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La carretera es estrecha y en algunos puntos hasta estrechísima. Pasan dos coches, el que va y el que viene (hay recodos en que no, pocos), pero el hecho de que no haya arcenes y de que, durante gran parte del trayecto, por un lado ... se pueda acabar en el río y por el otro raspando el retrovisor contra la pared de roca, no ayuda a sentirse del todo a gusto. Menos mal que el paisaje sí ayuda y quita todas las penas: es una maravilla de agua que cae saltando por la piedra, de arroyo desnivel abajo, de bosques tupidos, de repente algún claro y alguna campa, curvas que no se sabe muy bien dónde pueden acabar, la promesa de que salte un animal salvaje.
Cómo llegar Desde Ponferrada, tomar la carretera LE-158. Tras subir un páramo que hace de puerta al valle, hay que coger la desviación hacia San Esteban de Valdueza.
La cosa es que llegar desde Ponferrada hasta Peñalba de Santiago para pasar por el Valle del Silencio berciano y hacerse una idea de por qué allí se retiraban los cristianos –alguno que acabaría como santo, eh– es una aventura. Lo era más hace muchos siglos, eso seguro, cuando solo se podía ir a pie, subiendo y bajando, saltando las corrientes de agua, tal vez y como mucho con un burro, pero los 21 kilómetros de la carretera actual pueden costar hasta una hora de viaje. Hay quien tarda mucho menos, y lo hace a costa de infartar en las curvas a los neófitos, eso es seguro también.
La carretera serpentea y serpentea y se va alejando de la civilización (tal y como hoy la conocemos) remontando el río. Atraviesa de vez en cuando un pueblito con estampa de postal. No le falta el monte recortado de fondo, el río justo en el medio, en paralelo a la carretera, algún puente de piedra y la espadaña de una iglesia que tiene toda la pinta de ser muy vieja. Los gatos cruzan tranquilamente el asfalto, cuál es la prisa, cuál el miedo. Casitas a ambos lados, alguna más grande, señorona. Unas cuantas definitivamente abandonadas, otras cerradas casi todo el año. Que nadie se engañe, aquí ni siquiera reviven la plaza y las callejas cuando llegan Semana Santa y verano. Lo cuentan los viejos del lugar, que suelen estar en temporada alta apostados a la puerta de la iglesia para mostrar sus riquezas culturales a los visitantes.
Si dicen que en el pueblo viven siete, viven siete en invierno... y viven catorce en verano. La gente no vuelve aquí a menudo, o no vuelve nunca, o nunca volvió del éxodo masivo de los pueblos a las cuencas mineras y las ciudades industriales lejanas. La conversación se puede tener, por ejemplo, en Valdefrancos, un sitio monísimo plantado en terreno llano.
La orografía se va luego complicando y las casas de otras poblaciones del camino que en su día llevó a San Genadio a vivir en una cueva varios kilómetros más arriba, más adentro –a saber qué palabra hay que utilizar en este caso, porque el lenguaje tal y como se usa habitualmente aquí no se adapta bien–, se suben a terrazas naturales. Las vistas, bueno, las que tuvo el benedictino, eremita, obispo de la diócesis de Astorga entre 899 y 920 y fundador de varios monasterios en El Bierzo San Genadio. Están intactas, son espectaculares: monte y más monte, y luego más monte, con abismos hacia valles. Por si no se había captado antes el significado del nombre Valle del Silencio, era este. En la ribera del Oza, se transforma en el cántico del agua.
San Genadio vivió en las cuevas de los Montes Aquilianos, que tienen cimas como la Guiana, de 1848 metros de altitud. Llegó a la zona para reconstruir un monasterio en el año 895. El lugar, San Pedro de Montes (en Montes de Valdueza, a mil metros de altura), lo había fundado en el siglo VII San Fructuoso y había estado habitado hasta la llegada de los musulmanes. Pues allá que llegó San Genadio para devolverle la vida cuando se empezó a repoblar cristianamente la comarca. Con el paso del tiempo, a los originales se fueron sumando otros estilos, de otras épocas, y aunque el monasterio lleva abandonado desde mediados del XIX y se le caen las piedras, merece la pena hacerle una visita. No se puede pasar por alto tanto contraste, y en un enclave como este.
