![El menos célebre de los 'Pueblos más Bonitos' de España, una joya a tiro de piedra de Bilbao](https://s1.ppllstatics.com/elcorreo/www/multimedia/2024/11/08/carmona.gif)
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No es la Carmona andaluza, sino la cántabra, por eso en vez de vestirse de blanco y arena lo hace de verde y pardo, de un tono colorado que pone sombrero a sus casas, ese rubor de colorete que estalla en la gente cuando le gritan «¡Guapa!». Carmona luce hermosa, por eso la proclamaron uno de los Pueblos Más Bonitos de España. Aún así, no se la conoce demasiado. Humilde aldea, aguarda entre montañas y campos. No le hace falta destacar, lo hace sin esfuerzo, de forma natural y por su naturaleza… para qué maquillarse pensando en las fotos cuando se atesora la belleza de antaño.
Gracias a ese atractivo le han colgado varias franjas de miss sobre el pecho: primera, destacar como uno de los núcleos rurales mejor conservados de Cantabria; segunda, Conjunto Histórico-Artístico; tercera, una que enorgullece especialmente a quienes la habitan, ser considerada 'La flor de los Albarqueros'. De esa tradición vivieron muchos en otras épocas, los artesanos que trabajaban la madera, que esculpían con sus manos albarcas, calzado rey de la zona, protector contra la humedad en un mundo donde las lluvias caen frecuentes.
La identidad de Carmona resulta, como mínimo, curiosa. Encajada geográficamente en el Valle del Nansa, sin embargo administrativamente pertenece al Ayuntamiento de Cabuérniga, en el vecino Valle del Saja. Lógico que ambos se peleen por su hermosura, por la tranquilidad que domina sus dominios; por la perfecta arquitectura montañesa, lazo típico que decora este regalo; y por la compañía de la Sierra del Escudo de Cabuérniga, repleta de terrazas convertidas en prados, de balcones sembrados hace siglos por un maíz venido del Nuevo Mundo.
Del viejo quedan las costumbres, el último coleteo de creencias ancestrales. Si preguntas a los vecinos, aún hablan de anjanas, seres mitológicos de largas trenzas que mantienen atadas con cintas de seda y cuyas cabezas se adornan con coronas de flores silvestres. Algunos aseguran haberlas visto, y no solo en sueños, tapadas con túnicas níveas y algún detalle azul, armadas con su vara de espino o fresno, la culpable de sus encantamientos. Dicen que suelen volcarse con la bondad, pues echan una mano a quienes la necesitan, incluso ceden los tesoros que guardan en los palacios subterráneos que les sirven de morada; pero también castigan a codiciosos y soberbios, así que inclina la cabeza si las descubres, muestra tu respeto para ganarte el suyo. Las historias recuerdan a nuestras lamias por estos lares, incluso parecen primas hermanas, quién sabe, tal vez lo sean. Hay quienes confirman que las de Carmona viven en la Peña la Mena, que cuentan con un solo pecho enorme echado hacia la espalda... qué quieren que les digamos, esa nos parece una imagen mucho menos romántica que las anteriores.
A Carmona se va, decíamos, a descansar de prisas y ruidos. El pueblo se acaba pronto pero, a pesar de ello, parece infinito pues engordan su estampa casas y laderas, un cielo infinito que cubre como manto protector sus cuerpos desnudos. El astro rey tiene calle propia, la calle del Sol, dispuesta para la foto, repleta de casonas que se escalonan adaptándose al desnivel del terreno, una tras otras, torcidas pero bien rectas. Las abarcas disfrutan de su propio homenaje: una en piedra que comparten el tributo con Amado, albarquero que elaboró ese calzado, a él está dedicada la mole.
Tesoros hay varios, incluso suman en la calle de la Joya. Allí no debes buscar oro ni plata, sí piedras preciosas, aunque no de las que estás pensando. Piedras que no brillan pero lucen, las de la hilera de nuevos hogares, entre los que destaca la de Cossío y Mier, construida en el siglo XVII. Bienes aplaudidos resultan, asimismo, las típicas vacas de curiosa imagen, las tudancas, que pastan aquí y allá por el campo. Los machos negros con un listón blanco en el lomo; las hembras definidas según su color como joscas, tasugas, avellanas y corzas. Son tan monas que incluso desfilaban durante la famosa 'Pasá de Carmona', paseo de ganado al final del verano, cuando regresaba de pastar en los puertos de montaña.
