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Visitar un campo de concentración, aunque solo queden los restos, remueve conciencias. Da para pensar en qué puede convertirse un ser humano cuando deja de ver a sus semejantes como tales. El de Miranda de Ebro, el más longevo de España, estuvo operativo entre ... junio de 1937 y enero de 1947. Conserva el depósito elevado de agua, un lavadero, la base de una torre de vigilancia y restos del muro de cierre perimetral y de una caseta del cuerpo de guardia, restaurados en 2006, al que últimamente se ha añadido un monumento erigido en memoria de los prisioneros.
Las buenas comunicaciones del municipio resultaron decisivas a la hora de construirlo en La Hoyada, junto a la línea ferroviaria Castejón-Bilbao y el río Bayas. «Los campos se crearon en 1937 según el modelo alemán. El año anterior, Paul Winzer, miembro de la Gestapo y de las SS, viajó a España para supervisar su instalación en el territorio ocupado por el bando sublevado», explican los impulsores de una iniciativa que permite observar lo que queda del burgalés, que albergó a más de 60.000 prisioneros.
«Con la toma de Bilbao aumentó el número de republicanos. Su situación era cruel, fueron castigados y torturados. Carecían de servicios básicos, no había ni letrinas ni agua corriente. La capacidad estaba cifrada en 1.500 personas, pero pronto se extendió el límite, lo que deterioró más las condiciones de vida», señalan. Los presos abandonaron el campo en 1941, trasladados a prisiones civiles o batallones disciplinarios, pero la historia siguió. Tras estallar la II Guerra Mundial, la mayoría de prisioneros procedían de los países aliados que trataban de huir del avance alemán o pertenecían a las Brigadas Internacionales.
Después, en 1944 acabaron allí oficiales y soldados alemanes, también colaboracionistas que desertaban tras el hundimiento del nazismo. «A diferencia del resto, gozaron de un trato benévolo, pudiendo incluso pasear por la ciudad», aseguran. Las edificaciones se demolieron en la década de los 50 para instalar un complejo fabril. La visita al Centro de Interpretación suma documentos originales, objetos, archivos gráficos y sonoros. Alrededor de la sala hay una figuración de la alambrada que rodeaba el campo y en el centro, una maqueta, tres reproducciones de garitas de vigilancia y figuras en tamaño natural de un preso y un soldado.
En la recreación del barracón se añaden elementos de la vida cotidiana; conmueve escuchar el testimonio del prisionero mirandés Félix Padín. Existe un punto interactivo con imágenes de un padrón de habitantes de 1940, sobre presos y soldados. Reproducciones de ilustraciones realizadas por prisioneros y fotografías recopiladas en el Archivo General de la Administración de España, el War Heritage o el Centro Cegesoma de Bruselas. También expedientes o relaciones de las prendas que se entregaban, informes hallados en la Max Center Library londinense o documentos del Archivo Municipal que muestran entregas de paja para colchones.
Son especialmente emotivas las postales escritas por prisioneros a sus familiares y el poema de César Vallejo inspirado en la guerra, dedicado al mirandés Pedro Rojas, muerto en la contienda. O la caja con ajedrez de madera cuya tapa contiene un dibujo del preso Victoriano Titos. Se une a estos recuerdos el Jardín de la Memoria, dedicado a quienes fueron privados de libertad, gentes de diversos orígenes representados con variedades de árboles que evocan sus países de procedencia.
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