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IRATXE LÓPEZ
Jueves, 12 de abril 2018, 15:26
Corría 1955 cuando la escritora Elena Soriano (Fuentidueña de Tajo, 1917-Madrid, 1996) publicó el libro 'La playa de los locos', finalmente censurado por el gobierno franquista. El trabajo era el primer ejemplar de la trilogía denominada 'Mujer y hombre'. 'Espejismos' y 'Medea' fueron su segunda y tercera apuesta. Antes o después, los tres volúmenes tuvieron una gran acogida de público pero el desencanto por el veto dejó a la autora sin ganas de volver a embarcarse en este tipo de labor literaria durante un tiempo, aunque sí escribió artículos y ensayos.
A pesar de ello, en 1969 decide financiar y dirigir la revista literaria 'El Urogallo'. El éxito fue rotundo y obtuvo gran relevancia en los setenta ya que colaboraban escritores de talla internacional. Años después, en 1986, vencido el primer desaliento, presentó la publicación 'Testimonio materno', en la que analizaba la relación con su hijo fallecido. La fama estalla sin cortapisas pues el destino de Elena Soriano era brillar en el firmamento literario.
Dónde: Suances se encuentra a 30 kilómetros al oeste de Santander. Webs turismo.suances.es y turismodecantabria.com.
Una ruta por la localidad cántabra de Suances, escenario de 'La playa de los locos', acerca a los visitantes a esta literata. Son siete paradas, tres kilómetros y medio comentados gracias a un folleto turístico, en los que conocer datos sobre la autora y aquel libro, rescatado en 1984 con éxito. Solo la primera y última etapa presentan leve dificultad al estar en pendiente; el resto forma parte de un plácido paseo bordeando el mar.
Arranca en el Mirador de La Cuba, desde donde contemplar la panorámica general del pueblo. «¿Recuerdas la inesperada visión de todo el promontorio, desde su cima, con la depresión al este, donde se asienta el pueblecito en la roca de la ría, opaca y lenta, y la elevada prolongación al lado opuesto, donde se alza el pequeño faro blanco?», reza el texto. Soriano pasó su infancia en Andalucía y Castilla pero dedica estas líneas a Cantabria. Hija de maestro, estudió Magisterio además de Filosofía y Letras, que no pudo terminar por el estallido de la Guerra Civil. Ya esposa, fue vetada en el concurso público de oposición por roja; se dedica entonces a la casa y a sus dos hijos, Juanjo y Elena.
Unos pasos después, tras bajar la pendiente por el camino de la Fuente de en medio hasta la Playa de la Riberuca, lee el visitante la llegada de la protagonista al pueblo con la secreta esperanza de reencontrar un antigua amor. «Miluca me cogió forzudamente las dos maletas y me guió por unas cuantas callejuelas, esquivando boñigas de vaca, hasta una casuca aún más humilde y pequeña que la suya, con un establo en el bajo, pegado y comunicado directamente con un portalillo donde se expendía leche. Toda la casa olía dulce y pasmosamente –un poco empalagosamente a la larga–, a la leche fresca y a heno».
Qué hacer Si te apetece andar más o montar en bicicleta existe una senda peatonal ciclable de 5,7 kilómetros desde la playa de La Riberuca, en Suances, hasta el Barrio San Martín, en Hinojedo. Las visitas son estupendas. A partir de este punto puedes continuar otro tramo por los municipios de Santillana del Mar, Torrelavega, Cartes y Los Corrales de Buelna. Se trata del llamado Arco Verde de la cuenca del Saja-Besaya.
Dónde comer El Caserío. Más de medio siglo de historia avala a este restaurante con luminoso comedor acristalado. La carta, típica marinera, pone sabor a las impresionantes vistas sobre el Atlántico. Entre los platos más aplaudidos, muy recomendable el arroz con gambas y carabineros o la degustación de postres. (Acacio Gutiérrez 159, Suances. )942810575)
Suances se convierte en el lugar que, en plena madurez, la heroína ha elegido para reflexionar sobre su vida en una crónica acerca de la soledad, la pérdida de la inocencia y el dolor de algunos recuerdos. Piensa junto al mar que Soriano tanto amó. En el puerto, siguiente punto de la marcha, donde «siguen los tenderos de redes obstruyendo el paso a la playa cenagosa y estrecha de la ría y el ahumado hogar, en el gran socavón rocoso de la loma, con su enorme caldera colgada de cadenas y chorreante de brea para el calafateo».
La vehemencia que la dictadura aplicó al libro se debía, entre otros asuntos, a que trataba la virginidad, el final del amor en el matrimonio y la capacidad de venganza de la mujer. Paseando por el borde del agua, con el olfato atento a descubrir aromas, la imaginación viaja. «El puertecillo y la ría huelen exactamente igual que hace diecinueve años: a cieno, a brea, a algas, al pescado y al vino de las tabernillas. (…) Me sentía confortada. Ni siquiera tenía que cerrar los ojos para olvidar las modificaciones artificiosas de los hombres (…)». Desde allí mira –y miras– la orilla opuesta, las colinas verdes y el rojizo de las canteras.
Pasarás por el pinar, estrecho y curvo. Por el paseo marítimo y la playa de La Concha. «Allí donde el mar carece de la perspectiva infinita y del oleaje mugiente, donde la profunda ensenada forma un remanso casi perfectamente circular, como si la soberbia atlántica se esfumara y se hiciese ternura suave para tocar el corazón del bosque». Trabajo del hombre aguarda en el siguiente destino, el faro, blanco y resplandeciente, contraste lívido frente al azul del mar. (…) como un carrete parece arrollar inevitablemente los pasos del caminante para llevarle al finis terrae, para mostrarle que no hay más hilo, que allí terminan las puntadas de su andadura, que ha llegado hasta la misma proa avanzada sobre la eternidad y ya no cabe más que el salto hacia ella o el retroceso».
Poco a poco se acerca el final de la marcha, como se acerca el fin de sus días un 2 de diciembre de 1996. Antes Soriano había tenido tiempo de recibir el premio Rosa Manzano por su labor como escritora progresista (1991) y la Medalla de Oro Individual de la Comunidad de Madrid (1993) por su creación literaria en pro de la libertad de pensamiento y los derechos humanos. En La playa de los Locos despide su discurso.
«La playa, en forma semilunar, blanquísima, de aspecto virginal, como si nadie, jamás, hubiese tocado su tierno cuerpo de arena; la playa, desnuda y sola, extendida voluptuosa y confiadamente al sol, dejándose caldear hasta el menor recodo, como una nereida descuidada en su ignorado abrigo; la playa dulce, secreta, fascinante, como inaccesible». Hermosa y salvaje igual que las palabras de esta autora que cuenta con una estela de piedra allí, en agradecimiento a sus visitas a la villa marinera y a su obra.
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