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iratxe lópez
Jueves, 7 de diciembre 2017
Las puertas del burgalés Monasterio de Santa Clara están abiertas. Miles de creyentes las han cruzado aunque hoy el protagonista seas tú. Deberás entrar con actitud respetuosa y en silencio mientras alguien recita en tu oído los detalles en los que has de fijarte. La ... voz de María Fernández de Velasco Tobar acompaña tu recorrido, resucitada del siglo XVI gracias a una audioguía.
Se escucha entre ruido de carruajes y sonar de campanas. «Aún recuerdo el Ave María al otro lado del torno a mi llegada, las risas de los chiquillos junto al hospital de la Vera Cruz», pronuncia. Su mente vaga entre recuerdos personales, memorias de la que fue abadesa en este lugar. Imbuido por su sonora compañía accederás al templo inaugurado el 11 de enero de 1313, después de que Don Sancho de Velasco y Doña Sancha García firmaran en Baeza la escritura.
Nació como un proyecto ambicioso dotado de iglesia, monasterio y panteón donde enterrar a los miembros del clan. El escudo familiar, repetido en muchos rincones, deja clara la antigua titularidad. Los Velasco deseaban una iglesia con distribución similar a la seguida por la escuela italiana. Rosetones, arquetas y lucillos guardan su memoria y sus huesos. «En la parte izquierda se hayan los de Bernardino de Velasco, el duque sin corazón pues el órgano descansa en la Capilla de los Condestables, en la catedral burgalesa», escuchas.
Delante de ti brilla con dorado ímpetu el retablo central cuya hornacina se dedica a Santa Clara. Detrás reina un impresionante mausoleo para las cenizas de Iñigo de Velasco y María de Tobar, grupo escultórico adornado con alabastro y jade en el que los Duques de Frías aparecen en actitud orante. A estas alturas el escenario ha impresionado ya de sobra al turista pero la visita solo acaba de comenzar.
En la siguiente sala aguardan las estrellas. Es la Capilla de la Concepción, mandada edificar en el siglo XVI por Juana de Aragón. Al final de sus diecinueve metros de altura se despliegan los astros, bajo una bóveda isabelina. Tras maravillarse con este cielo los ojos descenderán al suelo de la sacristía donde, entre piedras, hallarás incrustados huesos de cabra, según costumbre de la época.
Objetos curiosos exponen sus peculiaridades en los siguientes recintos pertenecientes al museo. Baúles y maletas donde las monjas dejaban sus posesiones terrenales antes de entregarse a Dios. El hábito de las Clarisas del color de la tierra, ceñido por un cordón con nudos que representan los votos de obediencia, pobreza y castidad. Su velo, símbolo de entrega a la vida en el claustro. Una muñeca antigua rescatada de enterramiento. El paño fúnebre de los Velasco que las hermanas se han encargado de cuidar. Cuadros. Vestidos… Juntos se abren a un claustro escenario de reflexión que cuenta con campanillo para espantar tormentas y acceso a la Sala Capitular a través de la magnífica puerta mudéjar. Allí era nombrada la abadesa, bajo un artesonado de madera también mudéjar, elegante y llamativo, construido por alarifes llegados de Andalucía. Entre esas paredes trataban asuntos internos, en el lugar donde ahora descansa el crucifijo de marfil que, se supone, portó Fray Jerónimo en una galera durante la Batalla de Lepanto. Fue el Papa Sixto V quien regaló esta cruz –obra del discípulo de Miguel Ángel Benvenuto Cellini– al Condestable Juan II.
Siglos de historia suman datos a la visita cuyo mayor tesoro sea, tal vez, el Cristo yaciente de la cripta. Aseguran quienes guardan el lugar que, debido a su realismo, muchos fieles lloran al verlo mientras algunos niños tienen miedo de acercarse. Desde luego, a nadie deja indiferente. Postrado, dolorido, muestra sus heridas mientras la alocución narra al oído una vieja historia, la vivida por la hermana Leonor cuando apenas contaba ocho años, testigo de la creación de esta talla en Valladolid. ¿El secreto de su impacto?: los materiales. Ojos de cristal, lágrimas de resina, dientes de marfil, uñas de asta de animal y coágulos de sangre rescatados del corcho dan vida a la imagen.
Las reacciones provocadas durante la cita sumen al invitado ocasional en una calma profunda antes de abandonar el recinto que se despide con la visión de un hermoso comulgatorio estilo rococó, punto final de este viaje al monasterio, y a nuestro propio interior.
El complejo eclesiástico cuenta con un hospedaje ideal, 'La Hospedería de Monasterio', gestionado por las hermanas Clarisas para disfrutar de la tranquilidad de la zona, cuatro apartamentos de distinta capacidad –entre 2 y 8 personas–, nuevos, elegantes y muy acogedores. Son muchas sus bondades pero la mayor es que en ellos te sentirás como en tu propia casa. El recibimiento es perfecto. La disponibilidad para la ayuda máxima. Ninguna objeción posible.
Habitaciones, baño, salón y cocina ofrecen un espacio en el que relajarte de muchas maneras. La cocina dispone de todas las comodidades necesarias para comer si no te apetece ir de restaurantes: placa vitrocerámica táctil, horno, frigorífico, microondas, lavavajillas, cafetera, batidora, tostadora… incluso plancha por si tu estancia va a ser prolongada. No hay problemas de aparcamiento ni de ruidos. Ideal para adoradores del silencio.
El desayuno está incluido en el precio. Aguarda al llegar en la nevera y en una bandeja, repleto de sabores: café, Cola-Cao, té, leche zumo, bollos, galletas, mantequilla, mermeladas, Nocilla... Los golosos pueden añadir al gastronómico despertar dulces cocinados por las hermanas. Solo han de acercarse al torno para comprar rosquillas, galletas de té y otros manjares hechos con amor y con mucho cuidado.
(Plaza de Santa Clara s/n, Medina de Pomar. Capacidad: 2 a 8 personas. Precio: 60 a 210 euros –precios rebajados a partir de 5 noches–. info@monasteriodesantaclara.es / 947191606 / www.monasteriodesantaclara.es)
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