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IRATXE LÓPEZ
Jueves, 13 de junio 2019
Era una especie de Da Vinci, uno de esos sabios multidisciplinares, sobresaliente en muchos asuntos. Dublinés de nacimiento (1810-1897), fruto de la relación entre una irlandesa y un vasco de Zuberoa, sus especialidad se centró en la astronomía, pero tampoco hizo ascos a la geología, la lingüística, la etnología y la cultura oriental, entre otros asuntos. También se ocuparía de la vasca. Publicó en 1836, con Agustin Xaho, un estudio gramatical sobre el euskera.
Precio Visitas guiadas: 9,50 €. Niños de 6 a 13 años: 4,50 €. Paquete para familias: 25 € (2 adultos + 2-3 niños). Menores de 6 años: gratis. Visitas libres 8 €, niños 6 a 13 años 4 €, familias 22 € Idioma Francés (con folleto en español), castellano y euskera.
Poseía Antoine d'Abbadie, además, un buen sentido del gusto, por eso instaló su casona, el castillo-observatorio Abbadia, sobre una ladera, en un montículo con vistas al mar apreciable desde casi toda Hendaya, localidad de la que fue alcalde durante cuatro años. Desde allí podía dedicarse a una de sus pasiones, vigilar las estrellas, atendiendo dentro de su observatorio aquel titilar acompasado al ritmo de su corazón enciclopedista. Por algo resultaría elegido en 1867 miembro de la Academia de Ciencias Francesa, y sería nombrado su presidente.
Viajó mucho, especialmente a Etiopía, que se convirtió en su segunda casa. Diez años pasó en el país africano. Mientras lo hacía cartografiaba la voluptuosidad de sus formas, redondeces y líneas que sirvieron a otros a la hora de aventurarse entre aquellas fronteras. Pero Antoine siempre volvía a Francia. Regresaba a aquel hogar que con el paso del tiempo iba adquiriendo estilo neogótico y oriental –fue construido entre 1864 y 1879–, un lugar que cumple ahora 140 años desde su finalización.
Distribuido según las necesidades de este genial erudito: ala noroeste para el estudio, ala este dedicada a la devoción, ala meridional para recibir visitas. Dispuesto de manera que aprovechaba al máximo la luz solar y las estupendas vistas. Visitarlo provoca sensaciones amables pues parecen mezclarse en el edificio realidad y sueño. Como un castillo de ficción, atrapa al niño que todos llevamos dentro, ése que sobrevive a duras penas los embates de la madurez, gracias a sus coloridos murales y a detalles sorprendentes. A las formas caprichosas empleadas en su edificación por Eugène Viollet-le-Duc, arquitecto restaurador de Notre Dame de París que regresó a la actualidad en abril tras haber doblegado el fuego su altísima aguja, capricho con el que pretendía pasar a la historia y lo logró doblemente, por su levantamiento y caída.
Un par de cocodrilos flanquean la entrada a la abadía, recuerdan el interés de su dueño por las fuentes del Nilo. En la escalera de honor, adornada con una rica vidriera, permanecen visibles los dos lemas que guiaron su vida ('Más ser que parecer' y 'Mi fe y mi Derecho'), vigilados por animales fantásticos. No son las únicas inscripciones presentes en un inmueble digno de cuento, de relato envuelto en misterio. Sorprende la dispuesta sobre una viga, en euskera: «Basta un loco para echar un bloque a un pozo pero hacen falta seis sabios para sacarlo». O la que dibuja un símil sobre la chimenea: «La vida pasa como el humo».
Cristiano convencido, la capilla en la que rezaba sirvió para albergar su tumba y la de la esposa, Virginia Vincent de Saint-Bonnet. Y, aunque la oscuridad ansiada por el romanticismo domina el espacio, tras la visita quedan en la retina la brillantez del estudio y el recogimiento de la biblioteca, que contaba con más de 10.000 volúmenes, 960 obras vascas y 234 manuscritos bíblicos y literarios escritos en Ghez, lengua litúrgica etíope. La estatua dedicada a su protegido, Abdullah, niño etíope que el ilustrado liberó y que acabaría fusilado ya adulto por participar en la revolución de la Comuna de París, en 1871.
El dormitorio masculino que invita a la introspección pues cada mueble representa parte de una iglesia. O el comedor dotado de dieciocho sillas, cada una adornada por una letra del alfabeto etíope que unidas forman la inquietante frase: «Ojalá alrededor de esta mesa nunca se encuentre un traidor». De nuevo la presencia del enigma en este espacio donde el turista puede imaginar la extrañeza en los ojos de los comensales tras conocer la traducción.
Fuera, dejando atrás salones orientales, cuartos de inspiración árabe y piedra, sesenta y cinco hectáreas de naturaleza por las que transitar, pertenecientes al Parque Natural Abbadia. Acantilados, zonas de brezo, pastos naturales donde campan las ovejas, bosquecillos y un vergel de variedades autóctonas, orquídeas salvajes incluidas, que podrás conocer gracias a la Maison de la Corniche. Un entorno en el que recordar que, ochenta millones de años atrás, el mar ocupaba aún la cadena pirenaica. Donde rememorar que, siglos después, Antoine d'Abbadie tuvo un sueño y lo cumplió, levantando este maravilloso conjunto.
Hendaya. Las villas y casas de arquitectura neovasca confieren una idiosincrasia especial al aspecto de Hendaya. Muchas fueron construidas por el arquitecto Edmond Durandeau, a principios del siglo XX. Acércate hasta el frontón Gaztelu Zahar y a los vestigios de la muralla de Vauban. En la plaza de la República, la iglesia de Saint Vincent (1598) luce su fachada blanca. Anímate a recorrer las calles en bici. Sueña frente a la bahía de Txingudi o alquila un barco (Escuela de vela Spi en Tête) para navegar en ella y conocer las rocas gemelas.
Playas. Arena fina, extendida sobre tres kilómetros paralelos al Boulevard del Mar, por donde pasean turistas y locales. La playa ofrece un lugar cómodo y sin aglomeraciones donde extender la toalla. Aseguran además que es un buen destino en el que surfistas neófitos pueden buscar sus primeras olas. En verano cuenta con acceso al agua para personas con movilidad reducida, a la altura de puesto de vigilancia de 'Deux Jumeaux'.
Senderismo. Son 25 kilómetros, de Bidart a Hendaya, preñados de paisaje y enclaves excelentes desde los que admirar la costa vasca francesa. Para recorrer por etapas o en una sola jornada (7 h). Seis puestos de interpretación flanquean el camino con el objetivo de que el paseante aprenda más sobre la naturaleza que observa. También sobre el surf, la pesca, la bahía de San Juan de Luz…
Talasoterapis. El Hôtel Thalassothérapie Serge Blanco, creado por el legendario jugador de rugby cuenta con piscina de agua de mar calentada a 33 °C, cuellos de cisne, contracorrientes, sauna, hamman y jacuzzi al aire libre, además de la posibilidad de diversos tratamientos. (125 Boulevard de la mer. Hendaya. www.thalassoblanco.com . Teléfono: 33 05 59 51 35 35).
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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