de Ujué. Edificio coronado por las torres de Cuatro Vientos y Picos, tardó dos siglos en construirse. Alberga una vitrina con el corazón del rey que fortificaría el santuario en el siglo XIV, Carlos II, a quien sus enemigos franceses apodaron «El Malo» y que, dicen, trató de matar a los reyes de Castilla y a los de Francia. Ujué se alza en la zona media oriental de Navarra. Nació a finales del siglo VIII o comienzos del IX, cuando Iñigo Arista, primer rey de Pamplona, construyó allí una fortaleza con la intención de frenar al Islam. Esa es la realidad pero, cuenta la leyenda, que una paloma se presentó ante un pastor que andaba con su rebaño. Entraba y salía por un agujero cavado dentro de un peñasco. Curioso, el hombre accedió al orificio donde descubriría una imagen de la Virgen con el Niño. Por eso dedicaron el lugar a la Santa Madre. Hoy día portalones, mansiones barrocas, casas populares y escudos ayudan a aumentar la belleza local. No te vayas sin haber probado las migas de pastor elaboradas con pan cabezón, aseguran que pocos las cocinan como allí. También son típicas las almendras garrapiñadas.
A veces un paisaje dice más que toda una suma de edificios. La localización de este pueblo de la cuadrilla de Zuia, con su pared de montañas a la espalda, incita a reflexionar sobre lo pasajero y minúsculo del ser humano. La pradera en la que se asienta el caserío parece una sábana verdosa extendida con clara misión: abrigar cimas que en invierno tiemblan de frío, coronadas por la nieve. Montes como Anboto, Udalaitz o Besaide. Aseguran los lugareños que la niebla tiene cierta querencia a mostrarse, que engalana el entorno de misterio. Pero además de vistas el lugar guarda inmuebles de interés, la Ferrería de Aurtola y el caserío Salturri, patrimonio arquitectónico. Caminar por el monte es obligado en la visita, acercarse hasta los embalses de Ullibarri-Gamboa y Urrunaga. Tierra de límites con Bizkaia y Gipuzkoa, en el siglo XII fue declarada vizcaína, hasta que en 1498 cambiaría de provincia. Cuentan ancianos textos que un joven Alfonso XIII estuvo allí pues deseaba saludar a su profesor de Ciencias, Francisco de Paula Arrillaga, quien veraneaba en casa de sus padres. Corría el año 1905. El rey viajero, fascinado al contemplar el valle desde Kurtzeta exclamó: «¡Esto es una pequeña Suiza!». Y de verdad lo parece.
Si alguien piensa en el típico pueblo de interior vasco entre los nombres posibles surge siempre Otxandio. Imaginemos que te taparan los ojos con un antifaz, te dieran unas cuantas vueltas para desorientar y te quitaran la venda ante su plaza mayor. ¿Dudarías de que te encuentras en Euskadi? Seguro que no. El valor arquitectónico de ese espacio destaca como uno de los mejores de Bizkaia. Enamoran el edificio consistorial y la iglesia de Santa Mariñe, la fuente de Vulcano y la casa de cultura. Por si el visitante antes ciego tuviera dudas, se suman al descubrimiento bolera y frontón. Blanco y en botella… Frontera con Álava en el extremo meridional, su singularidad y aspecto monumental resultan obvios. Hablamos de un ayuntamiento de 1742 declarado Monumento nacional. Con sillería, tres escudos en la fachada y un curioso reloj solar. De un templo del XVI con imponente torre. Un surtidor de agua dedicado paradójicamente al dios del fuego, reconocimiento a la industria herrera. Y una kultur etxea del siglo XIX. Los balsones otorgan majestuosidad a las casas en la calle Uribarrena y brilla el antiguo hospital, construido en 1722 con fondos donados por un indiano. Del entorno natural poco queda decir que no se haya escrito ya. Sin duda es una suerte vivir tocado por los parques naturales de Urkiola y Gorbeia. Regado por el pantano de Urrunaga.
