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IRATXE LÓPEZ
Jueves, 6 de septiembre 2018, 14:10
Allá donde mires hay agua. Mana por cada recodo de la piedra como una herida de sangre cristalina cuya hemorragia no se detiene. La garganta de Kakueta presenta al mundo su lado más salvaje en la provincia vascofrancesa de Zuberoa, junto al indómito pueblo de ... Sainte-Engrâce (Santa Grazi, en euskera), al otro lado de la muga del Roncal navarro. La naturaleza se desborda por ella igual que ese llanto constante, para emoción del senderista. El camino parece tranquilo, hermoso. Sorprende su diferencia. Plagado de volúmenes esculpidos durante miles de años por la erosión del deshielo tras la última glaciación. Como un regalo para la vista, el olfato y el alma.
Dónde: Dónde Sainte-Engrâce (Zuberoa), a 40 kilómetros de Isaba y 50 de Otsagabia. Precio
Cuándo: Hasta el 15 noviembre, desde las 8.00 horas hasta el anochecer. Distancia 4,1 kms.
Duración: 2 horas Dificultad Baja
Precio: Adultos y mayores de 16 años: 6 €. Niños de 7 a 16 años: 4,50 €. Menores de 7 años: gratis. Las entradas se sacan en el bar La Cascade, donde también se puede comer.
Recomendaciones: Calzado de montaña. Ponerse el casco que proporcionan en varios puntos. Otros datos Admiten perros atados. Parking gratuito. No es accesible en sillas de ruedas. Web www.sainte-engrace.com.
Fue en 1966 cuando decidieron abrirla a un público que, desde entonces, quedó prendado con el color turquesa de sus aguas. El caminante avanza a través de una senda marcada, presidida por el desfiladero formado hace más de 80 millones de años. De él pende, al final de la ruta, una cascada con más de 20 metros. Húmeda suicida, eligió para derramarse una de las múltiples paredes rocosas, salpicadas por gotas que dan de beber a la exuberante vegetación. No muy lejos, la cueva del lago proporciona el espectáculo de estalactitas y estalagmitas gigantes.
Zuberoa prevalece como amantísima madre que cuida de este retoño. Hasta hace no mucho tiempo solo los contrabandistas se internaban en la zona que, a simple vista, recuerda más al trópico que a Europa. Fue la pasión del espeleólogo Edouard-Alfred Martel quien abrió este accidente orográfico al resto del mundo. Desde 1906 se internó en este paraíso quebrado por grietas, liderando varias expediciones científicas. Así lo hizo saltar a la fama. Antes, los campesinos acostumbraban a descender con su trigo desde las cimas de los acantilados hasta el molino de agua situado en la entrada, que fue engullido por una riada en 1937.
El paso de Kakueta marca frontera entre Francia y España. Muchos lo cruzaron durante la Segunda Guerra Mundial, huyendo de la ocupación. Guiados por pastores vascos que conocían el territorio como la palma de su mano y esquivaban las patrullas alemanas. Escondidos en las granjas de día. Caminando de noche. «Estuve en su casa con otros tres camaradas. Dejamos nuestros documentos de identidad ocultos en su granja, cerca del tejado, bajo la primera piedra al lado de la entrada», escribía uno de esos hombres al vecino que ayudó a encontrar su libertad. La carta está fechada en 1945. La encontró la familia del guía en la vecina de Sainte-Engrâce.
Aquella experiencia debió ser sobrecogedora, como lo es la espectacular naturaleza de este extraño rincón del mundo. Las paredes alcanzan en algunos puntos los 2.000 metros, con profundidades de vértigo, entre 30 y 350 metros, y pasos como el Gran Estrecho, en el que las dos paredes del desfiladero casi parecen fundirse en un beso rocoso, a solo tres metros labio de labio.
Los visitantes han de caminar por la ruta adosada a un flanco del desfiladero. Todos dudan del origen del agua, omnipresente durante la aventura. Helechos, saxígrafas y escolopendras visten de verde el ambiente mientras los buitres vuelan sobre las cabezas. Más complicado de ver es el desmán ibérico, mamífero insectívoro de pequeño tamaño y largo morro en forma de trompa. Así como uno de los animales emblemáticos de los Pirineos, el quebrantahuesos.
De cara a esta ruta, la idea es tomarse el tiempo que uno necesite. Seguir la zancada, detener el paso. Observar, comer el bocadillo. Dejarse conquistar por ensoñaciones. Para descubrir los encantos de este paraje considerado uno de los más salvajes de Europa. Sin sobresaltos y armados de tranquilidad. Pasamanos, escaleras, pasarelas, barandillas… ayudan a no perder pie cuando los ojos no dejan de moverse en todas direcciones con ansia devoradora. Glotones ante el festín natural que proporciona el País Vascofrancés.
El recorrido no tiene pérdida. Un camino ancho de tierra conduce hasta el lago con aguas de color verde. Lo bordea por la izquierda hasta llegar a un puente metálico que deberás cruzar. Se abre después el bosque típico de clima atlántico en esta zona de Zuberoa. Mientras, el camino asciende. Aparece una zona abierta y llana, junto al río. Un túnel excavado en la roca que hay que traspasar, casco en la testa. Según acaba la galería, empieza el desfiladero. Helechos y musgos extienden su capa en el reinado de la humedad. La senda alterna tramos pedregosos, pasarelas metálicas o de madera. Y distintos paneles muestra información sobre este lugar, sobre su historia y la naturaleza que lo adorna.
También hay salpicados en el recorrido bancos y mesas para comer o dar tregua a las piernas. El siguiente punto importante es la cascada de Kakueta. A partir de ahí existen dos posibilidades: pasar por delante de este salto o adentrarse en la roca y bordearlo por su parte posterior (se puede elegir una al ir y otra al volver). Queda cruzar el río por un puente metálico para acercarse hasta la cueva de Kakueta, cuna de estalactitas y estalagmitas, donde nace el río de mismo nombre que ha vigilado con sigilo nuestro viaje.
Sainte-Engrâce. Rodeada de bosques, cerros y praderas de pastoreo, muestra el aspecto típico de las aldeas de la montaña vasca. Su iglesia románica (XI) es un tesoro arquitectónico. Cuenta con hospital para peregrinos, pues estaba en el paso de una etapa importante del Camino de Santiago. El cementerio adyacente llama la atención por sus estelas discoidales en este municipio con poco más de 200 habitantes a los que les gusta la vida apacible dedicada a agricultura, al pastoreo y a la elaboración de productos gastronómicos locales, quesos especialmente.
Cavidad de La Verna. Una de las salas subterráneas accesibles al público más grandes del mundo. Sus 245 metros de diámetro y 194 de altura podrían albergar hasta seis catedrales como la de Notre-Dame de París. Se encuentra situada en pleno macizo calcáreo de Haute-Soule, en el valle de Barétous. Para verla hace falta reserva (www.laverna.fr) y tolerar sus seis grados de temperatura. El hilo conductor de la visita (hay audioguías en castellano) es la aventura humana que condujo a su descubrimiento. El turista recorre 800 metros habilitados, accesibles también para personas con discapacidad.
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