Valencia de Don Juan, un castillo y un parque acuático en León

Pero no tanto como saber que desde una de sus ventanas fue lanzado al vacío el dueño por haberse, digamos, equivocado de bando en la Guerra de Sucesión castellana entre partidarios de los Borbón y los Austria, a comienzos del siglo XVI. No eligió bien y un primo, o tal vez un cuñado, pero en cualquier caso alguien de su entera confianza, le puso fin a su vida para quitarse de en medio a un señor con muchísimo poder que se había convertido en un estorbo.

El castillo, o sus ruinas, es hoy visitable y sirve para hacerse una buena idea de cómo de dura fue la época. También para conocer lo deseado que era ese montículo de tierra y piedra sobre el que se levantó la fortificación ya antes incluso de que los herederos al trono de Castilla se tiraran los trastos a la cabeza. Resulta que allí mismo, en ese solar desde el que ver el río Esla y controlar los campos, hubo vida humana al final de la Edad del Bronce (1.250-950 a.C.) y un poblado durante la Primera Edad del Hierro (900-500 a.C.).

Y después fueron llegando distintos vecinos, desde quienes usaron el hierro por primera vez para ganarse la vida, pasando por los romanos. De Castrum Coviacense a Castrum Coyanca o Coianca pasó el nombre y luego, ya en el siglo XII, a Valencia; de León o de Campos, primero, más tarde de Don Juan en honor al infante Don Juan de Portugal, primer duque de una villa que se hizo ciudad hace menos de un siglo.

Toda esta historia puede conocerse en el museo que ocupa la reconstruida torre del homenaje, de lo poco que está en pie hoy aparte de una sección del lienzo de la muralla. Aun queda mucho por estudiar en el solar, pero habrá que esperar a futuras excavaciones para saber más de ese variado pasado. Por las calles de la ciudad, también va saliendo al paso, claro: iglesias, ermitas, el Museo de la Indumentaria Tradicional Leonesa (todo un hallazgo de sitio), los parques y los paseos a la orilla del Esla, el padre Esla.

Cada verano, Valencia de Don Juan es un buen destino vacacional porque tiene un complejo de piscinas junto al río que no envidian nada a los de lugares bastante más grandes y famosetes. Aquello es un verdadero parque acuático, con más de 5.000 metros cuadrados dedicados al agua y otros 25.000 de zonas verdes; la fresca está asegurada incluso en días de calor a tope.

Hay una piscina de olas, toboganes varios –con una torre desde la que deslizarse al agua y todo–, un espacio dedicado a los más pequeños con atracciones como el Dragón y zona de juegos en una piscina con poca profundidad... Para disfrutar sin estar a remojo todo el tiempo también hay opciones: canchas de baloncesto, minibasket, fútbol-sala, tenis, pádel, voley-playa y mesas de ping pong, por ejemplo. El río, en la ciudad, tiene otro atractivo más.

Al caer la tarde, en la otra punta (en la calle Párroco Salvador Valbuena, cuando ya las aceras se trasforman en paseos ribereños), abre en verano La Bodeguilla. Es un merendero de los de siempre en los que pedir raciones tan típicas como la morcilla leonesa, la cecina, embutidos varios y carnes. Perfecto para cerrar el día.