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iratxe lópez
Miércoles, 27 de noviembre 2019
Antes de que la Margen Izquierda se transformara en sede del desarrollo industrial vizcaíno, las huertas y campos dominaban este territorio adosado a la ría. El tiempo discurría tranquilo, coloreado de verde y azul. Hasta que el trajín de fábricas y dársenas volvió aquel mundo ... gris, y del antiguo verdor quedó poco más que la tinta de algunos billetes amasados por los más ricos. Se hizo historia, una nueva, acompasada por el golpeteo de máquinas. ¡Pum!, ¡pam!, ¡clonc!, ¡pon!… la onomatopeya invadió el ambiente, creando un lenguaje articulado al que servían miles de obreros. A las viejas narraciones de casonas o pescadores se sumaron otras nuevas. Para reunir, todas unidas, un anecdotario conjunto. Algunos de esos relatos reviven hoy en estas líneas. Forman parte de un ayer que engorda el presente de Ezkerraldea.
Los trabajadores necesitaban un lugar para vivir, colmenas baratas donde descansar su laboriosa existencia de abeja obrera. Sestao es uno de los mejores escaparates en los que encontrar diversas residencias de este tipo. Cuentan viejas narraciones que don Enrique Aja, 'El Galán', poseía una casa-tienda en Chávarri. Que tras su fallecimiento su viuda heredó el apodo, quedando señalada como 'La Galana'. Decidió esta bella mujer mudarse a un nuevo bloque desde el que daba calabazas a quienes la pretendían. Ofendidos, los rechazados extendieron el rumor de que la dama había fundado una casa de citas y la urbanización quedó marcada con el sobrenombre legado. Invención o realidad, lo cierto es que este lugar está considerado ejemplo único de inmueble industrial en toda España. Aunque había muchos, el resto de la provincia fue perdiéndolos poco a poco, destruyendo y levantado nuevos edificios según mejoraba el bolsillo. Hay quienes prefieren llamar al bloque la 'corrala', por sus balcones de madera, típicos en construcciones de finales del XIX.
La barra de arena que antaño cegó la desembocadura del Nervión resultaba un obstáculo peligroso. Los navíos corrían el riesgo de encallar allí, hasta que el ingeniero Evaristo Churruca implantó una solución: el Muelle de Hierro. Salvaba de muchos males a la zona y, aunque no nos ocuparemos ahora de este ingenio, cabe recordar sus 800 metros, los 600 primeros de metal y los 200 restantes de piedra. Hoy, sin embargo, llamamos la atención sobre una curiosidad ubicada al final del mismo, un mareómetro construido en París, que luce colocado en Portugalete desde el año 1883. Medía la profundidad del cauce, registrando el ascenso y descenso del nivel de las aguas alteradas por mareas. Para facilitar a los barcos la navegación a través de la ría.
Si de algo sabe el monte Serantes es de historia. Su estratégico emplazamiento ha mantenido siempre esta cima como foco de atención. Atalaya sobre la costa del mar Cantábrico y la Bahía del Abra, desde allí se observan sin problemas la Ría de Bilbao, dominando la zona portuaria, y las montañas cercanas. Con esas privilegiadas vistas, no haberlo empleado durante los conflictos habría sido una torpeza. Y nadie fue tan bruto. Los restos de fortificaciones dan fe de su carácter defensivo. El paseo de ascenso funde deporte con datos. Muestra el torreón levantado alrededor de 1868 para evitar los asedios carlistas. El fuerte de 1880, con planta pentagonal, que rodeado por un foso defensivo llegó a ocupar 6.800 metros cuadrados en sus mejores momentos. O el antiguo polvorín de finales del XIX, construido después del hundimiento del acorazado Maine en la bahía de La Habana, tras comenzar la Guerra de Cuba contra Estados Unidos.