Cuando decidas conocer el pueblo, recuerda que cuentas con un paseo autoguiado en el que comentan los detalles importantes para abandonar este rincón de Cantabria con la lección aprendida (www.esenciadecantabria.com/). Escrito y en audio, por si prefieres leer o ponerte los cascos mientras caminas. Te llevará, por ejemplo, por el barrio del Robleu para contemplar la Casona de Cossío. No hace falta que apuntes el apellido, ya te darás cuenta de que se repite una y otra vez durante el trayecto en los escudos de armas carmoniegos. Algo que vas a volver sabiendo si prestar atención a lo informado: que la piel del edificio sea de piedra de sillería indica poderío económico, igual que sumar dos plantas. Tradicional para la zona, por cierto, eran las casas llanas construidas sobre una sola planta, con soportal y arco de entrada en piedra. Eso hasta el siglo XVI. Después evolucionaron a pajaretas que añadían altillo a modo de granero. Habituales son también las solanas, donde secaban las panojas de maíz (así llaman los locales a las mazorcas). De América llegaron el cereal y los dineros, y gracias a estos últimos nacieron más edificios en los siglos XVII, XVIII y XIX.
Ejemplo especial hay que buscarlo en uno junto a la iglesia. Pista destacable y curiosidad, las dos ventanucas en la planta baja a ambos lados, estrechas y alargadas, de nombre aspilleras o saeteras, típicas de las construcciones defensivas, de torres o castillos por los que se disparaban las flechas y evitaban el acceso de las enemigas desde fuera. Nuevos elementos curiosos dentro del soportal, mira bien, el suelo original y, en la puerta de acceso, la inscripción: «Esta obra mandó hacer Francisco Díaz de Cossio y Mier 1671» (ya te advertimos sobre los de Cossío).
Por cierto, si subes las escaleras que hay frente al pórtico de la iglesia acabarás en la parte alta del pueblo denominada Campa del Otero. Disfruta desde allí las vistas sobre Carmona, con las montañas de la Sierra del Escudo de Cabuérniga al fondo, cordillera que recorre parte de Cantabria y pone barrera natural entre La Marina y La Montaña. Desde este punto distinguirás la distribución en terrazas del suelo, antaño usadas para el importante cultivo de maíz al que nos referíamos unas líneas atrás.
Regresamos a las casas para detenernos ante la Casona de la Vera, clásico ejemplo barroco del siglo XVIII. Se trata de la casona montañesa por excelencia, repleta de elementos decorativos, de escudos, tallas en la madera perteneciente a balcones y aleros, rejería de forja… resumiendo, un precioso conjunto. Fue el capital indiano, el de los vecinos que emigraron e hicieron fortuna en Las Américas, quien levantó este tipo de inmuebles. Cuanto más llena estaba la bolsa, más cuidada era la ornamentación… ya se sabe, marchar pobre y hacerse rico enorgullece a quienes lo logran, había que mostrarlo a los antiguos convecinos, la discreción no suele ser habitual en estos casos. En el pilar de esa casona aparecen un esquema de figura humana y motivos vegetales; en el interior del soportal, el dintel muestra florones y flores de lis; en la primera planta, tallas en puertas y ventanas… Posibles tenían sus dueños, está claro.
Nuevo edificio a tener en cuenta, el Palacio Rubín de Celis, el más impactante y elegante de nuestra protagonista. Conocido como el Palacio de Los Mier o La Venta de Carmona, al haberse convertido con el paso de los años en hotel, funde elementos de las casonas montañesas como arcos del soportal, balcones y escudo con otros de la arquitectura barroca madrileña de los Austrias como las torres a ambos lados. De ahí que muchos la aplaudan como única en la provincia. La levantaron en el año 1715 sobre un edificio anterior. De aquel primero rescataron restos que luego reutilizarían en casas cercanas. El ordenante, Don Francisco Díaz de Cossío (otra vez, sí). Muestra fachada de sillería, por tanto ya empezamos a oler moneda, diferenciada además en dos cuerpos, uno el central y dos torres laterales. El central enseña influencia montañesa, con gran escudo, representación de las armas para los apellidos Díez, Cossío, Calderón y Mier. Y muro rematado con friso en piedra de aspas talladas iguales a las que decoran los pilares de los arcos del soportal. Bonito de verdad, muy llamativo, como el 'Don' lo deseaba.
Obviamente, habrá que reparar también durante este recorrido en la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción. No hay núcleo vecinal que se precie sin templo religioso. Este en concreto lo ordenó construir otro 'Don', Pablo Fernández Calderón, en el siglo XVIII. Cuenta con planta de cruz latina, pórtico y sacristía. Si el visitante se coloca frente a la fachada principal, comprobará que la diseñaron en estilo neoclásico con piedra de sillería (¿incidimos en lo de los posibles?). Casi todo el resto del edificio debió conformarse con mampostería, una piedra más sencilla pero fácil de manejar, lo que ayudaba a quienes se encargaban de modelar y levantar aquello. Dentro guarda todavía retablos originales del siglo XVIII, y aunque la mayor parte de tallas se perdieron hace tiempo, queda un grupo escultórico destacable que representa el árbol de la vida y espera orgulloso, situado en una de las naves.