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Mota de tejados rojizos entre tanto verde, este municipio parece una peca que le salió al monte para quedarse. Situado al sudeste de Gipuzkoa, permanece fiel, constante, aferrado a una escarpada ladera en la comarca del Alto Deba. Su amor a la naturaleza se extendió también al gusto por la sal. Salinas y Camino Real marcaron su devenir pues las primeras animaron su fundación en 1331 y el segundo ayudó al tránsito de gentes y mercancías desde Castilla al Cantábrico. El proceso de extracción del oro blanco se aprende en el Museo de la sal. Imposible negar la grandeza del casco urbano, no por tamaño sino por relevancia. Edificios y palacios lo pueblan. Dibujan un óvalo con tres calles paralelas y un eje transversal. Quedan cinco de las siete puertas por las que se superaba la muralla. Detente ante la fuente de As de Copas, de doce caños; los palacios Garro, Soran y Elexalde; el ayuntamiento del XVIII; la iglesia de San Millán… Los ciclistas han de acercarse al santuario de Santa María de Dorleta, antigua hospedería del Camino de Santiago, que protege a su patrona. Como en todas estas citas, la belleza no se encuentra solo en el exterior sino en el interior. El de los bosques y la montaña. En los senderos que llevan a los parques de Pagoeder, Iturritxueta y Bengoerreka.
Robusto, construido con esa piedra que parece exclamar «¡Estoy aquí!». Así es este pueblo burgalés del sureste, nacido entre los años 912 y 940. Aseguran los expertos que su nombre proviene del latín «cabis», traducido como cal, pues el producto abundaba en la zona. Hasta allí acudieron gentes de Castilla la Vieja, que establecieron el concejo. La fama del lugar explosiona desde 1170 pues nace allí el que se convertiría en Santo Domingo de Guzmán. Su huella es clara. Aparece en denominaciones como el Torreón de los Guzmanes, el Real Monasterio de Santo Domingo de Guzmán. Sería Alfonso X «El Sabio» quien creó señorío político y espiritual en la villa glorificando al religioso. Allí se presentó el monarca para otorgar fuero, convento, villa y términos a la priora de las dominicas a las que había trasladado hasta ese punto. Y allí, en el edificio religioso, colocaría el sepulcro de su hija, la Infanta Leonor de Castilla. El señorío de las monjas duró hasta el siglo XIX. En 1950 otra orden, los Dominicos, señalan a la localidad como lugar santo por su silencio y cristiandad de la tierra. Inauguran allí un centro de estudios y espiritualidad, referencia en ámbitos teologales.
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Te mira desde arriba, pero no por aires de superioridad sino por asentarse sobre tierra elevada a 460 metros. Tierra perteneciente al municipio de Camaleño. Orgullosa está de sí misma pues ha sido incluida este año en la lista de Pueblos más bonitos de España. Destaca en su línea del horizonte la torre medieval de finales del XIII, junto a una casa solariega remodelada en el siglo XIX, con capilla rectangular y retablo barroco. Visten el centro también casas populares lebaniegas, hogares típicos de la zona con planta alta frecuentemente abierta al exterior y paredes de entrelazo de varas, forradas con manteado de barro. La iglesia parroquial (XVII) con retablo barroco, los escudos de los Mogrovejo y una Virgen flamenca de finales del XV. ¿Preguntas si no hay más? ¡Por supuesto! La casona de Vicente de Celis (XVI). Hornos de pan semicirculares. Un hórreo... Un casco urbano declarado Bien de Interés Cultural, con categoría de Conjunto Histórico, gracias a estas casonas de balcones forjados y a la torre. Y vistas, muchas y deslumbrantes.
La instalaron en plena sierra riojana, al sur de la provincia, cumbre de Las Siete Villas con sus 1.182 metros. Obedeciendo al curso alto del río Najerilla. Tocada por otros dos cauces, el del Ormazal y el Castejón, entre montañas que suman nombre al suyo: Rastraculos, La Muela, Añiquete, Urbión… La comarca de Nájera ostenta el lugar; hacen de guardaespaldas las sierras de San Lorenzo y Urbión. El paisaje que rodea al municipio consiguió multiplicar su carácter. Invita a caminatas para perderse entre los montes de una comarca especialmente ganadera que vivió en épocas pasadas una cabaña mayor, especialmente de ovino. Respecto a su historia, fue Enrique II de Trastámara quien cedería a Juan Ramírez de Arellano el señorío de Cameros en 1366. Incluía Viniegra de Arriba, entonces denominada Viniegra de Suso. Se ganó tal suerte tras la ayuda prestada en la lucha contra Pedro I «El Cruel». Después serían los Condes de Aguilar e Inestrillas sus poseedores hasta que, en 1811, quedaron abolidos los Señoríos. Lo curioso es que pasaría a pertenecer a la provincia de Soria hasta crear la de Logroño, en 1833. Muy cerca del casco urbano, a solo trescientos metros, existe una necrópolis romana que podría datar del siglo I. En el Collado de San Miguel, exactamente.
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