Las casas-torre constituyen un pedazo indiscutible de nuestro pasado. La que nos ocupa surgió a finales del siglo XV. Formaba parte de un importante linaje, el de los Salazar y, como todas, pretendía advertir sobre la fuerza militar de aquella familia, también acerca de su poder, por si algún despistado dudaba ambas cuestiones. «¡Esto es mío!», parecía gritar con su diseño cuadrangular en mampostería, sus sillares en zonas nobles, cuatro plantas y cubierta de tejado a cuatro aguas. Quien ascendía a la zona más alta observaba sin problema los caminos circundantes y el tránsito marítimo por si... Los años endulzaron su labor, pasando de torre defensiva a residencia señorial. En 1934, durante la Revolución de Octubre, sufrió un incendio. Pasada la furia se descubrió un muro de la primera casa-torre. Sobre esos restos, reconstruyó el arquitecto Joaquín Irizar el edificio con aires de castillo medieval. Corría el año 1958.
Fue Juan Echevarría la Llana quien encargó levantar este inmueble que, aseguran quienes estudian la materia, está considerado una de las joyas arquitectónicas contemporáneas de casa burguesa vasca y europea. La fecha, 1860. Burgués bilbaíno de copete, deseaba pasar allí veraneos dulces, sobre un altozano que dominaba la desembocadura de la ría. Siguió su diseño las pautas de un estilo ecléctico elegante. Después, en 1916, Ricardo de Bastida lo reformó, otorgando al palacio un aire de mansión francesa. El parque, de influencia inglesa, da belleza natural al entorno aumentando su peculiaridad. Disminuido ahora, cubría siete hectáreas en su nacimiento.
Hoy día declarado Bien de Interés Cultural, funcionó primero como fuente de energía industrial. El horno alto número 1 de Altos Hornos de Vizcaya impone una presencia que no deja dudas sobre el pasado. Son más de 80 metros los que se alza sobre el suelo, como advertencia para curiosos y buscadores de historias. La mejor forma de contemplarlo pasa por acercarse hasta la calle Txabarri, donde aguarda un mirador dirigido hacia este fantasma de las Navidades pasadas. Único superviviente entre los suyos, junto a su estructura de metal se trataban materias primas o baterías de coque, trabajando la acerería y la fundición continua, entre otras labores. Construido con material refractario, una coraza de chapa soldada cubre su exterior, confiriéndole un aspecto apocalíptico.
La ría del Nervión siempre ha vigilado de cerca a Barakaldo. Irresistiblemente unidos, municipio y caudal amarraron sus destinos para ordenar el tranquilo paso de mercancías y la arrolladora zancada de la industrialización. El antiguo cargadero de la compañía minera Franco-Belga Nº 1 servía entonces para labores que responden a su nombre. Ahora espera como recurso turístico, muy cerca de los pilares que sustentan el Puente de Rontegi. Huella indeleble de un ayer imposible de tachar. Convertido en mirador desde el que observar maravillado el fluir del agua, vale la pena acercarse hasta allí para pensar en el presente y recordar el pasado. Dilucidando un tejido invisible, una tela de araña que une presente con pasado. Herencia marinera y rural. Cuyas excelencias reseñó el filólogo alemán Guillermo de Humboldt durante una visita a estas tierras en 1801.
Santurtzi ejerció durante años como uno de los puertos de Bizkaia esenciales para la pesca de bajura. Traineras movidas a base de fuerza y de remo dieron paso a barcos impulsados por motores, primero de vapor, más tarde de explosión. La ventaja de estos navíos era clara, aunque se preocupaba poco por los humanos. Ofrecían mayor capacidad de carga y menos exigencia de mano de obra. Reinaron hasta que barcos a motor tomaron el relevo, hechos de madera al principio, de hierro después. Pero volvamos a los recuerdos de antaño, a los más viejos. Santurtzi llegó a contar con cincuenta de aquellas traineras movidas por unos doscientos hombres. De eso se habla a bordo del Pesquero Agurtza, una de las últimas embarcaciones de madera dedicadas a la pesca tradicional que quedan en nuestras costas. De eso y del arte en la pesca del bonito. De la dura existencia de pescador. De las tareas de los 'txos', grumetes que trabajaban en los pesqueros. Del penoso trabajo desarrollado por los maquinistas…
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