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elena sierra
Jueves, 25 de abril 2019, 08:51
Aun queda oro en Las Médulas, aquel mismo oro que buscaron con ahínco los romanos de manera que –llevando hasta los montes corrientes de agua que eran utilizadas para arrastrar todos los componentes de la tierra hasta que el oro quedara a la vista– terminaron ... transformando por completo el paisaje. Las colinas de color rojo de hoy, las hendiduras en la tierra, las cicatrices, las cuevas, los pedregales y los vallecitos, los miradores, las galerías que terminan en balcón sobre el abismo, los senderos y hasta los lagos, todo eso fue puesto ahí en realidad por la actividad minera. Lo cambió todo, el paisaje y la forma de vida, aquella fiebre del oro de tiempos antiguos...
Dónde El espacio natural se encuentra a 25 kilómetros de Ponferrada, al oeste de la ciudad de León.
Web www.turismoleon.org.
Aun sigue habiendo oro en Las Médulas, eso no es leyenda, pero la explotación hace mucho que dejó de salir a cuenta y en realidad el oro de los tiempos modernos no es otro que cada uno de los miles de visitantes que se acercan hasta allí para estudiar un pasado tan lejano y para merodear por los caminos. Van por miles en los días buenos, y esta Semana Santa los días han sido de hecho tan buenos que ha habido alguna jornada en la que en el pueblín y sus alrededores ha habido problemas de aparcamiento y paso. Se veía a los andarines subiendo desde Carucedo, que no es que esté muy lejos del núcleo de Las Médulas (son cuatro kilómetros para arriba y cuatro para abajo), pero dice mucho de lo que se ha complicado la visita.
En Carucedo está la Casa del Parque, una buena puerta de entrada al Monumento Natural que son desde hace años Las Médulas. Las imágenes fijas y en movimiento expuestas en la casa transmiten la importancia de ese trabajo minero que hace tanto tiempo dejó su huella en el entorno y en sus gentes; los pobladores locales no llegaron a ser esclavos de los romanos, pero casi, pues tenían que trabajar de sol a sol para conseguir sacarle a la montaña lo que la autoridad quería. Ya en el pueblo que lleva el nombre de todo el paraje, el Aula Arqueológica es otra buena forma de conocer el espacio antes de pisarlo. En sus dos plantas detalla cómo se vivía en los castros, cómo se trabajaba en la mina y por qué el oro era tan importante en aquel momento.
En ambos lugares se ofrece además toda la información necesaria para ponerse a caminar, que aquí lo bueno es que la Historia se va conociendo a pie o en bici por kilómetros de senderos. El más transitado es el de Las Valiñas, una ruta circular sencilla de unos cuatro kilómetros que comienza en el otro extremo del pueblo –nada más pasar el lavadero–, atraviesa bosques de castaños viejísimos (con carteles que recuerdan que hay que respetarlos, pues tienen dueño y las castañas son muy importantes en la zona) y llega al pie de las colinas rojizas. Ahí están, para empezar, La Cuevona y la Encantada, dos oquedades fruto del trabajo minero.
Un poco más adelante está la fuente de la Tía Viviana, un chorrete de agua que vendrá bien si se quiere uno desviar de esta senda e iniciar el ascenso al mirador del Orellán para tener una vista de pájaro del lugar. No llega al kilómetro de subida, y de nuevo todo el trayecto es entre árboles y en el silencio que permite la afluencia de turistas, pero la pendiente se las trae. El premio, esa imagen desde arriba de los picos rojos que salen de los bosques.
Arriba, además, está la galería de Orellán, que no es ni más menos que un antiguo conducto de agua que la transportaba por el interior de la tierra con el fin de reventar la montaña. Los cien metros de galería acaban en una balconada sobre la explotación. La entrada cuesta tres euros y la visita es siempre guiada. Normalmente, de miércoles a lunes de 11.00 a 14.00 y de 16.00 a 19.00 horas.
Para volver al pueblo, se puede hacer por la Senda Perimetral que desde el mirador de Orellán va hasta el de Pedrices y baja después a Las Médulas o decantarse por el lado contrario y seguir la Senda de los Conventos, menos transitada. Cualquiera de ellas da la oportunidad de toparse con antiguos canales, muchos castaños y buenas vistas de este lugar declarado Patrimonio Mundial por la UNESCO.
Mucho más cerca se pueden visitar dos rincones que, como las Médulas, no son ni de lejos lo que fueron antes de que los seres humanos comenzaran a explotar la riqueza que había dentro de sus montañitas, mezclada con tierra arcilla. Al parque de la naturaleza de Cabárceno solemos ir por los animales y sin embargo el paisaje merece también que lo estudiemos. De aquí se extrajo hierro hasta antes de ayer y durante miles de años. Cuando llegaron los romanos, utilizaron el agua, como en las Médulas, para romper el paisaje y separar el hierro de los otros materiales. En La Arboleda (Trapagaran), la explotación desde finales del XIX también le dio la vuelta a todo: donde había montes ahora hay valles y lagos. El movimiento de tierras ha creado un paisaje completamente diferente al original que merece un paseo –y un cocidito en el poblado minero, claro–.
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