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IRATXE LÓPEZ
Jueves, 8 de noviembre 2018
Nueve y cuarto de un domingo por la mañana. Comienza una aventura diferente que se prolongará todo el día. Los participantes parten en dirección a Ramales de la Victoria donde las cuevas de Covalanas y de Cullalvera abren sus oquedades al mundo. La idea ... es entrar a la más famosa, la de Covalanas, Patrimonio de la Humanidad desde 2008, tras una ascensión a pie de unos veinte minutos. Para admirar sus pinturas rupestres, las maravillosas ciervas rojas que llevan 25.000 años allí plasmadas, desde el Paleolítico Superior nada menos. Dibujadas con un realismo que hoy en día resulta mágico, único, primigenio. Por el movimiento de las imágenes y su color carmesí de gran viveza.
Reservas 683188858.
Web www.exploringcantabria.com.
Cuándo Domingos. Otros días, bajo petición.
Precios 109 € adultos, 65 € niños 5 a 12 años.
Lugar de salida Santander o alrededores.
Localizada en la ladera noreste del Monte Pando, encima de la cavidad de El Mirón y habitada durante al menos los últimos 45.000 años, sus descubridores fueron el padre Lorenzo Sierra y Hermilio Alcalde del Río que, cuando se la toparon en 1903, destacaban como figuras claves para la investigación arqueológica en Cantabria. A unos 65 metros de la entrada aparecen las primeras formas de animales. A mano derecha e izquierda las figuras rojas se suceden. Son 18 ciervas, un ciervo, un caballo, un uro, una figura de tipo híbrido y tres signos rectangulares. También distinguirás pequeños puntos y líneas dispuestos en frisos. A partir de 90 metros el número de representaciones cae bruscamente. Existe solo una figura completa de animal, además de puntos y líneas dispersas por las paredes.
Puede que no haya hueco para verla, aunque la alternativa está servida. En caso de que las plazas disponibles para conocer esta cavidad estén cubiertas, basta acercarse hasta otra también majestuosa, en el mismo Monte Pando, la de Cullalvera. Sin arte rupestre visible, pero de fácil acceso, con espectáculo de sonido, luz y agua, forma parte de un complejo kárstico de doce kilómetros. Magnífica, su boca de entrada alcanza los catorce metros de ancho por veintiocho de alto, enmarcada por un frondoso encinar cantábrico de gran valor ecológico. Dentro se conocerán las principales formas y formaciones geológicas y la vinculación del hombre con ella desde la Prehistoria, cuando las poblaciones de Homo Sapiens habitaron su vestíbulo, hace 13.000 años.
Tras abandonar el lugar, contacto de nuevo con el aire libre y prolongación de la ruta a través del Parque Natural de los Collados del Asón, repleto de tupidos bosques de hayas, robles y encinas. Los rasgos más marcados de este macizo montañoso calizo derivan de la acción glaciar sufrida en la Era Cuaternaria, de la dinámica fluvial y los procesos kársticos sobre los materiales calcáreos. Allí aguardan las montañas del Valle de Soba, preciosas a sus 660 metros de altitud. Sorprende especialmente el nacimiento del río Asón, que mana de la roca de la montaña abrupto, como un estallido inesperado en forma de cascada, con más de 70 metros de caída. El agua parlotea estrepitosa como los vecinos en noche de verbena. Excitada y risueña. Fresca. Para descender más tarde hasta Arredondo y girar al este, atravesando el valle de Ruesga entre laderas pobladas de encinas.
Su contemplación augura esa belleza húmeda observable también en otro punto de la ruta, en el nacimiento del río Gándara, bajo la Peña Becerral. Con su singular mirador voladizo asomado a la nada, regalo en forma de panorámica sobre el valle. Un Gándara que nace con menor vehemencia, entre suaves praderas al pie de un cordado natural. Que en sus inicios cuenta con poca envergadura pero, a medida que desciende, va adquiriendo importancia gracias a múltiples saltos de agua que provocaron su pasado repleto de molinos harineros (hasta doce llegaron a instalarse), con fábrica de harinas incluida y tres ferrerías presentes en sus orillas.
Ambos cauces disponen de su propio valle: el de Ruesga en el caso del Asón, el de Soba para el Gándara. Acaban fundidos en un abrazo en Ramales de la Victoria, donde celebran esta unión. Y, tras pasar junto a Ampuero y Limpias, desembocan en la bahía de Santoña. Contemplar tal belleza natural forma parte de un preludio que apunta hacia la comida. Almuerzo libre, por cuenta propia, en un restaurante local o de la mano de un picnic, según elección de cada persona. Digerido el condumio, nuestro paseo continúa hasta el municipio de Ampuero donde llegó el momento de ponerse el salvavidas y comenzar la bajada en canoa por el Asón. De remar durante siete kilómetros junto al municipio de Udalla. Observar con detenimiento las orillas. Salpicar gotas de agua en el ambiente.
Serán entre dos horas y media o tres de paseo lúdico y ejercicio. Divertido, sobre todo, para el que no hace falta experiencia. A lo largo de una ruta fácil que, para no caer en la monotonía, dispone de algún que otro rápido y dos pequeños saltos en los que despegar la adrenalina. Si encallas en alguna piedra, a empujar con el remo para salir del apuro. Que la cosa se mueve y la canoa vuelca, pues tu deber consistirá en dar la vuelta a la barca entre risas y retomar la navegación.
Finalizada esta actividad, con la oportunidad de ducharse para volver calentito a casa, se acerca el triste final de la aventura, el regreso a Santander repeinados y con buen talante. Hora estimada de llegada: siete y media de la tarde. Después de un día bañado en naturaleza y diversión.
Soba es el nombre que luce un territorio accidentado perteneciente a Cantabria cuyos confines cuentan con varios puertos de montaña, concretamente los de Los Tornos, Portillo de la Sía y Lunada. Situado en el límite de las provincias de Bizkaia y Burgos, más de veinte localidades surgidas en plena Edad Media conforman su vecindario, que creció gracias a la repoblación de los reyes astures durante los pasados siglos VIII y IX. Emplazamiento rico en manifestaciones artísticas, la primera referencia histórica conocida data de la fundación del monasterio de San Pedro y San Pablo de Asia, presente en Santa María del Puerto (Santoña) en el 933. La iglesia parroquial de Rozas, la torre medieval de Quintana, el conjunto urbano de Asón y las cuevas del Aer en Mazaneda y Becerral en La Gándara son algunos de los rincones dignos de ver. El paisaje que rodea este valle es agreste, repleto de prados que parecen no tener límite y bosques de especial belleza.
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