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iratxe lópez
Jueves, 31 de enero 2019, 16:46
Los ríos también tienen historia, un pasado de anécdotas que fluyeron hacia el mar, de existencias pegadas a sus orillas. Nacen y mueren como los hombres e, igual que ellos, se deslizan dibujando su camino. Hoy toca acompañar al río Lea desde Mendexa, en la ... costa Cantábrica, hasta Munitibar. Ése que asciende también por Amoroto, Gizaburuaga y Aulesti. Dicen del Lea que es corto pero intenso, de carácter fuerte, pues surgió en la vertiente norte del monte Oiz. Allí vivieron los primeros humanos establecidos en nuestro territorio y junto a su desembocadura se hallaron también restos arqueológicos que aportan datos sobre una potente actividad romana. Pero la edad de oro para nuestro protagonista llegó, sin duda, entre los siglos XVI y XVIII. La riqueza tuvo a bien visitar la comarca regada por el Lea y el dinero atrajo ingenios hidráulicos, producción ferrona, astilleros y una marinería colocada en la vanguardia europea. Por eso los encuentros que ofrece esta ruta son muchos, marcados por un tótem en el que aparece un número que deberás buscar en el folleto informativo disponible en la web www.leaibarra.eus.
Los postes y la aventura comienzan en el puente de Isuntza (entre Lekeitio y Mendexa), desde donde es obligatorio deleitarse contemplando un mar del que antaño partían mercancías de hierro hacia Sevilla, las Indias y el norte europeo. El mismo mar que meció los viajes de arrojados pescadores en busca de ballenas o del bacalao que aguardaban bajo los gélidos océanos del norte. Otra cita tiene lugar al encontrarse con el molino de mareas Marierrota (Mendexa). Construido en 1555, sustituía a sus hermanos fluviales en tiempos de sequía.
Saldrá al encuentro del viajero también algún viejo roble retorcido, piezas clave por entonces para los barcos tradicionales pues todos los carpinteros de ribera ansiaban su madera robusta. Otro elemento natural, la piedra, impone su presencia en el palacio barroco Zubieta (Ispaster), definido por muchos como el edificio más bello de Bizkaia. Erigido en 1716 por el linaje de los Adán de Yarza, en sus inmediaciones se plantó el primer Pino Insignis procedente de Monterrey (Estados Unidos), ejemplar que en siglos posteriores invadió el territorio vasco.
Otro inmueble barroco, el Hospital Zaharra (1632) atrae la atención no solo por su arquitectura, también por su temprana funcionalidad, capaz de asistir por entonces a cincuenta pacientes «naturales de la anteiglesia de Mendexa y a falta de ellos lo sean de la villa de Lequeitio y de las demás Anteiglesias circunbezinas», aclaraban en la época. Más adelante, en Gizaburuaga aguarda al senderista el molino-panadería Lariz Oleta, del XVIII, aún con su maquinaria y enseres. Aunque nada es comprable al complejo ferromolinero de Bengolea, que figurará en los anales de la historia como la ferrería más importante de su época en la provincia, incluso del mundo durante la primera mitad del siglo XVIII, cuando Europa reclamaba armas y navíos para dominar el mundo, utillaje bélico y transportes fabricados aquí mismo.
En el octavo tótem de la senda llega el momento de recordar a Pedro Bernardo Villarreal de Berriz, señor de la Casa-Torre de Bengolea. Fue en ese siglo XVIII cuando quedó plantado el embrión industrial en el que Villarreal de Berriz tuvo mucho que ver. A pesar de disfrutar de noble origen, dejó a un lado la corte para contribuir al avance tecnológico y económico del País Vasco. Lo hizo gracias a sus bosques, utilizando las encinas para elaborar el carbón de las ferrerías. Los robles, mientras, se emplearon para construir naves de transporte que partían del puerto de Lekeitio y viajaban repletas de mercancías hacia América. Astuto como era, decidió cultivar los fresnos en un terreno estrecho para obligar a los árboles a competir entre ellos por la luz, de manera que crecían altos y rectos. Una vez adultos, con su madera se fabricaban las picas coronadas con puntas de hierro que la infantería manejaba como lanzas.
Sigue la ruta hacia otra ferrería-molino, la de Angiz (Aulesti), donde se adivinan sus restos: canales, estoldas, presa, antepara, caminos, puentes... Hacia el puente Antzior, construido en mampostería seca, con un solo ojo de perfil alomado y sillería en el arco. Lo hace por tramos vestidos con castaños cuya madera adoraban ebanistas, cesteros, carpinteros y armadores. Para culminar en la presa, con su salto de agua de doble arco atendiendo a la tecnología que Villarreal de Berriz desarrolló para el río.
En Aulesti, el lecho de un viejo canal de alimentación de agua del antiguo molino-ferrería de Goikoerrota servirá de paso. El visitante recordará después el viaje de las mercancías ferronas destinadas principalmente a Castilla y Andalucía. La ruta marina llamaba al peligro pues piratas y corsarios invadían sus aguas. Por ofrecer mayor seguridad adquirió importancia la senda terrestre, acondicionada por la corona mediante caminos empedrados.
Se construyeron puentes como el de Zubibarriaga en Munitibar, sobre los que discurría la calzada que se dirigía hacia Durango para continuar por Urkiola a Vitoria, por La Rioja a la meseta castellana en lo que ahora se ha convertido en 'La Ruta del vino y del pescado', el GR- 38. En el punto quince del camino atenderá el senderista al molino Kubo, cuyo origen proviene del siglo XVI y que destaca por su diferencia respecto al resto. La razón: antes de ser molino fue ferrería hidráulica.
Queda llegar a Bengola, donde la imaginación debe viajar desde el solar que distingue el caminante hasta el siglo XIV, cuando era una de las ferrerías más antiguas de Bizkaia. El último tótem, el diecisiete, informa de que se atraviesan no solo los dominios del Lea sino los del Camino de Santiago, cuyo eje este-oeste, como vía de cristiandad, coincide aquí con el sur-norte de la ruta comercial desde Castilla al Cantábrico. Cruce de caminos y de tendencias, la devota y la moderna, que forman parte incluso hoy día de la columna vertebral del río Lea.
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