Al lado del monasterio hay una señal que indica que en algún punto de esta parte baja del pueblo de Montes de Valdueza –se ven casitas allá arriba, hay caminos de tierra y piedras que suben hasta allí– se puede encontrar una taberna. Todo un hallazgo, la Cantina de Sara. Es una vieja casa en la que el café se hace en cafetera italiana en un fogoncito sobre el cual descansan chorizos que acompañan a huevos y patatas. Platos de toda la vida, puestos sobre muebles de siempre. Las notas que los montañeros y caminantes han ido dejando en una de las paredes del comedor atestiguan que el sitio, y su gente, es bueno.
No se sabe si San Genadio bebía vino y comía chorizo del Bierzo apoyado en piedras brillantes como las de los muros de esta cantina y mirando al horizonte montañoso, ni si sentía justo en ese momento una experiencia religiosa, pero sí que cuando se retiró de este lugar, se fue aun más arriba. Subió a Peñalba de Santiago, que es un pueblín que hoy podría servir de escenario de películas de gente agobiada que se busca en uno de los últimos rincones 'inmaculados' sin tener que irse demasiado lejos ni renunciar a las comodidades.
El contraste con Montes de Valdueza es absoluto, pero la historia es la misma. A estas alturas no llegó el agua corriente, la luz eléctrica y la carretera hasta muy, pero que muy avanzado el siglo XX. Que se alumbraban con ramitas de urza (brezo) lo cuentan algunos de los habitantes en un video que puede verse en el centro de interpretación de la que es la joya absoluta del Valle del Silencio, la iglesia de Santiago de Peñalba (y de Peñalba de Santiago, qué lío).
Alrededor de ella se construyó este pueblo que presume de ser el mejor ejemplo de arquitectura popular de la serranía berciana. Parece que las casas protegen el templo. No sería extraño. Menudo legado. Esta iglesita mozárabe fue levantada en el año 937 por el abad Salomón y lo tiene todo para hablar de su época: arcos califales en las puertas, capiteles labrados traídos de lugares santos que se tuvieron que abandonar en la huida, dos capillas unidas mediante arcos de herradura a la nave principal, ladrillo pintado, grafitis con nombres, dibujos y textos copiados de libros sagrados en las paredes para que nadie olvide a los monjes que estuvieron aquí, suelo de cemento romano como en Medina Azahara. Córdoba llegó al Valle del Silencio en el arte gracias a los eremitas, monjes y santos.
Por las espesuras de enfrente, en las laderas aquilianas, se ocultan las entradas a las cuevas de estos personajes que si miraran hoy el valle no se sentirían fuera de lugar. Algún cable y un parking para que los coches no entren en el núcleo, el resto del paisaje sigue intacto. Un cartel indica por dónde se va a la cueva del santo Genadio, que durante mucho tiempo fue lugar de peregrinación y escenario de romerías de los locales; con la tierra que él pisó se hacían curas, todo es un milagro. De propina, como culturilla popular, hay que mencionar que fue el primer santo relacionado con el ajedrez; de Peñalba de Santiago proceden las piezas de marfil que se cree que son las figuras de este juego más antiguas de Europa.
Varias de las casitas de piedra marmórea y pizarra con recubrimientos de madera y flores a la puerta de Peñalba de Santiago son alojamientos rurales, se alquilan completas y tienen un aire antiguo, rústico, y por supuesto todo lo que se le puede pedir hoy a una casa de montaña, como la calefacción. La de Los Corredores (calle Los Corredores) y Casa Elba (Calle Arriba de la Fuente, 2; fue la vieja morada del párroco) son un par de ellas.
En Aromas del Oza, en la calle Real 14, se pueden alquilar habitaciones y además comer en el restaurante. Está en la parte alta del pueblo, con lo que tiene vistas al paisaje y a los tejados. Para poder contemplarlos a gusto, tiene una tradicional balconada de madera.
Todos los datos en www.peñalbadesantiago.es .
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