Quedan otros ejemplos de casas para ver, aunque profundizar sobre ellas ya se las dejamos a quienes se acerquen hasta el destino. Por ejemplo, en el barrio de Nozalea, la casona de idéntico nombre. Parece que el curioso topónimo se refiere a los nogales que ocupaban la zona antaño y se llevó por delante una riada. Nos referimos a esta porque resulta peculiar respecto al resto. Nacida en el siglo XVII, destaca en la puerta de entrada la curiosa decoración de talla en la sillería, una serie de líneas que se cortan en las esquinas. Le falta el balcón, y eso que por allí gustaba mucho ponerlo; incluso hoy día los visten de llamativas flores para embellecer el entorno y dar un toque de calidez al conjunto. A falta de balconada, en esta casa hallarás dos ventanas y, entre ellas, un escudo con las armas de Celis, Cossío, Terán y Mier, más la fecha de construcción, el año 1653.
Acabado el paseo te preguntarás, ¿y ahora, qué? Lo de tumbarse relajado, leer un libro, tomar un café o un vino, mirar el horizonte no lo especificamos porque al llegar a Carmona el ambiente invita a ello. Sugerimos, para activar el cuerpo un rato, caminata senderista… rodearse de naturaleza y no olerla casi no tendría demasiado sentido, ¿verdad? Aunque cada cual distribuye su tiempo y sus actividades como le da la gana, y si lo que apetece es tumbarse a la bartola no seremos nosotros quienes pinchen el globo y la ilusión a nadie.
En realidad, mostramos la opción deportiva porque, una vez allí, nadie va a poder resistirse a las delicias gastronómicas, y el típico cocido montañés no desaparece mientras se adormila uno sentado. Este puchero es un plato sencillo y popular que comía la gente de a pie, la humilde, la trabajadora, porque calentaba las entrañas y confería fuerza al alma y a un cuerpo obligado a la labor dura. Entre la suma de ingredientes que llevarás del plato a tu boca gracias a una cuchara cargadita hay cerdo, patata cocida, alubia y berza (se abre el apetito solo con nombrarlo). Para regarlo gusta en la zona un buen vino tinto.
No muy lejos, por cierto, en Ucieda (Ruente), se celebra todos los años, a finales del verano, la Fiesta del Cocido Montañés, declarada Fiesta de Interés Turístico Regional, para que intuyas la importancia del menú. A la hora de sentarte ante el mantel, que no falten en tu mesa guisos con carnes de caza, venado y jabalí, o carne de vacuno alimentada en pastos naturales, vamos, carne de la vaca tudanca que presentábamos hace un rato, raza autóctona de Cantabria. Y de postre, pues lo lógico, donde hay ganado, quesos de vaca y oveja, más toque dulce en forma de las siempre buscadas picayas chamarugas, hojaldres con azúcar y almendras.
La carta pesa, de ahí la invitación a caminar, recomendable para tu salud. Por una travesía no muy larga a través de la vertiente del Nansa Cabuérniga. Circular, de unos 9 kilómetros, 8,34 concretamente. Con desnivel aproximado de 600 metros y catalogada de dificultad media. En pista de grava mayoritariamente. Para disfrutar del entorno sin agotarse, tampoco es necesario pegarse la pechada. La Ruta del Monte Carmona empieza en el pueblo, así que la propuesta es cómoda, no hace falta montarse en el coche. Atraviesa el barrio de San Pedro para ascender hasta la ermita de Nuestra Señora de las Lindes, por aquello de añadir toque cultural. Contemplarás el límite entre los municipios de Cabuérniga, Rionansa y Valdáliga y llegarás hasta otro con Monte Aa en Ruente. Si necesitas rebajar mayor número de calorías puedes añadir la subida hasta la cima de la Sierra del Escudo. Arriba las vistas abarcan, en días despejados, nombres propios como San Vicente de la Barquera, Comillas, la Cordillera Cantábrica, las montañas que rodean Liébana y los Picos de Europa.
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Jon Garay y Gonzalo de las Heras
Julio Arrieta y Gonzalo de las Heras
Equipo de Pantallas, Oskar Belategui, Borja Crespo, Rosa Palo, Iker Cortés | Madrid, Boquerini, Carlos G. Fernández, Mikel Labastida y Leticia Aróstegui
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